Capítulo 7

Máximo

Delfina llevó un chef para que preparara sushi. Era el último día de tortura con Irene moviendo su culo frente a mí cada vez que caminaba, ya estaba libre de enfermeros, que la incluían, conseguí que los últimos días solo Enrique me atendiera la mayor parte del tiempo. 

En la amplia cocina el hombre preparaba la comida con diligencia, permanecía serio haciendo lo suyo mientras el resto bebía vino, Delfina estaba sentada junto a mí en los bancos alrededor de la gran Isla de mármol donde el chef nos daba un espectáculo, Enrique, Amelia e Irene estaban sentados frente a nosotros, me sorprendí de escuchar a Enrique charlar más relajado, nos contó que tenía un novio y que se irían a vivir juntos.

—Irene se va a casar ¿Les contó? —intervino mi mujer.

—Sí, me contó —dijo Enrique—, prometió invitarme.

 Amelia movió su cara haciendo muecas. «Que muchacha tan desagradable».

—¿Y tú tienes novio Amelia? —preguntó Delfina.

—Sí, tenemos dos años —dijo con desdén.

«Tiene novio, pero quería probar suerte conmigo, ni cerca».

—Lástima que insistieron con lo de los traje de baños, habrían aprovechado la playa, que es divina, no sé cómo pueden irse sin disfrutarla. Tengo muchos trajes de baño nuevos sin estrenar allá arriba, y Max debe tener también, mañana nos damos un chapuzón —comentó Delfina.

Yo solo podía pensar en que no quería ver a Irene en traje de baños, pero me pareció lindo su gesto, siempre tan amable y buena anfitriona, no la merecía. La veía en esos momentos y sabía que mi mujer era mucho para mí.

—¿Qué me miras? —me pregunto sonriendo.

—Nada mi amor, que eres muy linda —respondí. Levanté la vista, Irene nos miraba atenta.

—Sí, Delfina muy lindo gesto, traer al chef, la playa. Eres muy amable—comentó Enrique.

—¡Ay! No sean tontos y complázcanme —insistió.

Todos rieron, mi mirada se cruzó con la de Irene otra vez, ella desvió la mirada y le sonrió a Delfina, yo también me concentraba en Delfina para disuadir esos malos pensamientos que ella me provocaba.

—Hueva de erizo de mar —dijo el chef levantado una pequeña caja de madera cuadrada, Delfina aplaudió y comenzó a explicar porque lo pidió. Irene miraba la cava de donde el chef sacaba los pescados, miraba todo con horror.

—¿No comes sushi? —pregunté en su dirección incapaz de querer dejar de oír su voz.

Su rostro pálido y pecoso concentro la atención en mí. Delfina se levantó a probar lo que Chef enseñaba, yo me acerqué a Irene.

—No—rio.

—Te gustará.

—Es carne cruda —dijo con escepticismo. Sus pupilas se dilataron cuando me acerqué, lo que noté porque estaba debajo de la lámpara que iluminaba su rostro por completo.

—Pescado fresco, el mejor del mercado, seleccionado por el chef en persona, se le da una muerte rápida, muy considerada, la técnica se llama Ike Jime —expliqué—, es un técnica japonesa, se sacrifica el animal para que se desangres sin sufrimiento, conserva la textura y el sabor de la carne. Es especial para preparar sushi.

Ella me miró sonriendo como si supiera y quisiera decirme que se daba cuenta de que yo decía cualquier cosa solo por estar frente a ella y hablarle. Afirmó con la cabeza.

—Ike Jime —dijo.

—Ike Jime —repetí mirándola a los ojos. Sonreímos los dos.

—Tienes complejo de profesor, todo me lo quieres explicar —comentó con picardía, sus ojos brillaban.

«Uy si supieras cuantas cosas más te quisiera enseñar».

—Lo siento, no es mi intención aburrirte. Debo parecerte un viejo aburrido—me fingí ofendido.

—Pero si eres muy joven —dijo, relamió sus labios y tuve una vista fugaz de su lengüita. Aspiré aire. Me di cuenta de la tensión que emanaba mi cuerpo, y lo rígido que permanecía el suyo. Le sonreí y regresé a mi puesto.

—Mero para el señor —dijo el chef, recibí mi porción sonriendo.

