Máximo
Delfina caminaba lejos de mí a pasos apresurados sobre la nieve, se soltó de mi agarre con brusquedad, no le importó no disimular cuando una pareja nipona nos pidieron tomarle una foto. Uno de mis escoltas lo hizo por mí, alcancé a Delfina dentro de la estación. Estábamos en Cerro catedral en Bariloche. La vista me distrajo un momento de mi misión de ir por mi mujer. Seguí y la halle sentada en el centro del lugar buscando calor.
—¡Delfina!
—¿Por qué querías venir aquí?—gritó con el rostro tenso y rojo.
—Me apetecía esquiar.
—Hubiésemos ido a los Alpes franceses. Estamos en Bariloche, se suponía que recorreríamos todo, que sería algo romántico, que intentaríamos...
—¡Basta!—la interrumpí—, tenemos muchos días, y Cerro Catedral está en Bariloche, aquí está, forma parte del recorrido que querías hacer.
—No, fuimos a Cerro Otto, fue suficiente.
—Yo quería venir a Cerro Catedral—insistí.
—Querías ganar tiempo fuera de la cama—susurró con amargura, venenosa pero con cuidado de no ser oída por extraños.
Me eché a reír.
—Sí, ahora odio el sexo—ironicé.
—Sabes Máximo, sabes que no quieres darme hijos, dices que sí pero no me los das.
—No sé de qué hablas, hemos tenido sexo.
—No me acabas adentro—dijo entre dientes, entornando los ojos y con su mandíbula tensa. Cubrí su boca con mi mano y abrí los ojos mandándola a hacer silencio.
—Grítalo Delfina ¿Qué te pasa?
—Sabes lo que me hace el frio, me duele la cabeza, no soporto la presión, tengo nauseas...
—Toma lo que se toma para eso. No seas exagerada. No lo hice apropósito, en todo el lugar hay frio, lo elegiste tú.
Se giró, solo veía su cabello negro liso largo atado en una cola y su delgado cuerpo de espaldas a mí. La rodee con mis brazos y hundía la cabeza en su cuello en esa posición, cerré los ojos y dejé pequeños besos en su cuello. Se ponía insoportable con el tema de los hijos, que yo no quería y ella moría por tener, no era valiente lo suficiente para decirlo, así que la evadía, era una tarea titánica de todos los días.
—Te amo, dame tiempo, deja de pensar en conspiraciones de mis soldaditos—dije en su oído susurrando, ella se estremeció y rio.
—Max, estoy molesta.
—Mejor para mí, no me exprimirás como máquina de sexo hoy.
Se sacudió y se alejó de mí.
—Ve a esquiar—dijo con burla.
Me iba a divertir, tener experiencias, ya estaba allí y eran las únicas vacaciones que tendría antes de lanzar la próxima colección. Así que de forma casi insensible ignoré sus pataletas y fui a esquiar, pero la mala suerte y el destino se confabulan para armar eso que Chopra llamó sincrodestino. Esas coincidencias que ocurren una detrás de la otra para que algo más definitivo ocurra ocultando un significado místico para que los milagros ocurran. No sé si ocurrió un milagro pero la caída que me di me ocasionó múltiple facturas y casi la muerte.
Algo me impactó y perdí el control, caí cuando descendía, choqué contra algo y por la velocidad con la que iba el impacto de la caída fue mayor, me fracturé un brazo y una pierna, costillas, y por poco me desnuco. El dolor era insoportable, me socorrieron a tiempo.
Desperté en un hospital local, con Delfina llorando a mi lado mientras tomaba mi mano. No sé si fue sincrodestino, quizás solo fue el odio intenso que me lanzó Delfina antes de que se me ocurriera pasear por la montaña nevada en lugar de follarla sin cesar en un hotel en Bariloche, como si fuera mágico el lugar y así quedaría encinta.
Dudaba de que estuviera llorando por mi estado, lloraba porque no podría follarla y llenarla de mi semilla para embarazarse, ni esa noche ni muchas en adelante, pensé que la muy retorcida aprovecharía mi situación para sacar mi producto y hacerse inseminar.
