El reloj marcaba las doce del mediodía.
El bullicio propio de un salón de clases lleno de estudiantes jóvenes y hormonales le despertó de su plácido sueño. Uno de sus compañeros se río de él, otro recogía sus cosas a toda velocidad. Era viernes, un viernes soleado y con una brisa refrescante, un día ideal, en sus jóvenes mentes, para ir al parque a embriagarse, jugar barajas y reírse de los demás. Sin embargo, ese día él no los acompañaría.
—¡Cartagena! —Escuchó que le llamaban—. ¿Vas a acolitar en esa nota?
—Sí, mija. —Respondió, desperezándose—. Vamos a comprar unas papas y de uvas a donde esos manes.
El sol le hirió los ojos cuando salieron del salón. Un río de estudiantes circulaba por el patio central, concentrados en sus conversaciones, satisfechos porque por fin era viernes. Un nuevo semestre comenzaba y los ánimos y ansias de hacer las cosas bien todavía se respiraban en el aire. Su compañero se posicionó a su lado y juntos caminaron hacia las afueras del instituto, donde la señora de las papas ya se encontraba bien posicionada con su carrito. No les tomó mucho tiempo comprar las salchipapas, más se demoraron dando excusas para que sus compañeros les dejasen ir. Los muchachos, en gran jorga, se dirigían hacia la tienda que quedaba calle más abajo, ya reuniendo dinero para comprar cerveza.
<<Un lindo viernes>>, pensó.
Caminaron de vuelta al instituto y se sentaron a comer en una de las mesas que el semestre anterior su propia carrera instalo como un proyecto ambicioso. Conversaron de banalidades, sonrieron coquetamente a algunas de las chicas que cruzaban con cuadernos en mano y se rieron juntos de las bromas pesadas que compartían como viejas chismosas. Por fin, después de arrojar los platos de plástico al basurero y pasarse la mano por el cabello, entraron al salón de profesores.
Los ingenieros les miraron. Algunos respondieron el saludo que exclamaron apenas entrar, otros hicieron oídos sordos. El coordinador de idiomas, con quién iban a hablar, no les prestó atención sino hasta que estuvieron frente suyo. Fingiendo concentrarse en su computadora, el hombre les hizo esperar unos minutos más. Por fin, les invitó a hablar.
—Si señores, ¿qué necesitan? —Pronuncio rapidísimo, haciéndose el importante.
—Ing, buenos días —habló él—. Somos el señor Cartagena y el señor Arevalo. Hablamos con usted por lo del cambio de sede del inglés.
Ahora que lo decía en voz alta, la idea le volvió a parecer una estupidez.
— ¿Hablaron conmigo? —Replicó el licenciado, fingiendo una vez más que sus asuntos importaban más que los de los muchachos.
—Si Ing. —Añadió su amigo—. Por lo que vivimos lejos y eso, usted sabe, le dijimos que nos acolite con lo del cambio.
Una vez más, el hombre fingió poner su atención sobre la computadora, ignorando a los dos jóvenes que le miraban. —Supongo que ya me dieron todos los papeles. —Dijo, a modo de pregunta.
Sonriendo, asintió con la cabeza. Ya tuvo esa conversación con el licenciado anteriormente. El hombre era un tipo intransigente, como muchos otros, que por pensar que estaba en un puesto de poder era más que ellos, “simples estudiantes”. No le importaba, claro. Idiotas existían en todos los lugares.
—Así que… Cambio de sede. Listo. ¿Cuáles eran sus nombres? —Finalizó, tras otros minutos eternos de espera.
Antes de responder, el destello del sol le distrajo. Afuera de la blanca sala de profesores, los muchachos se movían de un lado a otro, riendo, jugando, haciendo bromas. Él estaría allí con ellos, disfrutando de la jorga, si no hubiera hecho caso a la ridícula idea de su amigo.
—Arévalo, —soltó su amigo al ver que él no respondía—. Marco Arévalo. Nivel A2 de inglés.
