Emilio Cartagena, un chico de barrio, vive sus días en medio del dolor que le dejó un amor pasado. Cuando una compañera suya, Julieta Ortiz, aparece por coincidencia en su vida, volteándole el mundo, quedará cautivado ante sus ojos color chocolate, su cabello , sus labio duraznos y la belleza de su alma. Juntos, tendrán que luchar por un amor naciente y caótico, que de ser nada, se convierte en todo para ellos.
Leer másPorqué en la noche, negra, larga,Sigo pensando en ti,Porqué en el día, brillante, corto, vívido,Sigo y sigo pensando en ti.Será por tu sonrisa linda,O por esos profundos ojazos,Tal vez tu risa, bálsamo para mis oídos,O por como hablas conmigo, en esos ratos largos.Y así sigo pensando en ti,En cada rincón tu recuerdo está presente,Cada espacio, lleno de tu presencia femenina,Y enamorada, soñando, febril toda mi mente.Y en estos pensamientos, una única conclusión,Querer, desear, tú alma y tu ser,Para juntos caminar, de la mano solos tú y yo,Por esa senda, ese camino, que todos llaman noviazgo,Y yo solo le digo amor…
Cuando se encontraron, Emilio no resistió las ganas de abrazarle con sus brazos duertes rodeando su cuerpo femenino en un afán más que de protección, de búsqueda, de anhelo, de ganas de sentirle cerca suyo y eliminar cualquier miedo que hubiera tenido. Sin pensarlo la estrecho contra sí, lo hizo y Julieta, tomada por sorpresa, le rodeó también con sus brazos. Durante los segundos que duró el abrazo, el mundo se redujo a ellos dos, sintiéndose seguros y tranquilos con sus cercanía y el cariño enorme que se demostraron con un sencillo gesto. Así hubieran podido seguir durante horas, pero la incomodidad de estar en público y el temor a caer en la cursilería más dulces les hizo separarse después de algunos segundos, recobrando la compotura y el buen porte.—Hola, poeta —saludó ella con ojos brillantes, ojos que encerraban mil secretos que Emilio tenía que descubrir todavía—. Te tardaste.—El bus, mi vida, —Emilio no perdió tiempo para explicarse— ya sabes como es esa nota, más lo que se d
“Había una vez” escribió en su cuaderno, ansioso de que los demás terminasen el examen final. Miró de reojo como Julieta llenaba los espacios en blanco y después de revisar lo que había hecho una última vez, entregó la prueba y se retiró a su asiento. Ese día la chica vestía un saco gris claro y un jean azul oscuro, que para variar le resultaron atractivos. Él en su lugar vestía un jean negro y una chompa del mismo color. Nunca variaba su vestimenta, siempre en los rangos entre oscuro y más oscuro. En eso también contrastaba con la chica.Una mirada cruzaron cuando ella levantó el rostro. El segundo que duró fue casi una eternidad y estaba tan cargada de significado que una vez más, Emilio tuvo ganas de que todo terminase. Después del dichoso examen y de que las notas se diesen a los estudiantes, la clase de la profesora Rocío y la aventura allá en el norte terminaría. La aventura que comenzó con Marco en el sur y con Julieta robándole la mirada, eclipsaría finalmente.Sintió un ramal
“En el mar, la vida es más sabrosa”. Así rezaba el viejo y popular dicho.Julieta hubiera considerado esto también, pero para su pesar, no conocía ni la playa, ni el mar, ni la inmensa masa de agua que a todos tanto les gustaba. Algún día, se repitió. Por el momento y por lo que a ella le concernía, la vida era más sabrosa en el campo, el extenso y tranquilo campo, hogar de sus abuelos y dueño de una paz que tranquilizaba su corazón.Perezosa, estiró los brazos y miró hacia el horizonte, un eterno y verde horizonte. El cielo era azul claro, y los campos de hierba se extendían por montes y laderas que existían desde los albores del tiempo. Las pocas casas tenían un estilo antiguo característico de esos lares, una sencillez que resultaba compleja y una belleza contrastante con las casas de la ciudad. Caminos de tierra con plantas y arbustos conectaban los lugares y las laderas hacían que el terreno resultase abrupto y accidentado. Los cultivos crecían en la tierra, y el ganado pastaba l
