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Daniel avanzó a lo largo del estrecho pasillo formado por las húmedas paredes. El agotamiento hacía que las piernas le pesaran y la mente se le nublase, pero ahora tenía más claro que nunca cuál era su objetivo y no iba a permitir que nada impidiera que lo lograse.

Antes de llegar al recodo que le llevaba directo al angosto lugar en el que tenía su lecho en aquella caverna, giró hacia la izquierda y se introdujo en la estancia reservada para Ezequiel.

Con el haz de luz de la linterna recorrió la estancia. Vio la cama desecha, una mesa de madera noble, una silla amplia y acolchada tras ella. Junto a la cama una pequeña mesita con un par de linternas sobre ella y un poco más allá, en un hueco formado entre la roca de la pared vio el pequeño refrigerador conectado a un generador eléctrico.

Daniel abrió la portezuela blanca. Dentro, colocadas sobre una plataforma

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