— ¿¡No me dijiste huevón que habrían puras chicas!? —Gritó en medio del patio.
Su amigo se encogió ante sus palabras. Mirándole confundido, se alejó algunos centímetros, cauteloso, analizando la situación.
— ¿¡En qué chucha me viniste a meter?! ¡Gil! —Exclamó, aún más exaltado. Por fin, recobrando la compostura, Marco musitó algunas palabras tranquilizadoras. Un “aguanta chugcha”, bastó para quitarle casi todo el enojo. Al notar que estaba más calmado, por fin preguntó que sucedía.
— ¡El curso pues tonto alegre! ¡El curso que me tocó!
— ¿¡Qué le pasa al curso?! —Replicó su amigo, en el mismo tono.
— ¡Que de los veinticuatro estudiantes, veinte son hombres!
Marco le miró confundido, analizando sus palabras. Un segundo después, sonrió. Dos segundos después, comenzó a reír. Tres segundos después, sus carcajadas se escuchaban por todo el patio. — ¡No me digas qué…! —Habló, intentando controlarse—. Ay, no, no, ¡no puede ser! —Notando que muchos de los estudiantes a su alrededor le miraban, controló su risa, bajó la voz y se acercó—. Es el norte mija. No puede haber tantos hombres.
—Pues los hay, huevón. Los hay. Cuando me presenté, los conté. Pasé toda la jodida clase mirando como mis compañeros se reían entre ellos, hechos los buenos. Apenas y me pude concentrar cuando la teacher comenzó con su inglés. ¿Te das cuenta? ¿Te das cuenta mija? —De repente, una duda apareció en su mente—. Dime, ¿tu curso cómo está?
Marco no respondió, pero la forma en la que le miró le bastó para saberlo. Su amigo estiró la mano y la colocó en su hombro, a modo de triste consuelo. Sin poder contenerse, volvió a reír y continuó riendo mientras compraban una pequeña porción de arroz relleno en el bar del instituto, mientras comían, y cuando una vez más se dirigieron hacia las aulas. Diciéndole que una vez terminasen hablarían con detalle del tema, su amigo se despidió, con una amplia sonrisa, coqueteando con cuanta chica le dirigiese la palabra.
Emilio caminó como un condenado a la horca. La profesora ya se encontraba en el aula, por lo que esperó que todos sus estudiantes entrasen, cerró la puerta y reanudo la bilingüe clase. Él no pudo concentrarse. Su mirada bailaba entre la ventana, por donde se filtraba el ruido del tráfico de Quito y la puerta, por donde saldría en dirección a algún lugar en el que sí quisiera estar.
—Señorita, ayúdenos leyendo lo que dice el primer párrafo de la página. —Pedía la profesora. <<Por fin le pides a alguna de las chicas que lea, y no solo a estos giles>>. Después de un par de horas de clase, fue más que evidente que la teacher era amiga de muchos de sus estudiantes. No era nada extraordinario, por supuesto, pero la actitud tan dulce que tomaban le daba asco. En el sur, a cualquier estudiante cuya actitud fuese medianamente similar, le llamaban “cepillo” cuando eran amables, y “tonto hijueputa”, cuando se cabreaban.
Rechinando los dientes, se fijó en la chica que cruzaba por entre los pupitres hasta quedar frente a todos sus compañeros. Su mirada pasó en un instante del enojo al interés. Una larga cabellera negra caía sobre facciones suaves. Ojos propios del café de un chocolate le devolvieron la mirada. Labios color durazno le invitaron a probar su dulzura.
Por supuesto que la idea del amor a primera vista era una tontería inventada por románticos insensatos, por supuesto que él no caería ante una trampa tan evidente, aún menos después de La Tragedia. El amor existía, en muchas formas, en muchas presentaciones que llenaban el corazón de los hombres y les hacían cometer estupideces, pero con un primer vistazo el corazón no era capaz de caer cautivado. Sin embargo, la atracción irremediable a primera vista por supuesto que era lo más real del mundo, y era en ese instante que él la estaba sintiendo. Se relamió los labios y pasó una mano por su cabello sin darse cuenta; irguió los hombros y fingió interesarse por lo que ella decía, cuando solo disfrutó del tono de su voz.