Después de nuestro intercambio, se le instaló una estúpida sonrisa en la cara, y a mí también; terminamos la cena tras comer la deliciosa comida que nos servían con arte frente a nuestros ojos, disfrutando de conversaciones vacuas. Enrique terminó con unas copas de más y se fue a acostar, le siguió Amelia, Delfina e Irene. Los dejé ir a dormí, decidí ir a recorrer la playa de noche, abrí la puerta trasera de la cocina y caminé unos pasos hacia la arena, «Mi vida es buena», pensé.

El sonido de las olas, la potencia del agua, la brisa, el olor, la sensación de la arena debajo mis pies, la sensación de bienestar en mi cuerpo porque ya estaba bien, al menos mis huesos lo estaban, pero mis músculos estaban tensos, reconocí lo difícil que era tener a Irene cerca, la tenso que ambos quedábamos, me preguntaba si alguien más lo notaba, porque sentía que me costaba disimularlo. Me recosté sobre una de las sillas en la parte externa de la casa, oyendo, oliendo, sintiendo el mar de noche para meditar antes de regresar de lleno a mi trabajo, no fueron las vacaciones que planeé, quizás fueron mejores.

—¿Insomnio? —preguntó Irene. Me interrumpió de mi meditación.

Negué. Estiré el cuerpo y me sacudí un poco. La tensión no se iba.

—¿Interrumpo? —preguntó.

—No, solo meditaba, ¿No puedes dormir?

Suspiró.

—No. 

Se sentó junto a mí, quedó mirando hacia el frente, la brisa batía sus cabellos castaños, se abrazaba a si misma envuelta en una bata de paño, pensé que se las arreglaba para conseguir las piezas más fea para echarse encima, aun así mi entrepierna se tensó cuando su olor acondicionador llegó a mí.

—Yo solo quería mirar esto antes de regresar a mi cajita de cristal—comenté señalando el mar. 

Miré sus rasgos hermosos, ni un solo rastro maquillaje, tragué cuando mis ojos bajaron un poco hasta sus pechos, y sí, aún debajo de una fea bata de paño ellos mostraban orgullosos sus formas. Alzó la vista y me descubrió mirándola, le mantuve la mirada serio, la punzada en mi estómago me genero cosquillas y mi respiración se hizo irregular, su garganta se movió con lentitud, tragó tensa. Apretó sus labios y miró los míos. Aparté mi vista de ella enseguida, mi cuerpo estaba encendido. 

—Deberías pasar por mi taller. Puedo hacerte algo lindo para la graduación de Ada—ofrecí mirando al frente. Incapaz de decirlo mirándola a la cara, porque en mi mente era más bien: «Si vienes a mi taller estaremos solos, pondré mis manos sobre tu ardiente cuerpo y veremos a donde nos lleva esto, quizás combustionemos juntos».

 Pero su respuesta me heló la sangre.

—¿Harías eso por mí? Me gustaría, pero no tengo como pagarte.

Reí y la miré por fin con malicia, no me apetecía esconder mis cochinas y perversas intenciones.

—Tú no tienes que pagar nada.

Sonrió y su cara se puso roja.

—Me hace ilusión llevar un Máximo Rossi.

—A mí que lo lleves. Tienes buena figura, ya imagino lo que debe lucir bien en ti—susurré.

Tragó y se tensó más, se revolvió incomoda junto a mí.

—¿Qué luciría bien en mí? —susurró con sus ojos repasando los míos.

—Yo.

Abrió mucho los ojos espantada y su cara fue de rojo a color vino. Sonreí divertido.

—Un Máximo Rossi, cualquiera de mis piezas te hará lucir bien. Tú hermana llevará una.

—Me dijo, estaba emocionada. Quizás deba regresar a la cama.

«Y yo enfermo como estoy me quisiera meter en esa cama contigo». 

—Que duermas bien. 

—No me gustó el sushi —dijo riendo de camino a la casa.

—Te puedo enseñar a comerlo —reí negando—, mejor no. Te quejas de que te quiero enseñar mucho.

—No, pero si me gustaría, parecías disfrutarlo —dijo. 

Asentí.

Mi cabeza era un lio, estaba seguro de que no podría volver a hacerle eso a Delfina, pero por otro lado me resultaba tentador intentarlo porque Irene parecía estar dispuesta. Decidí esa noche que si se me resbalaba, no la iba a perdonar, la tensión era mucha y había que consumarla para que pudiéramos seguir adelante, en el fondo esperaba que mis instintos fueran erróneos y ella no estuviera dispuesta a engañar a su novio. Estaba a punto de descubrirlo.

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