Ninguno quiso cenar. Los nervios se les agarraban al estómago.
Pablo les hizo pasar a la sala en la que en su día acudían los otros transformados, los primeros de La Colonia.
En hilera podían verse las cápsulas. Eran como platos de ducha o cabinas de rayo UVA que se utilizaban de pie. La parte trasera era opaca y la frontal de cristal.
—Están diseñadas así adrede —explicaba Pablo—, porque por falta de espacio teníamos que poner unas delante de otras y no queríamos que los transformados estuvieran viéndose entre sí.
Raúl asintió despacio mientras las palabras acudían solas a sus labios.
—Es decir, que no veremos si alguno de nosotros se transforma.
Pablo negó con la cabeza.
—Pero a los que no os transforméis o a todos si es que ninguno lo hace, os dejaré salir, obviamente, no voy a
Pablo llevaba más de una hora controlando el cristal por el que veía a Efrén que, poco a poco, también se había ido dejando caer hasta llegar al suelo y meter la cabeza entre las rodillas.Entonces dio la vuelta, de nuevo, a las cápsulas de atrás para echar un vistazo a los chicos del otro lado.Raúl alzó las cejas al verle, interrogante.Pablo se apresuró a abrir su cápsula. El muchacho salió y él y el doctor se abrazaron. Pablo temblaba y Raúl lo separó un poco para mirarlo sin comprender.—Eres el único que no se ha transformado.Raúl se mordió un labio y salió corriendo para enfrentarse a Angélica a través del cristal de la cápsula.Ella levantó la cabeza que mantenía con la cara hacia el suelo y le mostró los ojos vacíos y los colmillos afilados. Inmed
Raúl abrió la puerta de la cápsula de Angélica. Pablo le había advertido de que se encontraría confundida.—La primera vez es así, luego se van acostumbrando —Pablo miró hacia arriba tratando de controlar las imágenes que acudían a su mente—. Es asombroso cómo llegamos a acostumbrarnos a todo, incluso al mayor de los dolores.Angélica se abrazó al muchacho.Estaban abrazados cuando Daniel bordeó su cápsula y los observó.—¿Te has transformado?Pablo había abierto la puerta de su cápsula y el muchacho había salido disparado sin más.Angélica asintió lentamente.—¿Tú también?El muchacho movió la cabeza afirmativamente y se balanceó atrás y adelante sobre la suela de sus zapatillas de lona. Ella se ha
Daniel llegó agotado a la entrada de la cueva.Llevaba en la memoria el cosquilleo en las encías al alargarse sus colmillos. La sensación de tener vida bajo sus uñas cuando estas hicieron lo mismo, y luego aquel dolor, aquella punzada cortante que le dejó sin respiración y le hizo doblar.Se detuvo y tomó aliento.No había nadie a la entrada y eso le sorprendió.Entró en la cueva y vio a Ibrahim junto a su padre, hablaban y se giraron al mismo tiempo al olerle.—Se ha transformado —dijo Ezequiel sin siquiera preguntarle cómo estaba él. Sin sospechar, sin pararse a pensar que tal vez también él, su propio hijo, se había transformado.Daniel se detuvo en seco.Ibrahim se cruzó de brazos. Su rostro estaba serio, tenso.—¿Qué pasa? —disimuló Daniel.—Pasa que sigue
Daniel avanzó a lo largo del estrecho pasillo formado por las húmedas paredes. El agotamiento hacía que las piernas le pesaran y la mente se le nublase, pero ahora tenía más claro que nunca cuál era su objetivo y no iba a permitir que nada impidiera que lo lograse.Antes de llegar al recodo que le llevaba directo al angosto lugar en el que tenía su lecho en aquella caverna, giró hacia la izquierda y se introdujo en la estancia reservada para Ezequiel.Con el haz de luz de la linterna recorrió la estancia. Vio la cama desecha, una mesa de madera noble, una silla amplia y acolchada tras ella. Junto a la cama una pequeña mesita con un par de linternas sobre ella y un poco más allá, en un hueco formado entre la roca de la pared vio el pequeño refrigerador conectado a un generador eléctrico.Daniel abrió la portezuela blanca. Dentro, colocadas sobre una plataforma
—EhLe llegó la voz débil de Martín hasta los oídos.Daniel giró el rostro hacia él al tiempo que le enfocaba con la linterna. Las lágrimas corrían por las mejillas del mellizo. Se limpió y se acercó lentamente a Martín y a su padre.—¿Cómo estás? Mi padre me ha dicho que te has transformado.Martín asintió despacio. Se acomodó como pudo contra la pared.—Ha sido agotador…y doloroso, pero sigo vivo.Daniel se sorbió la nariz. Martín se percató de que había estado llorando.—¿Ha pasado algo en La Colonia? —se alarmó. Su primer pensamiento se centró en Milita y el bebé.—No, no ha pasado nada. Nada malo, quiero decir. Las despedidas siempre son tristes.Martín no comprendió pero le parecí
El doctor acudió rápidamente hacia la entrada cuando uno de los soldados le anunció la llegada de Daniel a través del comunicador.A medio camino vio al muchacho. Su cuerpo apenas se mantenía en pie.El doctor llegó hasta él y Daniel prácticamente se dejó caer en sus brazos.—Necesitas dormir.Daniel, tozudo, negaba con su cabeza. Metió una mano en uno de los bolsillos del pantalón y sacó un puñado de dosis. Algunas cayeron al suelo.Angélica y Raúl se acercaban hacia ellos a la carrera. Raúl se agachó a recoger las dosis esparcidas por el suelo y Angélica pasó un brazo de Daniel sobre sus hombros para ayudarle a sostenerse.Los dos muchachos se miraron. Daniel parpadeaba tratando de mantener los ojos abiertos. El contacto de la piel de Angélica le hacía sentir algo extraño. Deseaba q
El doctor hizo reunir a todos los cachorros y a Raquel y Nuria en el local de la vieja escuela.Él se acercó primero, junto a Raúl, al laboratorio para meter las dosis en el frigorífico. Los dos las contaban mientras el doctor las colocaba con cuidado dentro del aparato refrigerador.—Setenta y dos, sententa y tres…y setenta cuatro.El doctor cerró la puerta y Raúl formuló la pregunta que le rondaba la cabeza.—Si…si no logramos recuperar a Martín —agachó la cabeza—, no quiero sonar insensible, pero con todas estas dosis no tenemos asegurado el objetivo ¿no?Pablo asintió. En su cabeza tenía la misma idea que Raúl, todos la tenían a fin de cuentas, salvar al máximo número posible. Si algo le sucedía a Martín y no pudieran obtener más dosis no lograrían aquello por lo que ha
A Pablo le acudieron un montón de imágenes a su cabeza. Ninguna buena y todas de la misma noche, la del asalto a La Colonia. Las cabañas desbaratadas, algunas ardiendo, los gritos, los llantos…Miraba el intercomunicador sin terminar de decidirse a contestar. Todos esperaban en silencio. Al fin contestó.—Retenedlo ahí, no abráis la puerta hasta que yo dé la orden.Luego se dirigió a los presentes que le miraban expectantes.—Nuria, Raquel, Yarina, voy a daros la llave de las cadenas de la puerta trasera. Tenéis que salir de aquí.Nuria, consternada, negaba con la cabeza. Para ella era como si toda la historia se repitiera. Volver a ir por la puerta de atrás de La Colonia, sin saber si volvería a ver a los suyos nunca más.—Tenéis que hacerlo, Nuria, sois mortales.—También tú —dijo enton