<<No>>. Dijo su mente, acabando con la ilusión. La luz que parecía bañar a la chica desapareció. El aura de belleza se redujo y en el mundo aparecieron más personas. Tembló. Sabía que no podía cometer el error de interesarse por alguien de nuevo, al menos no tan pronto, pero esa chica era tan hermosa que el corazón se le aceleró. <<Idiota>>. Se dijo a sí mismo. Era una chica más, de cabello negro y ojos cafés, que se pintó los labios y nada más.
—No —musitó, en voz apenas audible—. No me volverá a pasar.
El resto de la clase transcurrió con lentitud. Las horas pasaron en su reloj, convirtiendo el sol de la mañana en calor de mediodía. Las doce llegaron en el mismo momento en que su celular le señaló que la batería estaba por acabarse. Había pasado toda la clase jugando en el aparato, logrando ignorar con éxito a la belleza de ojos cafés y cabello negro.
Esperó que todos salieran, se despidió con fría educación de la profesora y se encaminó hacia la entrada del campus, donde los estudiantes se reunían, charlando, bebiendo, fumando o decidiendo cuál de las tres opciones anteriores elegirían. Marco se encontraba ya allí, de pie apoyado en un poste, mirando a la gente pasar. —Que fue mija. —Saludó él, recibiendo por contestación las mismas palabras. Al reunirse, echaron a caminar en dirección a la parada del trole.
—Así que… Veinte manes.
Las palabras de Marco parecieron arrancarle de un sueño. Se mareó, su cabeza se llenó de ideas contradictorias y la luz del día pareció querer abrasar sus ojos. La sensación era la misma que uno experimenta cuando ha despertado de un sueño profundo. <<M****a>>. Repitió su mente una y otra vez. Esa chica le provocó una reacción, un dilema, casi una epifanía. Desde La Tragedia se había cerrado a las féminas, a pensar en que una mujer le podría gustar, a esos sentimientos tan fuertes que destruían corazones. Ahora, tras sentirse atraído, la verdad de que todo un mundo de dulzura seguía ahí fuera le aclaró las ideas. El mundo no se detuvo porque él sufrió, la vida no terminó, el amor no dejó de acaparar nuevas víctimas. Su corazón, destruido y reconstruido, no perdió de ningún modo la capacidad de sentirse atraído, de querer. Demasiada información para un solo momento. Respiró, recobrando la compostura. Todas sus revelaciones no duraron más de un segundo.
—Y solo cuatro peladas, mija reina. Gracias a vos, estoy metido en un curso donde todos son una sarta de giles y cepillos. —Declaró, aun si solo tenía constancia de lo segundo.
—Les pregunté a mis nuevas amigas, —contó Marco, con una sonrisa de suficiencia—, porque te toco tan mala suerte. Dicen esas manes que si bien la mayoría de acá son chicas, también hay algunos manes por las carreras de audiovisual y esas notas. Dicen también que algunos es que quieren hacer películas de superhéroes y esas huevadas.
Rio ante tal declaración, aun cuando él mismo era fanático de cuanta nueva película de los Vengadores saliera al cine. —Ya nada, guambra. Ese man del coordinador clarito dijo que solo podíamos hacer un cambio en todos los niveles. Ahora, gracias a vos, tendré que cursar dos niveles enteros con puro pito rodeándome.
—Los pitos te rodean aun sin mi ayuda. —Afirmó Marco.
Ambos rieron. La parada del trole se encontraba llena, por lo que esperaron alrededor de media hora para por fin abordar una unidad que no se encontrase tan repleta. Mientras el vehículo avanzaba, hablaron de las compañeras de Marco, de cuan cepillos eran sus compañeros, de las teachers y de lo distinto que era estudiar en el norte, en una zona más “rica” de la ciudad. Quito era una ciudad caracterizada por sus contrastes, por familias que a veces no comían, mientras que otras tenían tantas opciones que no sabían que comer ese día. Él y Marco, dos muchachos que crecieron más allá de la Villaflora y vivieron toda su vida por esos rumbos, estaban acostumbrados a la escasez, al arroz con huevo, a la salchipapa de dólar y los buses de veinticinco centavos.