—¡Gracias a Dios despertaste! Los muchachos están coordinando todo para salir de aquí, nuestro avión nos espera en Buenos Aires.
—Lamento arruinar tus vacaciones, no fue apropósito, por si lo piensas.
Bufó y soltó mi mano.
—Ni convaleciente dejas de atormentarme. Deja tu impertinencia—dijo y se alejó.
—Lo siento Delfina—dije, estaba adolorido.
—No tienes lesiones internas. Necesitarás mucho reposo si quieres estar al ciento por ciento para la preparación de la próxima colección. Contrataremos una enfermera que te cuide las veinticuatro horas, mejor dos.
—Ahora más que nunca necesito que consigamos contratar a Saro Bertucelli.
—No pienses en trabajo ahora Máximo, descansa.
Al llegar a casa me encontré con mi familia, mi madre y mi padre se mostraron preocupados. Ya una enfermera y un enfermero me esperaban en mi habitación. Dormí al llegar y pensé que después de todo sería un descanso forzado pero necesario de mi trabajo, de mi familia, de mi vida y sobre todo de Delfina.
No fue fácil estar inmovilizado en cama, ser atendido hasta para bañarme, la enfermera de cabellos castaños y rostro coqueto me hacía caritas seductoras, su sonrisa se interrumpió abruptamente cuando mi mujer le ordenó al chico que fuera quien me bañara y se ocupara de llevarme al baño. Lo agradecí, me daría menos vergüenza delante del chico estar tan vulnerable, por eso casi me dio un infarto cuando Camilo fue a visitarme y propuso un horror: contratar a su cuñada. La de los pechos grandes y rostro inocente, la sexi y tierna, tentadora Irene.
—Camilo, es excelente idea. Sí necesitamos una enfermera más. Deben turnarse, y ella es de confianza, es familia de Ada, su hermana, es decir es perfecta, no sabía que era enfermera.
—Lo dijo a la mesa pero seguramente solo oíste la parte en la que decía que preparaba banquetes—recordó Camilo.
Mi hermanito menor era de los que hablaba poco pero cuando hablaba decía lo justo, lo preciso, lo necesario.
Delfina rio afirmando.
—Eso fue, lo recuerdo ahora. Qué pena, pensará que no la quisimos contratar como primera opción, no la recordaba—se excusó Delfina.
«Yo sí, mucho».
—Te aseguro que tiene tiempo, no está cubriendo muchas horas—explicó Camilo.
—Le caerán bien estás horas atendiendo a mi marido entonces, listo Camilo, que se presente aquí y ya está. Ni la entrevistaré.
No podía dejar que esa contratación ocurriera, los coqueteos y miradas indiscretas de la enfermera castaña me divertían pero tener a Irene cerca sería diferente, había algo en ella que no me permitía apartar la mirada de su rostro o su cuerpo. La incomodidad cobraría un nuevo significado. Debía impedirlo.
—¿Para qué otra enfermera Delfina?
Se volvió a verme con extrema sorpresa.
—Creí que dormías. Los enfermeros son seres humanos, quiero atención veinticuatro horas para ti y los chicos deben descansar, un turno más le sentará bien a todos.
—No hace faltad Delfina, en turno entre media mañana y media tarde, sobra. No contrates a esa chica, la harás perder tiempo.
—No, nada que ver. Está decidido.
No hubo cosa que dijera, argumento que usara y fuera confesable que hiciera que Delfina cambiara de opinión así fue como la contratación de la sexi y tierna Irene se selló. Me resigné a que debía solo disfrutar la tentadora vista.
