Máximo
Delfina llevó un chef para que preparara sushi. Era el último día de tortura con Irene moviendo su culo frente a mí cada vez que caminaba, ya estaba libre de enfermeros, que la incluían, conseguí que los últimos días solo Enrique me atendiera la mayor parte del tiempo. En la amplia cocina el hombre preparaba la comida con diligencia, permanecía serio haciendo lo suyo mientras el resto bebía vino, Delfina estaba sentada junto a mí en los bancos alrededor de la gran Isla de mármol donde el chef nos daba un espectáculo, Enrique, Amelia e Irene estaban sentados frente a nosotros, me sorprendí de escuchar a Enrique charlar más relajado, nos contó que tenía un novio y que se irían a vivir juntos. —Irene se va a casar ¿Les contó? —intervino mi mujer. —Sí, me contó —dijo Enrique—, prometió invitarme. Amelia movió su cara haciendo muecas. «Que muchacha tan desagradable». —¿Y tú tienes novio Amelia? —preguntó Delfina. —Sí, tenemos dos años —dijo con desdén. «Tiene novio, pero quería probar suerte conmigo, ni cerca». —Lástima que insistieron con lo de los traje de baños, habrían aprovechado la playa, que es divina, no sé cómo pueden irse sin disfrutarla. Tengo muchos trajes de baño nuevos sin estrenar allá arriba, y Max debe tener también, mañana nos damos un chapuzón —comentó Delfina. Yo solo podía pensar en que no quería ver a Irene en traje de baños, pero me pareció lindo su gesto, siempre tan amable y buena anfitriona, no la merecía. La veía en esos momentos y sabía que mi mujer era mucho para mí. —¿Qué me miras? —me pregunto sonriendo. —Nada mi amor, que eres muy linda —respondí. Levanté la vista, Irene nos miraba atenta. —Sí, Delfina muy lindo gesto, traer al chef, la playa. Eres muy amable—comentó Enrique. —¡Ay! No sean tontos y complázcanme —insistió. Todos rieron, mi mirada se cruzó con la de Irene otra vez, ella desvió la mirada y le sonrió a Delfina, yo también me concentraba en Delfina para disuadir esos malos pensamientos que ella me provocaba. —Hueva de erizo de mar —dijo el chef levantado una pequeña caja de madera cuadrada, Delfina aplaudió y comenzó a explicar porque lo pidió. Irene miraba la cava de donde el chef sacaba los pescados, miraba todo con horror. —¿No comes sushi? —pregunté en su dirección incapaz de querer dejar de oír su voz. Su rostro pálido y pecoso concentro la atención en mí. Delfina se levantó a probar lo que Chef enseñaba, yo me acerqué a Irene. —No—rio. —Te gustará. —Es carne cruda —dijo con escepticismo. Sus pupilas se dilataron cuando me acerqué, lo que noté porque estaba debajo de la lámpara que iluminaba su rostro por completo. —Pescado fresco, el mejor del mercado, seleccionado por el chef en persona, se le da una muerte rápida, muy considerada, la técnica se llama Ike Jime —expliqué—, es un técnica japonesa, se sacrifica el animal para que se desangres sin sufrimiento, conserva la textura y el sabor de la carne. Es especial para preparar sushi. Ella me miró sonriendo como si supiera y quisiera decirme que se daba cuenta de que yo decía cualquier cosa solo por estar frente a ella y hablarle. Afirmó con la cabeza. —Ike Jime —dijo. —Ike Jime —repetí mirándola a los ojos. Sonreímos los dos. —Tienes complejo de profesor, todo me lo quieres explicar —comentó con picardía, sus ojos brillaban. «Uy si supieras cuantas cosas más te quisiera enseñar». —Lo siento, no es mi intención aburrirte. Debo parecerte un viejo aburrido—me fingí ofendido. —Pero si eres muy joven —dijo, relamió sus labios y tuve una vista fugaz de su lengüita. Aspiré aire. Me di cuenta de la tensión que emanaba mi cuerpo, y lo rígido que permanecía el suyo. Le sonreí y regresé a mi puesto. —Mero para el señor —dijo el chef, recibí mi porción sonriendo. Después de nuestro intercambio, se le instaló una estúpida sonrisa en la cara, y a mí también; terminamos la cena tras comer la deliciosa comida que nos servían con arte frente a nuestros ojos, disfrutando