Daniel llegó agotado a la entrada de la cueva.
Llevaba en la memoria el cosquilleo en las encías al alargarse sus colmillos. La sensación de tener vida bajo sus uñas cuando estas hicieron lo mismo, y luego aquel dolor, aquella punzada cortante que le dejó sin respiración y le hizo doblar.
Se detuvo y tomó aliento.
No había nadie a la entrada y eso le sorprendió.
Entró en la cueva y vio a Ibrahim junto a su padre, hablaban y se giraron al mismo tiempo al olerle.
—Se ha transformado —dijo Ezequiel sin siquiera preguntarle cómo estaba él. Sin sospechar, sin pararse a pensar que tal vez también él, su propio hijo, se había transformado.
Daniel se detuvo en seco.
Ibrahim se cruzó de brazos. Su rostro estaba serio, tenso.
—¿Qué pasa? —disimuló Daniel.
—Pasa que sigue
Daniel avanzó a lo largo del estrecho pasillo formado por las húmedas paredes. El agotamiento hacía que las piernas le pesaran y la mente se le nublase, pero ahora tenía más claro que nunca cuál era su objetivo y no iba a permitir que nada impidiera que lo lograse.Antes de llegar al recodo que le llevaba directo al angosto lugar en el que tenía su lecho en aquella caverna, giró hacia la izquierda y se introdujo en la estancia reservada para Ezequiel.Con el haz de luz de la linterna recorrió la estancia. Vio la cama desecha, una mesa de madera noble, una silla amplia y acolchada tras ella. Junto a la cama una pequeña mesita con un par de linternas sobre ella y un poco más allá, en un hueco formado entre la roca de la pared vio el pequeño refrigerador conectado a un generador eléctrico.Daniel abrió la portezuela blanca. Dentro, colocadas sobre una plataforma
—EhLe llegó la voz débil de Martín hasta los oídos.Daniel giró el rostro hacia él al tiempo que le enfocaba con la linterna. Las lágrimas corrían por las mejillas del mellizo. Se limpió y se acercó lentamente a Martín y a su padre.—¿Cómo estás? Mi padre me ha dicho que te has transformado.Martín asintió despacio. Se acomodó como pudo contra la pared.—Ha sido agotador…y doloroso, pero sigo vivo.Daniel se sorbió la nariz. Martín se percató de que había estado llorando.—¿Ha pasado algo en La Colonia? —se alarmó. Su primer pensamiento se centró en Milita y el bebé.—No, no ha pasado nada. Nada malo, quiero decir. Las despedidas siempre son tristes.Martín no comprendió pero le parecí
El doctor acudió rápidamente hacia la entrada cuando uno de los soldados le anunció la llegada de Daniel a través del comunicador.A medio camino vio al muchacho. Su cuerpo apenas se mantenía en pie.El doctor llegó hasta él y Daniel prácticamente se dejó caer en sus brazos.—Necesitas dormir.Daniel, tozudo, negaba con su cabeza. Metió una mano en uno de los bolsillos del pantalón y sacó un puñado de dosis. Algunas cayeron al suelo.Angélica y Raúl se acercaban hacia ellos a la carrera. Raúl se agachó a recoger las dosis esparcidas por el suelo y Angélica pasó un brazo de Daniel sobre sus hombros para ayudarle a sostenerse.Los dos muchachos se miraron. Daniel parpadeaba tratando de mantener los ojos abiertos. El contacto de la piel de Angélica le hacía sentir algo extraño. Deseaba q
El doctor hizo reunir a todos los cachorros y a Raquel y Nuria en el local de la vieja escuela.Él se acercó primero, junto a Raúl, al laboratorio para meter las dosis en el frigorífico. Los dos las contaban mientras el doctor las colocaba con cuidado dentro del aparato refrigerador.—Setenta y dos, sententa y tres…y setenta cuatro.El doctor cerró la puerta y Raúl formuló la pregunta que le rondaba la cabeza.—Si…si no logramos recuperar a Martín —agachó la cabeza—, no quiero sonar insensible, pero con todas estas dosis no tenemos asegurado el objetivo ¿no?Pablo asintió. En su cabeza tenía la misma idea que Raúl, todos la tenían a fin de cuentas, salvar al máximo número posible. Si algo le sucedía a Martín y no pudieran obtener más dosis no lograrían aquello por lo que ha
