IreneAda seguía en lo suyo ignorándome, le rogaba me acompañara al taller de Máximo, no debí aceptar, no debí decirle a Ada, porque desde que le dije asumió que iría y cuando me mostré dudosa de ir, comenzó a preguntar los porqués, no quise sonar sospechosa, porque en mi mente no quería estar ante esa tentación de hombre de nuevo, no después de lo descarado y coqueto que fue conmigo, y que yo fui también, me resultaba casi imposible no quedarme como boba escuchándolo, viéndolo, era muy pícaro, sabía lo que hacía, sabia como me ponía. Lo peor era que emocionaba verlo.Tomé mi cartera y me fui, esperaba que su esposa estuviera allí. Me puse una braga de mezclilla ancha y unas botas rusticas sin tacón, un suéter amplio. Yo no tenía estilo, no me veía bien, pensé que así él no pensaría que quería seducirlo o algo.Esperé que fueran las tres de la tarde que fue la hora a la que me citó. Estuve desde las dos en un café cercano, desde allí podía ver el moderno edificio donde él tenía su tal
IreneEl duelo de miradas no cesaba, no sabría decir cuánto tiempo pasó, solo nos veíamos, él miraba mis labios, mi cuello, mis pechos, yo lo miraba a él mirarme, estaba encendida, loca, perdida.—¿Haces esto solo por la moda? —pregunté.—Para salvarla de los horrores que le haces —dijo, pero no sonrió. Apretó sus manos sobre mis caderas, podía oler su aliento, una mezcla de: menta, café y chocolate, su perfume, su loción de afeitar, el chicle que tenía en el bolsillo de su camisa. Mi respiración era agitada.Ninguno de los dos parecía dispuesto a confesar nada, a decir algo, a admitir algo, como si decirlo lo hiciera real, era real, ninguno se movía un centímetro, hasta que él llevó una de sus manos hasta mi cara y tomó mi barbilla, me hizo alzar la cara, examinó mis ojos, sus pupilas estaban dilatadas, roso con sus dedos mis labios de forma brusca, gemí muy bajo. Sus ojos se crisparon ante el sonido.—Sé que maquillaje te sentará bien —dijo.Soltó mis caderas por completo y con las
Máximo.Creí que al estar dentro de ella la fiebre se pasaría, pero no, solo la deseé más. Deseé más su tibio y suave cuerpo, sus pechos deliciosos, su gemidos tímidos, era muy tímida en la cama, las cosas que quería hacerle, solo pensaba que la quería gimiendo en miles de posiciones, no me iba a conformar con haberme sacado las ganas, de hecho quedé insatisfecho con el polvo, se mantenía boca abajo, sin moverse, me puse de costado y recorrí la piel de su espalda con mis dedos, se sobresaltó.—¿Estás bien? —pregunté.—Sí—respondió escupiendo la palabra.Besé su cuello, sonrió. Se estremeció. Suspiro.—¿Resaca moral? ¿Tan rápido?Se incorporó en la cama cubriendo su cuerpo con las sabanas. Me miró a los ojos con vacilación, negó.—No es la primera vez que lo haces ¿cierto?—No, he tenido sexo antes —reí. Ella trato de ocultar su sonrisa, pero terminó bajando el rostro.—No es a lo que me refiero —susurró.—Le he sido infiel a mi mujer antes. Sí.Levantó la vista. Podía advertir duda y
Irene.Escuché el grito de Ada en su habitación cuando abrió el paquete que llegó del taller de Máximo: una caja rosada con el vestido, otra más pequeña con un teléfono de gama alta de una marca con la que colabora Máximo, un ramo de rosas y una nota.«Toma fotos, mucha fotos, no olvides mencionarnos, lucirás hermosa y sabemos que nos llenará de orgullo ver tus fotos con nuestras etiquetas, que te lluevan los me gusta y los éxitos. Máximo Rossi». Lo sabía porque me llegó lo mismo, dude si usar su vestido, después de nuestro encuentro no pude evitar pensar que era mi pago por el revolcón que nos dimos, recordaba sus palabras la última noche que estuve en su casa de la playa: «tú no tendrás que pagar nada», pero después de lo que pasó, sentía si había pagado, con sexo, con mi cuerpo, así me hizo sentir.Estaba confundida, yo quería aquello, lo deseaba, lo deseaba a él pero no sé qué me imaginaba yo que pasaría, quizá de forma inconsciente pensaba que me llevaría a cenar, me regalaría r