La presencia de oportunidades no garantiza el éxito, puede bien ser una oportunidad para arruinarlo todo, para fracasar, depende de la perspectiva desde que se le miré, así comienza mi historia, una historia de éxito o de fracaso, depende de quién juzgue.El día donde todo inició, en mi interior sabía que había sido antes, mucho antes, terminaba mi última guardia en una clínica privada cuando mi hermana Ada me llamó.—Hermana ¿Recuerdas que te dije que Máximo tuvo un accidente en una pista de ski en Bariloche? —preguntó con una emoción inapropiada en su voz.—Sí, me dijiste ¿Cómo sigue?—Vivo está, pero han contratado dos enfermeros para cuidarlo.—¿Tan grave fue?—Sí, se fracturó hasta la verga.—¡Pobre! Pero…—No te llamó para darte parte medica de él, sino porque Camilo sugirió tu nombre para que te contrataran también, están buscando una más para cubrir los turnos y eso.—¡Ada! Ellos seguro contrataron enfermos especializados con cien años de experiencia, yo, es decir, ellos son e
Ninguno se movía, lo miraba y él me miraba, nuestros ojos estaban conectados, no fui capaz siquiera de tragar, la garganta me dolía, sonreía apenas, él hizo un gesto con la cabeza para que tomara asiento en su habitación, recordé a su mujer y que él estaba sin camisa frente a mí.—Camilo tiene razón, Delfina exagera —dijo.—Creo que me darán un uniforme. Mejor bajo. Tu casa es muy linda—apuré las palabras.Rio con picardía.Sentí su mirada clavada en mí al darme la espalda. Por fin tragué y respiré, sonreí mordiéndome el labio inferior, descubrí que me resultaba tan atrayente de la situación: hombre millonario, guapo, pícaro, inalcanzable, me encontraba atractiva lo suficiente para echarme un par de miradas indiscretas, y eso lejos de molestarme me parecía excitante, me hacía sonreír como tonta solo porque sabía que otras lo encontraban atractivo, yo lo encontraba atractivo. Mientras otras se morían por estar cerca de él o conocerlo, yo lo tenía ahí repasándome con descaro cuando cre
Pensaba que había sobrevivido a otro día en el la tentación me rondaba, pero la situación del día anterior me mantenía cauteloso, casi tuve una erección mientas ella limpiaba mis heridas. Lo peor no fue eso, o que ella lo notara si no el hecho de que pareció disfrutar la vista, lo que me confirmaba que no era el único tonteando, claro que no lo era.Delfina paso su mano por mi entrepierna y me dejó un beso en el cuello, ronroneando mientras se revolvía en la cama. Besé su cabello y aparté su mano.—¿No quieres que te haga cariño? —preguntó haciendo pucheros.No quería decirle que temía que terminara en un tubo de ensayo lo que saliera de mí. Ni siquiera se percató de que no estuve en la cama.—Me costó dormir, ahora estoy somnoliento, déjame descansar.—Eso te ayudará, ven —insistió incorporándose sobre mí, con su mano en mi entrepierna, recorriendo mi sexo con sus dedos, dejándome besos húmedos sobre los labios.—Tengo sueño Delfina.Bufó y se apartó de mí con ademán brusco. Entró al
MáximoDelfina llevó un chef para que preparara sushi. Era el último día de tortura con Irene moviendo su culo frente a mí cada vez que caminaba, ya estaba libre de enfermeros, que la incluían, conseguí que los últimos días solo Enrique me atendiera la mayor parte del tiempo. En la amplia cocina el hombre preparaba la comida con diligencia, permanecía serio haciendo lo suyo mientras el resto bebía vino, Delfina estaba sentada junto a mí en los bancos alrededor de la gran Isla de mármol donde el chef nos daba un espectáculo, Enrique, Amelia e Irene estaban sentados frente a nosotros, me sorprendí de escuchar a Enrique charlar más relajado, nos contó que tenía un novio y que se irían a vivir juntos.—Irene se va a casar ¿Les contó? —intervino mi mujer.—Sí, me contó —dijo Enrique—, prometió invitarme. Amelia movió su cara haciendo muecas. «Que muchacha tan desagradable».—¿Y tú tienes novio Amelia? —preguntó Delfina.—Sí, tenemos dos años —dijo con desdén.«Tiene novio, pero quería pr
