Capítulo 5

Ninguno se movía, lo miraba y él me miraba, nuestros ojos estaban conectados, no fui capaz siquiera de tragar, la garganta me dolía, sonreía apenas, él hizo un gesto con la cabeza para que tomara asiento en su habitación, recordé a su mujer y que él estaba sin camisa frente a mí.

—Camilo tiene razón, Delfina exagera —dijo.

—Creo que me darán un uniforme. Mejor bajo. Tu casa es muy linda—apuré las palabras.

Rio con picardía.

Sentí su mirada clavada en mí al darme la espalda. Por fin tragué y respiré, sonreí mordiéndome el labio inferior, descubrí que me resultaba tan atrayente de la situación: hombre millonario, guapo, pícaro, inalcanzable, me encontraba atractiva lo suficiente para echarme un par de miradas indiscretas, y eso lejos de molestarme me parecía excitante, me hacía sonreír como tonta solo porque sabía que otras lo encontraban atractivo, yo lo encontraba atractivo. 

Mientras otras se morían por estar cerca de él o conocerlo, yo lo tenía ahí repasándome con descaro cuando creía que yo no miraba y con disimulo el resto del tiempo.

«Está mal, es casado, estoy comprometida, es el cuñado de mi hermana».

«Es solo platónico, me hace sentir bien que me encuentre atractiva».

Al reunirme con su mujer y recibir sus atenciones, disipé la turbación que me causó ver a Máximo sin camisa sobre su cama. Enrique, se me acercó a explicar el horario, comenzaría yo. Cuando me explicaron todo coincidí con Camilo, era un tratamiento exagerado, pero al ser gente de dinero, podían permitirse internar tres enfermos en su mansión en la playa por el tiempo que quisieran.

Enrique era agradable, sonreía con timidez, parecía diligente, hablaba como robot de forma automática y calculada, era un moreno de cabello liso y de complexión fuerte, me explicó que él se encargaba de llevar al señor al baño, subirlo y bajarlo de la cama. La chica me miraba con recelo. Tomamos una comida juntos 

Apenas tuve a solas con Máximo mi corazón se aceleró de nuevo, no quería que lo notara, aunque sospechaba que mis esfuerzos poco valían, yo era como una presa asustada y él un cazador hábil, la suficiencia de su mirada me dejaba saber que notaba como me afectaba, el imprudente color que se asomaba en mi cara cada vez que lo veía debía contarle de mis sucios pensamientos.

—Me ha quedado claro que mi trabajo aquí será solo hacerte compañía —comenté.

Se rio. 

—Sí, Enrique tiene el trabajo más pesado. Estuve mal en el hospital, lo de ahora pudo hacerlo una empleada doméstica, pero Delfina insistió en que fueran profesionales —dijo. Se encogió de hombros.

—Mejor para mí, el dinero me cae muy bien —comenté. 

Me acerqué para tratar sus lesiones, una de las cuales era en la cara. Me retaba con la mirada y una sonrisa maliciosa, estaba muy tensa tratando de controlar mi corazón con miedo de que pudiera oírlo. Sentía calor emanar de su cuerpo, él rompió en risas ligeras y yo bufé sacudiéndome, casi era tonto tratar de ocultar la incomodidad, pero ninguno dijo nada, yo me limité a limpiar sus heridas y él a mirar mi rostro todo el tiempo.

—Supongo que necesitas el dinero para ahorrar para tu boda.

—No, si está eso, pero lo principal que quiero hacer es un posgrado, ahora no puedo pagarlo y cubrir mis gastos básicos. Debo ahorrar.

Bajé hasta su pecho y sonreí, me ardía la cara. Mi corazón estaba acelerado, me costaba tragar saliva o hablar, mi voz era casi susurrante.

—Pero si te acabas de graduar, ya quieres hacer posgrado.

—No tiene que ser ya, pero quiero hacerlo y para lograrlo tendré que ahorrar desde ya.

—Por supuesto.