El sonido de teclas se escuchó y un segundo después, por primera vez en la conversación, el coordinador levantó la mirada. —Tengo un cupo para la clase con la profesora Mariana, no tengo más. —Su amigo asintió y entonces el licenciado colocó su mirada sobre él—. ¿Y usted?
Sintiéndose estúpido, dijo su nombre y su nivel inglés. El coordinador apretó las teclas y volvió a mirarlo. —Un cupo en la clase de la profe Rocío. No tengo más. —Repitió.
—Listo Ing, no hay ningún problema.
Sin pronunciar palabra, el hombre bajó la mirada y tecleó en su computadora. Pareció concentrarse en algo que leía y entonces, por fin, miró a ambos. —Listo, señores. Están los dos asignados al norte, para los fines de semana. Esta tarde se publican los listados, ahí revisan en que aula les tocó. Cualquier cosa hablan nomas conmigo.
<<Si no te haces el ocupado, viejo gil>>.
Tras dar las gracias y despedirse, los dos amigos salieron del salón y se encaminaron, una vez más, a las puertas del instituto. Al salir, su amigo no pudo contener más su emoción. — ¡Por fin! ¡Estamos en el norte!—Soltó, sonriendo, como di se la mejor noticia se tratase—. ¿Cachas? —Le preguntó, mirándole.
—No sé cómo acepte tus huevadas de ideas. —Musitó él, sintiéndose tonto una vez más.
— ¡Es lo mejor! ¿No te das cuenta? —Gritó, sonriendo—. Es lo que te hace falta mija… distraerte, alguna pelada que te haga olvidar las penas… Ya sabes.
Antes de responder, se tomó su tiempo. No había pensado en su dolor todo el día, pero cuando él se lo mencionó, los recuerdos de cuando ella le vino a ver en la parada de los buses le llenaron el pecho. <<Ya no más>>, se dijo con rabia. <<Ya no sufras más>>.
Caminaron, dirigiéndose también a la tienda. El bus que pasaba por ahí y que le dejaría a una cuadra de su casa, pasó. —Ya te dije mija que eso ya no me importa, —mintió—. Solo que… esos cursos van a tener solo mujeres y solo un hombre ahí, ¿cachas que hecho verga?
—Mejor, mija, ¡mejor! —Exclamó su amigo—. Pura pelada, pura chama, esas mancitas del, norte que son, ya sabes, de ha de verás. Acá en estos cursos puro bagre mija.
Sonriendo, pensó en que tal vez no estaría del todo mal. Un curso con puras chicas, amigas para hacer, un ambiente, por lo menos, distinto. Quizá, el idiota de su amigo no estaba tan equivocado. En su instituto, como en muchos otros, para aprobar tu carrera tenías que conseguir un nivel de inglés B1.2., que te garantizaba por lo menos entender un “hellow”. A su vez, en su instituto estaban dos campus, uno en el norte y otro en el sur. En el campus sur donde ellos estudiaban, las carreras que se impartían causaban que gran parte de la población estudiantil fuesen hombres, mientras que en el norte era todo lo contrario.
Ya que no podían estudiar en el campus norte, su amigo sugirió estudiar por lo menos el curso de inglés allá, donde aseguraba que encontrarían puras chicas. Lo que comenzó como una broma se convirtió pronto en una meta que se plantó, y en la que le arrastró. Afirmando que vivían en el norte, ambos muchachos consiguieron que el coordinador de idiomas les dejase cursar los niveles faltantes en ese campus.
<<Una mentira piadosa>>.
Resignado, caminó hasta quedarse quieto en la parada. Marco seguía hablando de lo genial que sería, de a cuantas chicas conocería, de todo lo que podría hacer. Su mente mientras tanto, continuaba pensando en una sola. Sacudió la cabeza, intentando por enésima vez borrar ese recuerdo.
—Mija, hoy me voy nomas a la casa. —Soltó—. Diles a los manes que me tuve que abrir. —Su amigo le miró confundido, pero antes de que pudiera reaccionar, estiró el brazo, subió al autobús y se alejó, sonriendo al ver la cara de confusión de Marco.