—Vos te pones la papa, por cojudo. —Pidió Emilio. Ante la “adversidad” a la que se enfrentaba su amigo al estar en un curso con puros hombres, Marco no pudo hacer más que aceptar.
Nubes de lluvia cubrían el cielo cuando los muchachos salieron del local de comida rápida ubicado en San Bartolo. El clima de Quito, que apenas hace una hora era soleado, ahora se revelaba frío y húmedo, caprichoso cual mujer joven. Ambos corrieron hacia la parada de buses, se despidieron chocando las manos y se dijeron, con mutua simpatía, un “nos vemos mijita”. Marco vivía en Guajalo, Emilio en la Argelia. Un aguacero casi de proporciones bíblicas caía sobre su barrio cuando por fin se bajó del bus, corriendo hacia su casa para mojarse lo menos posible.
El grisáceo color del cielo cubrió la ciudad con un frío manto, mientras las amas de casa corrían a recoger la ropa y los incautos ciudadanos se refugiaban en tiendas y viseras del inclemente clima. Era un sábado tres de la tarde cuando Emilio Cartagena, empapado, entró a su hogar. Su mamá, antes de secarle o preguntarle siquiera cualquier otra cosa, solo le gritó.
— ¡Guambra shunsho! ¡Por qué no escampaste en algún lado!
Tres semanas habían transcurrido desde que el curso de inglés comenzó.Emilio se acostumbró a su situación prontamente. No peleó, no discutió con el coordinador, no volvió a putear a Marco. Se resignó a concluir los dos niveles que faltaban y a escuchar las bromas sosas de sus compañeros y a contemplar, a ratos, a la belleza de los labios color durazno, de quién sabía su nombre, sus gustos y conocía su personalidad; todo gracias a las preguntas insidiosas que la teacher hacía a los estudiantes y que él, odioso, evitaba responder en la medida de lo posible. El muchacho evitó cuanto pudo cualquier contacto con la chica que tanta atracción le produjo esa primera vez. Luchó con su anhelo de conocer a alguien más, con el deseo de ser feliz.Sin embargo, a veces ciertas acciones y situaciones deben de suceder y aunque queramos ev
Fría nocheLas horas caen como pétalos,E inevitable llega la noche fría.Pero a mi alma no le preocupa la oscuridad,Sino que no te tengo, amada mía...Los ojos color chocolate bailaron por sobre las letras, de un lado al otro, en un vaivén que a Emilio se le hizo infinito. <<Va a decir que no le gusta. Ella es culta y no le va a gustar estos poemas que solo son frases que riman>>. Mil pensamientos cruzaban por su mente mientras el viento alborotaba los cabellos de ella, en un remolino cautivante. El césped en el que estaban sentados le resultó incómodo y se movió, sintiendo una pizca de nerviosismo.<< ¿Qué es la literatura?>> Se preguntó a sí mismo mientras recordaba lo que escribió. “Arte de la expresió
Desde hace días estoy febril,Y mis ideas navegan en un mar extraño,Dejo que mi pecho se llene de pena y soledad,Dejo que mi corazón se haga más y más daño.El vaso de licor rodó por entre todos los presentes.Era un día viernes, de una semana fría, de un año extraño, de una vida única. Los muchachos que compartían las “puntas” reían y contaban historias de lo que fue y no pudo ser, de otros tiempos y otras personas, de lugares a los que fueron y a los que quisieran ir. La mayoría se conocía desde niños, cuando los borrachos les daban miedo, y continuaban siendo amigos ahora en la flor de la juventud, cuando los borrachos se convirtieron en ellos. Allí, en el barrio de los pinos, donde se veía todo Quito y el Valle de los Chillos, Emilio Car
