Capítulo 2

Máximo

Se pronosticó lluvia, aun así Camilo, Mauricio, y mis padres insistieron con hacer la parrillada. Delfina coordinaba animada todo como siempre. La casa de mis padres era una mansión clásica, aseñorada, pero era el punto de reunión de todos. Mauricio es el mayor, de treinta y ocho años, cirujano plástico, casado y con una hija de dieciocho años, la luz de los ojos de todos en la familia, mi sobrina Eva, sin saber qué hacer, más que suplicarme que la ayudara a desarrollar una carrera de modelo, a lo cual me negaba constantemente y Camilo de veintiún años, pronto se recibiría de abogado.

La relación de Ada y Camilo no era tan larga como pareja, se conocían desde hacía un año y comenzaron a salir como novios hacía tres meses, pero su rostro ya era familiar entre nosotros. Comenzaba hacerlo el de su hermana, quien la acompañaba a veces, como ese día.

—Hola Máximo—saludó nerviosa.

—Hola Irene—dije sonriendo.

Me acerqué y le dejé un beso en la mejilla para hacerla sentir más cómoda, fue un error porque recordé lo que deseé verla desnuda aquella noche en el barco, aunque ahora llevara unos vaqueros y botas bajas hasta debajo de la rodilla y un suéter tejido amplio. Llevaba ropa ancha y aun así sus pechos conseguían asomarse sinuosos. La dejé, y seguí para ayudar con la parrilla.

Una cosa era poner en movimientos esas fantasías perversas en mi cabeza en la que follaba su boca o la tomaba con brusquedad por atrás y otra pensar en eso en medio del jardín de la casa de mis padres un domingo a las 10:00 am con toda la familia alrededor de una parrilla, tampoco era un desesperado falto de sexo.

Sentados en la mesa amplia del jardín, y el olor de la carne asada más los colores de la ensalada me recordaron porque amaba esos encuentros familiares aunque dijera odiarlos. Eran los colores, los olores y sabores de la familia.

—¿Qué haces para vivir?—preguntó Mauricio a Irene con la solemnidad propia de él.

—Soy licenciada en enfermería—respondió Irene con gesto tranquilo y orgullo en sus ojos—, también hago postres para bodas, cumpleaños, eventos.

Sus ojos brillaron cuando dijo Licenciada en enfermería y no dijo enfermera, como si lo segundo, supusiera un oficio común, decir licenciada recordaba el esfuerzo que hay que hacer para ser enfermera, que no era solo un oficio, era una profesión para la que estudió.

—Lo tendremos en cuenta—dijo enseguida Hilda la esposa de Mauricio, una gemela extraviada de Delfina, a penas oían algo relacionado a celebración, saltaban emocionadas.

—¡Oh! Claro, no sé si para tanta gente como están acostumbrados o con la distinción que deben requerirlos—aclaró Irene.

Mi mujer se rio, se sentó sobre mis piernas. Besé su espalda y sobé sus piernas mientras la acomodaba mejor sobre mí. Acariciaba mi cabello con ternura.

—No seas ridícula Irene. En esos cursos no los enseñan a hacer cosas que hace el pueblo llano, deberías hacernos una muestra algún día y sí, te tendremos en cuenta—expresó mi mujer.

Irene sonrió satisfecha y afirmó.

—Me encantaría.

—Estamos en el ramo de la salud los dos, me gusta—dijo Mauricio.

—¿Y qué edad tienes? Nos dijeron los chicos que te casarás, te ves muy joven—preguntó mi padre.

—Irene y yo somos mellizas. Tiene veintiuno también—intervino Ada, todos jadearon con asombro.

—No sabíamos, no parece, tú pareces mayor Ada, decíamos: la hermanita de Ada—se burló mi padre.

—Señor Carlo—se quejó Ada fingiéndose ofendida.

Mi madre soltó una carcajada así como Hilda y mi mujer, Irene hacia muecas para burlarse de Ada y Camilo estaba doblado de la risa, a mí me parecía lo contrario, aunque coincidía con ellos en el aspecto físico: Ada usaba colores fantasía sobre el cabello, colores oscuros: morado, azul, verde, su piel tan blanca con sus cabellos encendidos en esos colores hacia un pobre contraste que hacían sus facciones más duras. Y sí, Irene llevaba su cabello castaño claro liso y su rostro sin exceso de maquillaje, se veía más joven pero era su actitud y su manera de hablar que la hacían parecer mayor en comparación a su fastidiosa hermana, que siempre empleaba un tono infantil y argumentos tontos y vacíos para plantear sus ideas.