Tras reírse un poco más, se sentó en uno de los asientos traseros y miró el paisaje de casas y cemento pasar a través de la ventana. Era, sino estaba mal, el primer viernes desde “La Tragedia”, en que no ingería por lo menos un vaso de alcohol. <<Estoy avanzando>>. Se dijo a sí mismo y su expresión triste casi se convirtió en una sonrisa.
Al día siguiente, llegó muy temprano a su clase de inglés en el campus norte de su instituto. Preguntó al guardia la ubicación de su aula, subió; fue de los primeros en sentarse en un pupitre. Se quedó dormido los treinta minutos que faltaban para que comience la clase y cuando llegó la hora, el saludo de la profesora le despertó. Adormilado, ni siquiera se fijó en sus compañeros.
Como en cualquier clase ecuatoriana que empieza, la profesora se presentó e invitó a que todos los demás estudiante lo hicieran. Cuando llegó su turno, caminó hacia frente de todos y comenzó a hablar. —Mi nombre es Emilio Cartagena. Estudio la carrera de electromecánica. Tengo veinte años y… —Entonces, sus ojos adormilados se abrieron por fin y miró a sus compañeros en los pupitres.
Según sabía, en el campus norte de su instituto estudiaban muchísimas chicas, por lo que él y su amigo creían que los cursos de inglés estarían repletos de ellas.
Sin embargo, de los veinticuatro estudiantes, veinte eran hombres.
— ¿¡No me dijiste huevón que habrían puras chicas!? —Gritó en medio del patio.Su amigo se encogió ante sus palabras. Mirándole confundido, se alejó algunos centímetros, cauteloso, analizando la situación.— ¿¡En qué chucha me viniste a meter?! ¡Gil! —Exclamó, aún más exaltado. Por fin, recobrando la compostura, Marco musitó algunas palabras tranquilizadoras. Un “aguanta chugcha”, bastó para quitarle casi todo el enojo. Al notar que estaba más calmado, por fin preguntó que sucedía.— ¡El curso pues tonto alegre! ¡El curso que me tocó!— ¿¡Qué le pasa al curso?! —Replicó su amigo, en el mismo tono.— ¡Que de los veinticuatro estudiantes, veinte son hombres!Marco le mir&oacut
Tres semanas habían transcurrido desde que el curso de inglés comenzó.Emilio se acostumbró a su situación prontamente. No peleó, no discutió con el coordinador, no volvió a putear a Marco. Se resignó a concluir los dos niveles que faltaban y a escuchar las bromas sosas de sus compañeros y a contemplar, a ratos, a la belleza de los labios color durazno, de quién sabía su nombre, sus gustos y conocía su personalidad; todo gracias a las preguntas insidiosas que la teacher hacía a los estudiantes y que él, odioso, evitaba responder en la medida de lo posible. El muchacho evitó cuanto pudo cualquier contacto con la chica que tanta atracción le produjo esa primera vez. Luchó con su anhelo de conocer a alguien más, con el deseo de ser feliz.Sin embargo, a veces ciertas acciones y situaciones deben de suceder y aunque queramos ev
Fría nocheLas horas caen como pétalos,E inevitable llega la noche fría.Pero a mi alma no le preocupa la oscuridad,Sino que no te tengo, amada mía...Los ojos color chocolate bailaron por sobre las letras, de un lado al otro, en un vaivén que a Emilio se le hizo infinito. <<Va a decir que no le gusta. Ella es culta y no le va a gustar estos poemas que solo son frases que riman>>. Mil pensamientos cruzaban por su mente mientras el viento alborotaba los cabellos de ella, en un remolino cautivante. El césped en el que estaban sentados le resultó incómodo y se movió, sintiendo una pizca de nerviosismo.<< ¿Qué es la literatura?>> Se preguntó a sí mismo mientras recordaba lo que escribió. “Arte de la expresió
