Capítulo 6

Pensaba que había sobrevivido a otro día en el la tentación me rondaba, pero la situación del día anterior me mantenía cauteloso, casi tuve una erección mientas ella limpiaba mis heridas. Lo peor no fue eso, o que ella lo notara si no el hecho de que pareció disfrutar la vista, lo que me confirmaba que no era el único tonteando, claro que no lo era.

Delfina paso su mano por mi entrepierna y me dejó un beso en el cuello, ronroneando mientras se revolvía en la cama. Besé su cabello y aparté su mano.

—¿No quieres que te haga cariño? —preguntó haciendo pucheros.

No quería decirle que temía que terminara en un tubo de ensayo lo que saliera de mí. Ni siquiera se percató de que no estuve en la cama.

—Me costó dormir, ahora estoy somnoliento, déjame descansar.

—Eso te ayudará, ven —insistió incorporándose sobre mí, con su mano en mi entrepierna, recorriendo mi sexo con sus dedos, dejándome besos húmedos sobre los labios.

—Tengo sueño Delfina.

Bufó y se apartó de mí con ademán brusco. Entró al baño y yo me entregué al descanso, por fin conciliaba el sueño. La oí decir que avisaría a los enfermeros que yo apenas me estaba durmiendo. Después de un descanso, puse música y revisé las muestras de tela que Saro envió, la eficiencia de Delfina para contratarlo cuando se lo pedí me dejó impresionado. 

—Ya estás despierto ¿Descansaste? —preguntó.

—Sí amor, te adoro, te agradezco mucho esto —dije señalando los envíos de Saro, sonrió con orgullo y me lanzó un beso al aire. Adoraba a esa mujer, era perfecta, hermosa, delicada, nos llevábamos muy bien, salvo en apartado de querer ser padres, yo era un m****a y ella una mujer ansiosa de ser madre.

—Lo que pida mi príncipe —salió de la habitación dejando la puerta abierta. Por lo que no advertí a Irene parada de espaldas viendo lo que se reproducía en la pantalla del televisor.

—Hermoso verdad.

Dio un respingo y se giró, me sonrió con timidez como siempre. Negó.

—Suena hermoso aunque no entiendo nada.

—Una furtiva lágrima, Es una pieza que forma parte de una ópera compuesta por Donizetti, L'elisir d'amore. Cuenta la historia de Nemorino, un ingenuo enamorado que compró una supuesto elixir del amor para que la chica de la que estaba enamorado se fijara en él, pero ella más bien anunció su compromiso con otro hombre, mientras lo trataba con indiferencia —expliqué.

Irene se cruzó de brazos y se sentó en el sofá frente a mí con sus ojos brillando. El blanco de su uniforme le sentaba de maravilla.

—Nemorino se enlistó en el ejército para conseguir más dinero para comprar más elixir que no era más que vino, justo en ese momento se corrió la noticia por el pueblo de que Nemorino había heredado una gran fortuna de un fallecido tío, por lo que todas las mujeres comenzaron a dedicarle mucha atención, el pobre infeliz creyó que era efecto del elixir.

Irene rio a carcajadas.

—Es tragicómico, pobre Nemorino. 

—Sí, se puede decir que es una comedia romántica —aclaré divertido mientras admiraba su rostro iluminado.

—Es decir que termina bien para Nemorino ¿No?

—Y para Adina, el objeto de su amor, ella lo amaba.

—¿En serio lo amaba? ¿Por qué se iba a casar con otro?

—Por despecho, Nemorino seguro del efecto que tendría el elixir la trató con indiferencia ante la propuesta de matrimonio pomposa que le hizo un general militar. Pero ella lo amaba.

—Es hermoso. ¿Y por qué lo de la lágrima furtiva?

—Él estuvo seguro de que ella lo amaba solo porque advirtió esa única lágrima en su rostro cuando la trató con indiferencia.

—¡Vaya! Es hermoso, suena más bien como triste.

—Dramático hermoso, profundo. Él estuvo dispuesto a morir por amor, iba al ejército a una muerte segura —expliqué—,¿Por qué te sorprende? Una felicidad profunda, una acto hermoso esta tan cerca de la tristeza y la reflexión tanto como la desgracia, más cerca creo yo.

—Te entiendo, si puede ser —respondió sin romper el contacto de nuestra mirada.

Nos quedamos mirándonos a los ojos, ella suspiró. Como a Nemorino que solo le bastó una lágrima de Adina para saber que lo amaba, a mí solo me bastó ver la angustia de ella por mi distancia, y lo aliviada que se veía ante mí en ese instante para darme cuenta de que no estaba solo en el juego de miradas, ella me atraía, yo le atraía y era peligroso. Fue peligroso que me diera cuenta, porque se convirtió en un baile de dos, y una tentación.

—Bueno, ya he sido educada, ahora debo atenderte —se levantó y caminó hacia mí con paso seguro. Se esforzaba por no parecer una presa asustada.

—Ya estuvo Amelia por aquí.

Su rostro reflejó una mueca de contrariedad.

—No quise levantarte, ni a Enrique, sabía que no habían dormido—expliqué. Ella afirmó con un movimiento de cabeza, pero sus ojos reflejaban confusión y sorpresa.

