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Ninguno quiso cenar. Los nervios se les agarraban al estómago.

Pablo les hizo pasar a la sala en la que en su día acudían los otros transformados, los primeros de La Colonia.

En hilera podían verse las cápsulas. Eran como platos de ducha o cabinas de rayo UVA que se utilizaban de pie. La parte trasera era opaca y la frontal de cristal.

—Están diseñadas así adrede —explicaba Pablo—, porque por falta de espacio teníamos que poner unas delante de otras y no queríamos que los transformados estuvieran viéndose entre sí.

Raúl asintió despacio mientras las palabras acudían solas a sus labios.

—Es decir, que no veremos si alguno de nosotros se transforma.

Pablo negó con la cabeza.

—Pero a los que no os transforméis o a todos si es que ninguno lo hace, os dejaré salir, obviamente, no voy a

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