de conversaciones vacuas. Enrique terminó con unas copas de más y se fue a acostar, le siguió Amelia, Delfina e Irene. Los dejé ir a dormí, decidí ir a recorrer la playa de noche, abrí la puerta trasera de la cocina y caminé unos pasos hacia la arena, «Mi vida es buena», pensé. El sonido de las olas, la potencia del agua, la brisa, el olor, la sensación de la arena debajo mis pies, la sensación de bienestar en mi cuerpo porque ya estaba bien, al menos mis huesos lo estaban, pero mis músculos estaban tensos, reconocí lo difícil que era tener a Irene cerca, la tenso que ambos quedábamos, me preguntaba si alguien más lo notaba, porque sentía que me costaba disimularlo. Me recosté sobre una de las sillas en la parte externa de la casa, oyendo, oliendo, sintiendo el mar de noche para meditar antes de regresar de lleno a mi trabajo, no fueron las vacaciones que planeé, quizás fueron mejores. —¿Insomnio? —preguntó Irene. Me interrumpió de mi meditación. Negué. Estiré el cuerpo y me sacudí un poco. La tensión no se iba. —¿Interrumpo? —preguntó. —No, solo meditaba, ¿No puedes dormir? Suspiró. —No. Se sentó junto a mí, quedó mirando hacia el frente, la brisa batía sus cabellos castaños, se abrazaba a si misma envuelta en una bata de paño, pensé que se las arreglaba para conseguir las piezas más fea para echarse encima, aun así mi entrepierna se tensó cuando su olor acondicionador llegó a mí. —Yo solo quería mirar esto antes de regresar a mi cajita de cristal—comenté señalando el mar. Miré sus rasgos hermosos, ni un solo rastro maquillaje, tragué cuando mis ojos bajaron un poco hasta sus pechos, y sí, aún debajo de una fea bata de paño ellos mostraban orgullosos sus formas. Alzó la vista y me descubrió mirándola, le mantuve la mirada serio, la punzada en mi estómago me genero cosquillas y mi respiración se hizo irregular, su garganta se movió con lentitud, tragó tensa. Apretó sus labios y miró los míos. Aparté mi vista de ella enseguida, mi cuerpo estaba encendido. —Deberías pasar por mi taller. Puedo hacerte algo lindo para la graduación de Ada—ofrecí mirando al frente. Incapaz de decirlo mirándola a la cara, porque en mi mente era más bien: «Si vienes a mi taller estaremos solos, pondré mis manos sobre tu ardiente cuerpo y veremos a donde nos lleva esto, quizás combustionemos juntos». Pero su respuesta me heló la sangre. —¿Harías eso por mí? Me gustaría, pero no tengo como pagarte. Reí y la miré por fin con malicia, no me apetecía esconder mis cochinas y perversas intenciones. —Tú no tienes que pagar nada. Sonrió y su cara se puso roja. —Me hace ilusión llevar un Máximo Rossi. —A mí que lo lleves. Tienes buena figura, ya imagino lo que debe lucir bien en ti—susurré. Tragó y se tensó más, se revolvió incomoda junto a mí. —¿Qué luciría bien en mí? —susurró con sus ojos repasando los míos. —Yo. Abrió mucho los ojos espantada y su cara fue de rojo a color vino. Sonreí divertido. —Un Máximo Rossi, cualquiera de mis piezas te hará lucir bien. Tú hermana llevará una. —Me dijo, estaba emocionada. Quizás deba regresar a la cama. «Y yo enfermo como estoy me quisiera meter en esa cama contigo». —Que duermas bien. —No me gustó el sushi —dijo riendo de camino a la casa. —Te puedo enseñar a comerlo —reí negando—, mejor no. Te quejas de que te quiero enseñar mucho. —No, pero si me gustaría, parecías disfrutarlo —dijo. Asentí. Mi cabeza era un lio, estaba seguro de que no podría volver a hacerle eso a Delfina, pero por otro lado me resultaba tentador intentarlo porque Irene parecía estar dispuesta. Decidí esa noche que si se me resbalaba, no la iba a perdonar, la tensión era mucha y había que consumarla para que pudiéramos seguir adelante, en el fondo esperaba que mis instintos fueran erróneos y ella no estuviera dispuesta a engañar a su novio. Estaba a punto de descubrirlo.IreneAda seguía en lo suyo ignorándome, le rogaba me acompañara al taller de Máximo, no debí aceptar, no