Y mientras escuchó la lluvia caer,Sé que la cura para mi mal eres tú, mujer.Y mientras veo la negra oscuridad,Siento que contigo llevas siempre mi otra mitad.La primera vez que Julieta Ortiz miró a Emilio Cartagena, el primer día de clases, pensó firmemente que él era un amargado.Ella entró ese día sin ninguna expectativa ni ningún deseo más que pasar el curso de inglés. Conocía al menos de vista a sus compañeros, no esperaba sorpresas ni nada que cambiase su modo de ver las cosas o la comodidad que sentía en su instituto. Ella estaba bien, feliz, tranquila. Pero entonces apareció él, y le provocó sentimientos a los que ella no estaba acostumbrada.¿Qué hacía un chico como él en ese curso? Por la presentación de la
Sueño con tus ojos, E imagino de tus labios el dulce sabor, Sé que mi mal es la falta que me haces, Y sé que mi pronta cura es tu amor. La cabina del teleférico se movía con lentitud, ascendiendo hacia las alturas, desde donde Quito se veía como una decoración multicolor lejana. La capital era una ciudad rodeada de montañas, de cerros, ríos y quebradas, un accidente geográfico que encontraba su belleza en medio del caos. El frío allí en esa altura era considerable, por lo que ambos muchachos se abrazaron a sí mismos, mientras conversaban amenamente de lo bello que resultaba el paisaje. Emilio y Julieta, tomados de la mano, se dejaron llevar por un sentimiento que les sorprendió con una fuerza tenaz. Su resistencia a éste se hacía cada vez más frágil. Casi un mes de noviazgo les enseñó muchísimas cosas, y por decisión de él, no se había vuelto a intentar un beso después del incóm
—Después de todo el inglés resultó más que bien, ¿si o qué?La voz susurrante de Marco le distrajo un segundo de lo que el ingeniero enseñaba en el pizarrón. Las fórmulas se fundían formando un mosaico casi ininteligible de números que sin embargo, los estudiantes de algún modo debían de entender.Afuera, el ruido de los buses Translatinos pasando y algunos autos de “adefesiosos” que aceleraban en la avenida Maldonado se dejaba escuchar. Era la última hora de clase de un día lunes, por lo que a Emilio y Marco les esperaba una larga semana por delante.—Y entonces mija. —Respondió en el mismo volumen, procurando tomar los últimos apuntes del ejercicio de la pizarra—. Vos andas contento vacilando.—Y vos contento con tu pelada.Emilio no pudo evitar sonreír ante el recuerdo de ella, su
Te extraño, y la fría noche lo sabe.Te necesito y sé que ya no soy el que era…Por eso cuando llegues, cálida, hermosa, a mí,El invierno de mi corazón pasará a linda primavera.La mañana lo recibió con un sordo dolor de cabeza. El mundo dio vueltas cuando se levantó de la cama y el negro azulado propio de las seis de la mañana se dejo ver por la ventana. Reuniendo fuerzas para superar su malestar, apartó las cobijas y miró en su celular la hora. Eran las seis de la mañana de un nuevo día, de un martes en específico; el día siguiente a su borrachera.En su celular, precisamente el último mensaje era de ella, de su novia, deseándole una linda noche. No le respondió. Entre las brumas que se presentaban en sus recuerdos, rememoró como l
Julieta se quedó en silencio. “Te quiero”. El eco de las palabras resonó entre ambos. El mundo pareció quedarse quieto durante esos instantes que ambos cruzaron miradas. Ella no respondió, paralizada. Tres meses llevaban ya, y por lo tanto el demostrar sus sentimientos de ese modo no le pareció apresurado al chico. Pero tal parecía que Julieta no opinaba lo mismo. Las manos se juntaron con fuerza durante un segundo… y entonces se soltaron. Las dudas y el ramalazo de inseguridad que sintió Emilio antes por su borrachera volvieron, pero esta vez enfocándose en lo distinto que resultó al momento a como se lo imagino. ¿Qué culpa era que sus sentimientos le hiciesen decir lo que sentía? Tragando saliva, miró a su novia, quién parecía tan expectante como él. —Me quieres —respondió ella por fin, atravesando con sus palabras un silencio que ya era tan tenso como el hielo, rodeándolos a ambos—. ¿Para qué? Antes de ese momento, Emilio se hubiera