IreneAda seguía en lo suyo ignorándome, le rogaba me acompañara al taller de Máximo, no debí aceptar, no debí decirle a Ada, porque desde que le dije asumió que iría y cuando me mostré dudosa de ir, comenzó a preguntar los porqués, no quise sonar sospechosa, porque en mi mente no quería estar ante esa tentación de hombre de nuevo, no después de lo descarado y coqueto que fue conmigo, y que yo fui también, me resultaba casi imposible no quedarme como boba escuchándolo, viéndolo, era muy pícaro, sabía lo que hacía, sabia como me ponía. Lo peor era que emocionaba verlo.Tomé mi cartera y me fui, esperaba que su esposa estuviera allí. Me puse una braga de mezclilla ancha y unas botas rusticas sin tacón, un suéter amplio. Yo no tenía estilo, no me veía bien, pensé que así él no pensaría que quería seducirlo o algo.Esperé que fueran las tres de la tarde que fue la hora a la que me citó. Estuve desde las dos en un café cercano, desde allí podía ver el moderno edificio donde él tenía su tal
IreneEl duelo de miradas no cesaba, no sabría decir cuánto tiempo pasó, solo nos veíamos, él miraba mis labios, mi cuello, mis pechos, yo lo miraba a él mirarme, estaba encendida, loca, perdida.—¿Haces esto solo por la moda? —pregunté.—Para salvarla de los horrores que le haces —dijo, pero no sonrió. Apretó sus manos sobre mis caderas, podía oler su aliento, una mezcla de: menta, café y chocolate, su perfume, su loción de afeitar, el chicle que tenía en el bolsillo de su camisa. Mi respiración era agitada.Ninguno de los dos parecía dispuesto a confesar nada, a decir algo, a admitir algo, como si decirlo lo hiciera real, era real, ninguno se movía un centímetro, hasta que él llevó una de sus manos hasta mi cara y tomó mi barbilla, me hizo alzar la cara, examinó mis ojos, sus pupilas estaban dilatadas, roso con sus dedos mis labios de forma brusca, gemí muy bajo. Sus ojos se crisparon ante el sonido.—Sé que maquillaje te sentará bien —dijo.Soltó mis caderas por completo y con las
Máximo.Creí que al estar dentro de ella la fiebre se pasaría, pero no, solo la deseé más. Deseé más su tibio y suave cuerpo, sus pechos deliciosos, su gemidos tímidos, era muy tímida en la cama, las cosas que quería hacerle, solo pensaba que la quería gimiendo en miles de posiciones, no me iba a conformar con haberme sacado las ganas, de hecho quedé insatisfecho con el polvo, se mantenía boca abajo, sin moverse, me puse de costado y recorrí la piel de su espalda con mis dedos, se sobresaltó.—¿Estás bien? —pregunté.—Sí—respondió escupiendo la palabra.Besé su cuello, sonrió. Se estremeció. Suspiro.—¿Resaca moral? ¿Tan rápido?Se incorporó en la cama cubriendo su cuerpo con las sabanas. Me miró a los ojos con vacilación, negó.—No es la primera vez que lo haces ¿cierto?—No, he tenido sexo antes —reí. Ella trato de ocultar su sonrisa, pero terminó bajando el rostro.—No es a lo que me refiero —susurró.—Le he sido infiel a mi mujer antes. Sí.Levantó la vista. Podía advertir duda y
Irene.Escuché el grito de Ada en su habitación cuando abrió el paquete que llegó del taller de Máximo: una caja rosada con el vestido, otra más pequeña con un teléfono de gama alta de una marca con la que colabora Máximo, un ramo de rosas y una nota.«Toma fotos, mucha fotos, no olvides mencionarnos, lucirás hermosa y sabemos que nos llenará de orgullo ver tus fotos con nuestras etiquetas, que te lluevan los me gusta y los éxitos. Máximo Rossi». Lo sabía porque me llegó lo mismo, dude si usar su vestido, después de nuestro encuentro no pude evitar pensar que era mi pago por el revolcón que nos dimos, recordaba sus palabras la última noche que estuve en su casa de la playa: «tú no tendrás que pagar nada», pero después de lo que pasó, sentía si había pagado, con sexo, con mi cuerpo, así me hizo sentir.Estaba confundida, yo quería aquello, lo deseaba, lo deseaba a él pero no sé qué me imaginaba yo que pasaría, quizá de forma inconsciente pensaba que me llevaría a cenar, me regalaría r