A Pablo le acudieron un montón de imágenes a su cabeza. Ninguna buena y todas de la misma noche, la del asalto a La Colonia. Las cabañas desbaratadas, algunas ardiendo, los gritos, los llantos…Miraba el intercomunicador sin terminar de decidirse a contestar. Todos esperaban en silencio. Al fin contestó.—Retenedlo ahí, no abráis la puerta hasta que yo dé la orden.Luego se dirigió a los presentes que le miraban expectantes.—Nuria, Raquel, Yarina, voy a daros la llave de las cadenas de la puerta trasera. Tenéis que salir de aquí.Nuria, consternada, negaba con la cabeza. Para ella era como si toda la historia se repitiera. Volver a ir por la puerta de atrás de La Colonia, sin saber si volvería a ver a los suyos nunca más.—Tenéis que hacerlo, Nuria, sois mortales.—También tú —dijo enton
Raúl se soltó de Angélica inmediatamente.—Quédate con el doctor.Angélica quiso replicar, decirle que ella quería ir con él, que ya no quería separarse nunca más de él, pero bajó los hombros y aceptó que no podía ser tan egoísta, no podían dejar solo al doctor.Los tres cachorros salieron corriendo hacia la puerta en el muro. Jandro no podía soportar la tensión que inundaba su pecho, pensaba que acababa de enviar a la muerte a su madre y a su novia.Las mujeres ya hacía unos minutos que habían atravesado aquella puerta.La primera en verlos fue Raquel, pero no la dio tiempo a gritar. Ibrahim la sujetó desde atrás y le tapó la boca.Inmediatamente otros dos de los transformados hicieron lo mismo con Nuria y Yarina.Ibrahim se colocó frente a ellas y le giró un poc
Jandro se detuvo muy cerca de la puerta de entrada a La Colonia, totalmente desconcertado. El olor le devolvía al punto de partida.Raúl y Efrén llegaron tras él y se detuvieron igualmente confundidos, pero sin querer cuestionar a su amigo.Jandro se volvió hacia ellos.—Me dirige de vuelta.Volvió a mirar hacia la puerta y entonces vio la torre de vigilancia vacía y estuvo seguro de que no se había equivocado.Ezequiel sintió el metal entrando en su cuerpo. Notó cómo se rasgaba la piel, como si acabaran de hacer fuerza en una tela de lona hasta atravesarla, incluso le pareció escuchar el sonido que hacía. Y supo que algo no iba bien.Cuando se había despertado y había escuchado ruido en la cavidad que usaba como habitación en la cueva había tardado unos segundos en localizar dónde se encontraba. Era algo que ja
Pablo vio llegar a los seis guardias que custodiaban la puerta principal a La Colonia, caminando delante del grupo de transformados hermanos de Ezequiel. Las tres mujeres que habían salido por la puerta trasera venían con ellos.El mundo se cayó a los pies del doctor. No acababa de asumir que el hombre sin dedos estaba muriendo en los brazos de Daniel cuando le escuchó al muchacho pronunciar aquella frase “….igual que siempre ha sido una mentira que yo sea tu hijo.”Vio cómo se abrían los ojos gastados de Ezequiel, para luego dejar salir un sonido gutural, como un estertor, y dejar caer la cabeza inerte hacia atrás.Los transformados habían ido rodeando al hombre sin dedos y a Daniel. Las mujeres se habían ido hacia el doctor, Angélica y Milita.Pablo entendió que los transformados no venían a atacarles.Jandro, Raúl y Efrén llegaban