MáximoVeía a los empleados caminar de un lugar a otro desesperados dejando todo en orden, el jardín parecía que sería escenario de una boda y no de una petición de mano. Me senté a beber en una de las mesas frente al jardín, sabía que ese día vería a Irene, sería imposible que no fuera ese día, había evitado ir a la casa desde nuestro encuentro, pero Camilo no dejaría que se perdiera algo así.Mi estómago protestó cuando mi hermanito menor nos reunió a Mauricio y a mí para contarnos que se quería casar con Ada, no opiné mucho, su decisión me estaba haciendo familia de la que chica con la que follé, pero no era la primera vez, alguna prima de Delfina me follé y lo recordaba, rodé los ojos, aquellos fueron otros tiempos y estos son otros, y seguía repitiendo: Irene no es como ninguna de ellas.—Listo para contemplar como Camilo feliz se lanza al infierno —rio Mauricio sentándose junto a mí.—Sí, está enamorado.—Así nos casamos todos, pero este se pasó, yo me casé a los veintiséis, tu
Máximo Mientras la familia los rodeaba para felicitarlos, esperé mi turno para perseguir a Irene en el lugar, no podía darme el lujo de dejar las cosas así con ella, seríamos familia, de algún modo estaríamos emparentados, con nuestras familias unidas. No era una cualquiera, después de esa propuesta de Camilo, mucho menos.Su hermana no la soltaba, se abrazaba a ella sonriente, hasta que Delfina se la robo para revisar la joya, una que ella misma eligió. Irene se apartó y se sentó cerca en el jardín, me acerqué antes de que alguien la abordara.—Irene.Rodo los ojos.—Aquí no.—Es solo hablar, una charla normal.—No aquí por favor —insistió.Derrotado regresé con Mauricio y Eva, charlamos largo rato, bebí, comí, y evité a mi mujer. A Irene la vigilaba con disimulo. La veía beber, nunca antes la había visto beber, reía mucho con Hilda, mi madre y la suya. Ella también evitaba a mi mujer. Decidí escribirle un texto pidiéndole que nos viéramos más tarde para hablar. Aceptó.Dejé de bebe
IreneMe sentía mal porque parecía que le estaba complaciendo, él me quería hacer su amante y ahí estaba yo diciéndole que quería seguir viéndolo, eso solo me convertiría en su amante. «Solo sexo», era peligroso, porque él estaba claro con eso, yo en cambio, me sentía adicta a él, a su elegancia, belleza, personalidad encantadora, no era mío, pero podía fingir que sí, solo porque él me encontraba atractiva lo suficiente para estar conmigo.—Me gustas Irene, sé que no eres como las demás, lo sé porque de lo contrario me valdría una mierda como te sentiste después de nuestro encuentro, pero aquí estoy preocupado de no haberte hecho daño.—Tu siempre tan sincero —reí nerviosa. Mis labios temblaban.—Lo siento. ¡Conóceme mejor! así soy, el punto es que quiero seguir viéndote, pero solo si estas y estoy seguro de que puedes manejarlo. —No lo sé. No sé si pueda, tienes razón. —No puedes enamorarte de mí, soy un desgraciado ¿Cómo podrías? —rio, sonreí.—Te ves hermosa sonriendo.Negué.—Sí
Máximo.Dormía sobre la cama, la llevé a la habitación después de hacerlo con ella por largo rato en la sala sobre el sofá. Casi no podía estar fuera de ella, dejar de ver su expresión cuando alcanzaba el placer, acariciaba sus cabellos castaños mientras admiraba su rostro delicado y hermoso, dormía profundo, parecía un ángel, sonreía ante el recuerdo de verla agitase, gemir y gritar sobre mí, debajo de mí, en todas las posiciones. Parecía no saciarse, y yo quería complacerla.Dormí otro poco, pero me levanté a las cuatro de la mañana, ella seguía durmiendo boca abajo con su culo redondo y tentador de piel blanca y suave expuesto, salí de la habitación para evitar despertarla follándola que era lo que quería hacer, me gustaba mucho, su carita hermosa, su cuerpo suave y tentador. No acostumbraba a enredarme con la misma varias veces, eso se sentía diferente a un frio revolcón, pero yo escuchaba los quejidos de Irene, como su cuerpo buscaba estimularse con el mío, sus sacudidas, y quer