debí decirle a Ada, porque desde que le dije asumió que iría y cuando me mostré dudosa de ir, comenzó a preguntar los porqués, no quise sonar sospechosa, porque en mi mente no quería estar ante esa tentación de hombre de nuevo, no después de lo descarado y coqueto que fue conmigo, y que yo fui también, me resultaba casi imposible no quedarme como boba escuchándolo, viéndolo, era muy pícaro, sabía lo que hacía, sabia como me ponía. Lo peor era que emocionaba verlo.Tomé mi cartera y me fui, esperaba que su esposa estuviera allí. Me puse una braga de mezclilla ancha y unas botas rusticas sin tacón, un suéter amplio. Yo no tenía estilo, no me veía bien, pensé que así él no pensaría que quería seducirlo o algo.Esperé que fueran las tres de la tarde que fue la hora a la que me citó. Estuve desde las dos en un café cercano, desde allí podía ver el moderno edificio donde él tenía su tal
IreneEl duelo de miradas no cesaba, no sabría decir cuánto tiempo pasó, solo nos veíamos, él miraba mis labios, mi cuello, mis pechos, yo lo miraba a él mirarme, estaba encendida, loca, perdida.—¿Haces esto solo por la moda? —pregunté.—Para salvarla de los horrores que le haces —dijo, pero no sonrió. Apretó sus manos sobre mis caderas, podía oler su aliento, una mezcla de: menta, café y chocolate, su perfume, su loción de afeitar, el chicle que tenía en el bolsillo de su camisa. Mi respiración era agitada.Ninguno de los dos parecía dispuesto a confesar nada, a decir algo, a admitir algo, como si decirlo lo hiciera real, era real, ninguno se movía un centímetro, hasta que él llevó una de sus manos hasta mi cara y tomó mi barbilla, me hizo alzar la cara, examinó mis ojos, sus pupilas estaban dilatadas, roso con sus dedos mis labios de forma brusca, gemí muy bajo. Sus ojos se crisparon ante el sonido.—Sé que maquillaje te sentará bien —dijo.Soltó mis caderas por completo y con las
Máximo.Creí que al estar dentro de ella la fiebre se pasaría, pero no, solo la deseé más. Deseé más su tibio y suave cuerpo, sus pechos deliciosos, su gemidos tímidos, era muy tímida en la cama, las cosas que quería hacerle, solo pensaba que la quería gimiendo en miles de posiciones, no me iba a conformar con haberme sacado las ganas, de hecho quedé insatisfecho con el polvo, se mantenía boca abajo, sin moverse, me puse de costado y recorrí la piel de su espalda con mis dedos, se sobresaltó.—¿Estás bien? —pregunté.—Sí—respondió escupiendo la palabra.Besé su cuello, sonrió. Se estremeció. Suspiro.—¿Resaca moral? ¿Tan rápido?Se incorporó en la cama cubriendo su cuerpo con las sabanas. Me miró a los ojos con vacilación, negó.—No es la primera vez que lo haces ¿cierto?—No, he tenido sexo antes —reí. Ella trato de ocultar su sonrisa, pero terminó bajando el rostro.—No es a lo que me refiero —susurró.—Le he sido infiel a mi mujer antes. Sí.Levantó la vista. Podía advertir duda y
Irene.Escuché el grito de Ada en su habitación cuando abrió el paquete que llegó del taller de Máximo: una caja rosada con el vestido, otra más pequeña con un teléfono de gama alta de una marca con la que colabora Máximo, un ramo de rosas y una nota.«Toma fotos, mucha fotos, no olvides mencionarnos, lucirás hermosa y sabemos que nos llenará de orgullo ver tus fotos con nuestras etiquetas, que te lluevan los me gusta y los éxitos. Máximo Rossi». Lo sabía porque me llegó lo mismo, dude si usar su vestido, después de nuestro encuentro no pude evitar pensar que era mi pago por el revolcón que nos dimos, recordaba sus palabras la última noche que estuve en su casa de la playa: «tú no tendrás que pagar nada», pero después de lo que pasó, sentía si había pagado, con sexo, con mi cuerpo, así me hizo sentir.Estaba confundida, yo quería aquello, lo deseaba, lo deseaba a él pero no sé qué me imaginaba yo que pasaría, quizá de forma inconsciente pensaba que me llevaría a cenar, me regalaría r