—Bien, entonces no tengo nada más que hacer por aquí—dijo con tono apagado, sus ojos rehuían los míos, quizás para que no me diera cuenta de su decepción. «¡Oh corderito! A mí también me gusta tenerte cerca».

—Eso que suena ahora es La traviata, puedo explicártela —sugerí con picardía.

Sonrió, vi cómo se hacían los hoyuelos a cada lado de su mejilla, negó.

—Suficiente opera por hoy. 

—Bien. Será otro día.

—Seguro que sí —respondió mordiéndose el labio inferior haciendo un esfuerzo por reprimir una sonrisa. Sin éxito.

Mi cuerpo reaccionaba al tenerla así, ahí frente a mí temblando nerviosa, el uniforme medico sin forma que llevaba no ocultaba su abdomen plano, su culo redondo, sus piernas torneadas, de algún modo se las arreglaban para sobresalir sobre esa fea tela. Nos mirábamos en silencio más de lo que era normal, más de lo aceptable. Ya no importaba, ninguno podía evitarlo, sería ridículo, hacer huir la mirada si los dos deseábamos vernos.

Tocaron a la puerta y fue cuando se interrumpió el contacto de nuestras miradas, entró Amelia sonriente. 

—Señor, Enrique está fuera de servicio, prepararé su baño —dijo con sonrisa satisfecha y mirada maliciosa. Afirmé para luego mirar a mi corderito, su mandíbula temblaba, estaba tensa. 

—Gracias Amelia. Puedes retirarte Irene. Muchas gracias por la compañía—dije guiñándole un ojo, sonriéndole divertido.

Ella afirmó tensa, tardó en salir de la habitación, como si le costara dar los pasos, como si quisiera ofrecerse ella a ayudarme con el baño, dejé todo sobre la cama y me enfoqué en Amelia. Sí la del baño hubiera sido ella, me habría vuelto loco tratando de controlar mi cuerpo.

Salió por fin y entré al baño con Amelia quien no dejaba de rozar sus pechos contra mis brazos, mi espalda o mi pecho, pensé que era una abusadora, su comportamiento estaba mal, «Está mal cuando lo hace un hombre, y está mal cuando lo hace una mujer»; pero lo entendía, yo no era cualquier paciente, era millonario, atractivo, sí, sé que no habría hecho la diferencia, tenía dinero y eso siempre me hacía un blanco. Estaba acostumbrado, incluso las supuestas amigas de Delfina encontraron más de una ocasión para ofrecerse, y una que otra tuvo éxito, Amelia habría tenido éxito, pero para su fortuna o desgracia mis pensamientos se encapricharon con la cuñada de mi hermano. 

«Y tan desgraciado como soy, no he dejado que ni mi propia mujer perturbe la imagen que tengo de ella y su posible desnudez. Estoy mal, lo sé».

—Casi puede solo ya —dijo Amelia.

—Sí, anoche me di cuenta de que puedo movilizarme mejor. De hecho, solo ayúdame a entrar a la bañera. Yo me ocupo —dije. Su cara no ocultó decepción. La ignoré.

—Señor, pero…

—Solo avisa a Delfina cuando te llame.

—Está bien —dijo con expresión de disgusto.

«Ya no podrás manosearme más, abusadora».

Quedé solo allí sumido en mis pensamientos. El jueguito perverso con Irene me estaba pasando factura, y me gustaba. Cuando terminé el baño, Delfina me ayudó a salir, se colgó de mi cuello, suspiró.

—Eres hermoso, soy hermosa, nuestros hijos serán la envidia de la humanidad entera Máximo ¿Qué pasa?

—Me voy volver a la lanzar por una montaña —amenacé con tono de humor, ella se echó a reír y repitió varios besos sobre mi boca.

—Entonces te lanzaste montaña abajo para evitar una discusión conmigo ¡Qué dramático! 

—Como en una ópera.

—Te amo Max —dijo mirándome a los ojos con adoración, yo también la adoraba. Solo que tenía una distracción de pechos generosos, y rostro angelical volviéndome loco.

—Yo también te amo mi loca.

Nos casamos sin un prenupcial. Para cuando nos casamos mi fortuna era la que heredaría de mis padres junto con mis hermanos y no llegaba a un cuarto de lo que había logrado con Delfina a mi lado, no había clausulas sobre hijos, era tan rica como yo, tan dueña de todo como yo, así que su deseo de ser madre era real, era autentico y honesto. 

Debía trabajar en mis miedos para complacerla, lo sabía, pero también sabía que no sería por lo pronto porque un pensamiento salvaje se me cruzó por la mente.

«Y si caemos, quizás deba pegarla contra la mesa del comedor y follarla, o en el baño contra el lavabo y ya está, hacerlo y que pierda el velo de misterio». Sacudí la cabeza ante las locuras de mis pensamientos, no podía hacer aquello, claro que no.

—Mi cena amor, quiero cenar —dije.

—¡Vamos! 

Salimos tomados de las manos del baño, sonrientes, era Irene quien servía la comida en la habitación, permaneció seria. Evité mirarla, ella no dejaba de hacerlo, me sentí incomodo con Delfina en medio. «No, no lo haría. No me atrevería».

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