En los seis meses me hallo a mí mismo,Habiendo comenzado una innombrable locura…Me embelese con tus ojitos que miran y encuentran, Enamorándome poco a poco de tu alma tan pura.>, pensó, pasando sus dedos por el teclado usado, mientras con la vista repasaba cada una de las palabras. Rimaba, le gustaba, y le pareció adecuado para lo que tenía en mente. Estiró las piernas, los brazos, movió la cabeza para activar los músculos y aspiró el aroma cautivante del café hirviendo, proveniente desde una taza colocada en su mesa, sonre un pequeño plato. Cuando tragó el caliente brebaje disfrutó del calor que le transfería la porcelana y se alegró de poder disfrutar de un manjar como el café, escribiendo unos cuantos y con el ruido de la lluvia fuera de su casa. Llovía a cántaros, por lo que la música romántica que había puesto para amenizar la tarde apenas y se dejaba escuchar por sobre el agua golpeando el tejado.Dejando la taza, se concentró en los siguientes
Desde hace días estoy febril,Y mis ideas navegan en un mar extraño,Dejo que mi pecho se llene de pena y soledad,Dejo que mi corazón se haga más y más daño.El vaso de licor rodó por entre todos los presentes.Era un día viernes, de una semana fría, de un año extraño, de una vida única. Los muchachos que compartían las “puntas” reían y contaban historias de lo que fue y no pudo ser, de otros tiempos y otras personas, de lugares a los que fueron y a los que quisieran ir. La mayoría se conocía desde niños, cuando los borrachos les daban miedo, y continuaban siendo amigos ahora en la flor de la juventud, cuando los borrachos se convirtieron en ellos. Allí, en el barrio de los pinos, donde se veía todo Quito y el Valle de los Chillos, Emilio Cartagena era uno de los que bebían.Tras dejar el vaso en la mesa, revisó el celular por centésima vez y como esperaba, encontró vacía la bandeja de notificaciones. No le importaba sin embargo que nadie le escribiese ni que nadie estuviese pendient
—Espérame a que acabe de recoger mis cosas por lo menos. —Julieta no le miró, guardando un cuaderno en el que había anotado sus notas. Él ya la conocía, con esa fingida indiferencia que generaba expectación, por lo que le esperó y solo pudo sonreírle cuando cruzaban miradas. Estaba feliz, definitivamente feliz, y nada podría cambiar aquello. Por fin, ella se levantó y caminó mientras él la seguía.Bajaron las gradas, rápidos, y dudando un instante, Emilio se decidió a tomarle la mano. Ella no lo rechazó. Buena señal. Sus dedos se entrecruzaron, estableciendo su vínculo, y sus corazones, después de haber caminado durante algunos pasos, se sincronizaron en una sola melodía.Al llegar al patio principal, buscaron una grada donde sentarse, alejada de los demás. La cantidad de estudiantes no era la suficiente para provocar demasiado ruido, por lo que pudieron sentarse con tranquilidad, mirándose el uno al otro durante largo rato.— ¿Así que llamadas en la madrugada? —Julieta tomó la palabr
— ¿¡No me dijiste huevón que habrían puras chicas!? —Gritó en medio del patio.Su amigo se encogió ante sus palabras. Mirándole confundido, se alejó algunos centímetros, cauteloso, analizando la situación.— ¿¡En qué chucha me viniste a meter?! ¡Gil! —Exclamó, aún más exaltado. Por fin, recobrando la compostura, Marco musitó algunas palabras tranquilizadoras. Un “aguanta chugcha”, bastó para quitarle casi todo el enojo. Al notar que estaba más calmado, por fin preguntó que sucedía.— ¡El curso pues tonto alegre! ¡El curso que me tocó!— ¿¡Qué le pasa al curso?! —Replicó su amigo, en el mismo tono.— ¡Que de los veinticuatro estudiantes, veinte son hombres!Marco le miró confundido, analizando sus palabras. Un segundo después, sonrió. Dos segundos después, comenzó a reír. Tres segundos después, sus carcajadas se escuchaban por todo el patio. — ¡No me digas qué…! —Habló, intentando controlarse—. Ay, no, no, ¡no puede ser! —Notando que muchos de los estudiantes a su alrededor le miraban,
Tres semanas habían transcurrido desde que el curso de inglés comenzó.Emilio se acostumbró a su situación prontamente. No peleó, no discutió con el coordinador, no volvió a putear a Marco. Se resignó a concluir los dos niveles que faltaban y a escuchar las bromas sosas de sus compañeros y a contemplar, a ratos, a la belleza de los labios color durazno, de quién sabía su nombre, sus gustos y conocía su personalidad; todo gracias a las preguntas insidiosas que la teacher hacía a los estudiantes y que él, odioso, evitaba responder en la medida de lo posible. El muchacho evitó cuanto pudo cualquier contacto con la chica que tanta atracción le produjo esa primera vez. Luchó con su anhelo de conocer a alguien más, con el deseo de ser feliz. Sin embargo, a veces ciertas acciones y situaciones deben de suceder y aunque queramos evitar que así sea, entonces la vida se encarga de recordarnos que ella es la dueña del tablero y nosotros sus peones. Todo habría continuado igual sino fuera por es