MáximoVeía a los empleados caminar de un lugar a otro desesperados dejando todo en orden, el jardín parecía que sería escenario de una boda y no de una petición de mano. Me senté a beber en una de las mesas frente al jardín, sabía que ese día vería a Irene, sería imposible que no fuera ese día, había evitado ir a la casa desde nuestro encuentro, pero Camilo no dejaría que se perdiera algo así.Mi estómago protestó cuando mi hermanito menor nos reunió a Mauricio y a mí para contarnos que se quería casar con Ada, no opiné mucho, su decisión me estaba haciendo familia de la que chica con la que follé, pero no era la primera vez, alguna prima de Delfina me follé y lo recordaba, rodé los ojos, aquellos fueron otros tiempos y estos son otros, y seguía repitiendo: Irene no es como ninguna de ellas.—Listo para contemplar como Camilo feliz se lanza al infierno —rio Mauricio sentándose junto a mí.—Sí, está enamorado.—Así nos casamos todos, pero este se pasó, yo me casé a los veintiséis, tu
Máximo Mientras la familia los rodeaba para felicitarlos, esperé mi turno para perseguir a Irene en el lugar, no podía darme el lujo de dejar las cosas así con ella, seríamos familia, de algún modo estaríamos emparentados, con nuestras familias unidas. No era una cualquiera, después de esa propuesta de Camilo, mucho menos.Su hermana no la soltaba, se abrazaba a ella sonriente, hasta que Delfina se la robo para revisar la joya, una que ella misma eligió. Irene se apartó y se sentó cerca en el jardín, me acerqué antes de que alguien la abordara.—Irene.Rodo los ojos.—Aquí no.—Es solo hablar, una charla normal.—No aquí por favor —insistió.Derrotado regresé con Mauricio y Eva, charlamos largo rato, bebí, comí, y evité a mi mujer. A Irene la vigilaba con disimulo. La veía beber, nunca antes la había visto beber, reía mucho con Hilda, mi madre y la suya. Ella también evitaba a mi mujer. Decidí escribirle un texto pidiéndole que nos viéramos más tarde para hablar. Aceptó.Dejé de bebe
IreneMe sentía mal porque parecía que le estaba complaciendo, él me quería hacer su amante y ahí estaba yo diciéndole que quería seguir viéndolo, eso solo me convertiría en su amante. «Solo sexo», era peligroso, porque él estaba claro con eso, yo en cambio, me sentía adicta a él, a su elegancia, belleza, personalidad encantadora, no era mío, pero podía fingir que sí, solo porque él me encontraba atractiva lo suficiente para estar conmigo.—Me gustas Irene, sé que no eres como las demás, lo sé porque de lo contrario me valdría una mierda como te sentiste después de nuestro encuentro, pero aquí estoy preocupado de no haberte hecho daño.—Tu siempre tan sincero —reí nerviosa. Mis labios temblaban.—Lo siento. ¡Conóceme mejor! así soy, el punto es que quiero seguir viéndote, pero solo si estas y estoy seguro de que puedes manejarlo. —No lo sé. No sé si pueda, tienes razón. —No puedes enamorarte de mí, soy un desgraciado ¿Cómo podrías? —rio, sonreí.—Te ves hermosa sonriendo.Negué.—Sí
Máximo.Dormía sobre la cama, la llevé a la habitación después de hacerlo con ella por largo rato en la sala sobre el sofá. Casi no podía estar fuera de ella, dejar de ver su expresión cuando alcanzaba el placer, acariciaba sus cabellos castaños mientras admiraba su rostro delicado y hermoso, dormía profundo, parecía un ángel, sonreía ante el recuerdo de verla agitase, gemir y gritar sobre mí, debajo de mí, en todas las posiciones. Parecía no saciarse, y yo quería complacerla.Dormí otro poco, pero me levanté a las cuatro de la mañana, ella seguía durmiendo boca abajo con su culo redondo y tentador de piel blanca y suave expuesto, salí de la habitación para evitar despertarla follándola que era lo que quería hacer, me gustaba mucho, su carita hermosa, su cuerpo suave y tentador. No acostumbraba a enredarme con la misma varias veces, eso se sentía diferente a un frio revolcón, pero yo escuchaba los quejidos de Irene, como su cuerpo buscaba estimularse con el mío, sus sacudidas, y quer