Desde hace días estoy febril,Y mis ideas navegan en un mar extraño,Dejo que mi pecho se llene de pena y soledad,Dejo que mi corazón se haga más y más daño.El vaso de licor rodó por entre todos los presentes.Era un día viernes, de una semana fría, de un año extraño, de una vida única. Los muchachos que compartían las “puntas” reían y contaban historias de lo que fue y no pudo ser, de otros tiempos y otras personas, de lugares a los que fueron y a los que quisieran ir. La mayoría se conocía desde niños, cuando los borrachos les daban miedo, y continuaban siendo amigos ahora en la flor de la juventud, cuando los borrachos se convirtieron en ellos. Allí, en el barrio de los pinos, donde se veía todo Quito y el Valle de los Chillos, Emilio Car
Y mientras escuchó la lluvia caer,Sé que la cura para mi mal eres tú, mujer.Y mientras veo la negra oscuridad,Siento que contigo llevas siempre mi otra mitad.La primera vez que Julieta Ortiz miró a Emilio Cartagena, el primer día de clases, pensó firmemente que él era un amargado.Ella entró ese día sin ninguna expectativa ni ningún deseo más que pasar el curso de inglés. Conocía al menos de vista a sus compañeros, no esperaba sorpresas ni nada que cambiase su modo de ver las cosas o la comodidad que sentía en su instituto. Ella estaba bien, feliz, tranquila. Pero entonces apareció él, y le provocó sentimientos a los que ella no estaba acostumbrada.¿Qué hacía un chico como él en ese curso? Por la presentación de la
Sueño con tus ojos, E imagino de tus labios el dulce sabor, Sé que mi mal es la falta que me haces, Y sé que mi pronta cura es tu amor. La cabina del teleférico se movía con lentitud, ascendiendo hacia las alturas, desde donde Quito se veía como una decoración multicolor lejana. La capital era una ciudad rodeada de montañas, de cerros, ríos y quebradas, un accidente geográfico que encontraba su belleza en medio del caos. El frío allí en esa altura era considerable, por lo que ambos muchachos se abrazaron a sí mismos, mientras conversaban amenamente de lo bello que resultaba el paisaje. Emilio y Julieta, tomados de la mano, se dejaron llevar por un sentimiento que les sorprendió con una fuerza tenaz. Su resistencia a éste se hacía cada vez más frágil. Casi un mes de noviazgo les enseñó muchísimas cosas, y por decisión de él, no se había vuelto a intentar un beso después del incóm
—Después de todo el inglés resultó más que bien, ¿si o qué?La voz susurrante de Marco le distrajo un segundo de lo que el ingeniero enseñaba en el pizarrón. Las fórmulas se fundían formando un mosaico casi ininteligible de números que sin embargo, los estudiantes de algún modo debían de entender.Afuera, el ruido de los buses Translatinos pasando y algunos autos de “adefesiosos” que aceleraban en la avenida Maldonado se dejaba escuchar. Era la última hora de clase de un día lunes, por lo que a Emilio y Marco les esperaba una larga semana por delante.—Y entonces mija. —Respondió en el mismo volumen, procurando tomar los últimos apuntes del ejercicio de la pizarra—. Vos andas contento vacilando.—Y vos contento con tu pelada.Emilio no pudo evitar sonreír ante el recuerdo de ella, su
Te extraño, y la fría noche lo sabe.Te necesito y sé que ya no soy el que era…Por eso cuando llegues, cálida, hermosa, a mí,El invierno de mi corazón pasará a linda primavera.La mañana lo recibió con un sordo dolor de cabeza. El mundo dio vueltas cuando se levantó de la cama y el negro azulado propio de las seis de la mañana se dejo ver por la ventana. Reuniendo fuerzas para superar su malestar, apartó las cobijas y miró en su celular la hora. Eran las seis de la mañana de un nuevo día, de un martes en específico; el día siguiente a su borrachera.En su celular, precisamente el último mensaje era de ella, de su novia, deseándole una linda noche. No le respondió. Entre las brumas que se presentaban en sus recuerdos, rememoró como l