—No se parecen nada—observó Eva con fastidio batiendo sus cabellos rubios y regresó la vista a su celular.

—Sí, no somos gemelas idénticas, solo compartimos el vientre de mi madre al mismo tiempo—dijo Ada.

—Puedo arreglar eso—bromeo Mauricio, pero nadie entendió el chiste.

—Gracias pero prefiero conservar mi rostro y sé que a Ada le gusta el de ella—dijo Irene con tono suave y melodioso.

Encendía algo en mí definitivamente. Debía evitar mirarla y oírla.

—¡Ay sí! Yo soy bella, así estoy espectacular—rio Ada con ademán infantil. Ni Eva se comportaba así, apenas resistía la tentación de rodar los ojos al oírla.

«Veintiún años, bastante joven para mí», pensé, enseguida me regañé, no debía pensarla para mí porque yo estaba casado y si bien caí en la tentación algunas veces, que mi mujer me perdonó y que no repetí, ella además era la hermana de la novia de mi hermano y estaba comprometida.

Comimos la parrilla entre: el comportamiento comedido de mi madre, los escándalos de mi padre, chistes malos de Mauricio, comentarios frívolos de mi mujer y de Hilda, desplantes de Eva, boberías de Ada, los eternos silencios de Camilo, la risa suave y tímida de Irene y mis miradas furtivas a sus pechos que se veían generosos.

Entré a la casa para lavarme las manos, ella miraba nuestros retratos familiares en el pasillo que daba al baño de servicio, que pretendía usar, solo porque estaba más cerca. No me perdí detalle de su cuerpo mientras me acercaba, hasta que ella se giró.

—Hola—dijo con timidez. Advertí como se sonrojó al verme, ya me había dado cuenta de que no le era indiferente.

—Hola—sonreí de medio lado ocultando mi diversión—, ¿Perdida?

—No—exclamó y movió las manos con un gesto nervioso—, solo admirando la linda familia que tienen.

—Eso dices porque hoy no hablamos de los hijos que no tengo con Delfina ni de la carrera de funcionario público que quiere seguir Camilo en la fiscalía, y que Eva no se puso pesada con lo de que quiere que la haga modelo. Te salvaste.

Se rio y se abrazó a ella, su mirada era cálida.

—Es lindo, incluso pelear es lindo. Somos solo Ada y yo, y mi madre. Ada y yo nunca peleamos. Somos solo nosotras dos en el mundo.

—Hace falta decirse sus cosas en la cara de vez en cuando. No te creas que por no pelear todo está bien. A veces hay que sacar la antipatía que sentimos por la gente.

—No me los imagino a ustedes así.

—¿Qué dices? Muero por decirle a Mauricio que se ve ridículo rapando su cabello cuando tiene cabello.

—¿No es calvo?

—¡No!—exclamé entre risas.

—¿Por qué hace eso? ¡Qué absurdo! —se carcajeo. La combinación de sus dientes blancos, sus labios rosa y la sonrisa que subía a sus ojos, me dejó admirándola por par de segundos de más.

Espabilé.

—Creo que leyó el estudio ese donde dicen que los hombres calvos son más viriles o son percibidos como mejores amantes o qué sé yo—dije.

Ella no dejaba de reír.

Hablaba, yo hablaba mucho con ella, yo no soy del tipo de gente que habla mucho. Ninguno de los tres lo somos, el más conversador es Mauricio, luego yo y el caso extremo es Camilo, con frecuencia pasa por mudo, pero con Irene me provocaba hablar. No me provocaba hablar, debo sincerarme, me gustaba verla, y para poder verla más de cerca, la conversación era lo menos raro que podía hacer con ella en lugar de mirarla como un lunático.

No estaba enamorado de ella, es una mujer hermosa y tanto hombres como mujeres, sin interés sexual o romántico podían admirar su rostro ovalado, su piel perfecta y su cuerpo recetado para pecar; sin embargo, como siempre, la llama que se enciende y abraza todo hasta acabarlo empieza como eso: una llama, que ante el menor descuido arrasa con todo.

Mirar a Irene Bencomo y encontrarla linda a la vista, agradable, sensual y atractiva lo suficiente para tentase a mirarla de más y fantasear con ella, eran pequeños actos que estaban peligrosamente cerca de mutar si se descuidaban, porque uno podía enamorarse, porque ella podía corresponder, porque las cosas se podían complicar, la razón dictaba no mirar y seguir y yo no lo hice cuando debí.

La lluvia cayó y todos entraron corriendo a la casa, entonces recordé que iba al baño a lavarme las manos. Hice más que eso.

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