Asintió mirando mis labios con los suyos juntos, por primera vez no me sonreía, se quedó pensativo, me sobresalté al sentir una parte intima de mi cuerpo reaccionar a la forma como miró mis labios, como miró mi cuello, aspiré aire con disimulo, me ardía la garganta, me dolía por la forma como evitaba tragar tan cerca de él, me oiría, se daría cuenta. la sensación de vértigo se hizo más intensa cuando dejó de mirar mis labios y regresó la vista a mis ojos, no aguanté más y tragué, bajando mucho la cabeza para que él no lo notara, pero fue peor, puede ver una semi erección, no levanté la cara. 

Él pareció notarlo y se movió incomodo, con el rostro muy serio me pidió que dejáramos todo así, que no me acusaría con su esposa por no terminar las tareas de atenderlo. 

—¿Seguro?

—Sí, ve a dormir. Muchas gracias —dijo con tono seco. Mostró prisa por que saliera de su habitación, su rostro mostraba signos de contrariedad, me esquivaba la mirada, sentí alivio y frustración. Me gustaba hablar con él y estar cerca de él, sin embargo, debía admitir que la situación fue muy rara.

Entré a la habitación que me asignaron, abrí la ducha y me lancé dentro como si eso pudiera eliminar mis pensamientos, no dejaba de repetir como enferma la imagen de él, y mi zorra interna celebró que lo afectara como lo hice. No quería tocarme en la ducha pensando en él, pensé que sería infiel al hacerlo. Después de ducharme decidí entrar a la cama, a pesar de que Delfina insistió en que recorriera la playa de noche con Enrique y Amelia. Leí los correos cada vez más cortos y parcos de Doménico. Apagué la luz e intenté dormir.

No lograba conciliar el sueño, me sentía excitada, no sacaba a Máximo de mi cabeza, me negaba tocarme por su causa. Seguí con una lectura que tenía pendiente, cuando vi la hora eran las 3:11 am. Bufé, me parecía increíble que el tiempo hubiese pasado tan rápido y no hubiese logrado dormir nada. Salí de la cama y decidí ir a la cocina, tomar agua, subirlas y bajarlas y quizás cansarme. 

Vi una sombra en el comedor, me quedé estática, pensé que se habían metido, tragué grueso y recordé que estaba en una mega propiedad custodiada con un sistema de vigilancia sofisticado, me reí de mis absurdos pensamientos. Me acerque a pasos rápido y vi a Máximo sentado en un mueble cerca del comedor. Tenía las muletas contra el mueble, miraba a la nada. Decidí retroceder y choqueé contra el filo de la pared, solté un quejido de dolor, se dio cuenta de mi presencia.

—¿Quién? —preguntó.

—Irene, no podía dormir.

La oscuridad no me permitía ver las expresiones de su rostro, pero juraría que sonrió por la mueca que se asomó en la pared por la sombra que proyectaba, o solo eran mis deseos de que me sonriera otra vez.

—Yo tampoco puedo dormir, alcancé escaparme de Delfina, duerme como dopada. No le digas que bajé las escaleras con las muletas.

Estaba tan idiotizada con su presencia que ignoré algo tan peligroso como que hubiese bajado solo en medio de la oscuridad con sus muletas, yo solo pensaba que quería que me sonriera de nuevo.

—Fuiste muy imprudente. Deberías tener más cuidado.

—Sí, debo tener más cuidado. No ser imprudente—dijo con tono reflexivo, como si hablara de otra cosa. Supe que no sonreía. Su voz cuando sonreía era melodiosa. La decepción se instaló por breves instantes en mi pecho, pero me acerqué.

—No te preocupes puedo subir solo —se apresuró a decir con tono parco al notar que me acercaba.

Me quedé paralizada frente a él. Estaba sin camisa y con el mismo pantalón de pijama que llevaba cuando lo atendí. Me crucé de brazos y no fui capaz tampoco de esbozar una sonrisa, me sentía triste por la seriedad y distancia que él estaba marcando.

—Me temo que tendré que insistir —dije—, mi cabeza rodará si caes de las escaleras y empeoras.

—No caeré por las escaleras. Ve a dormir.

—¿Puedo pedirle a Enrique que te lleve? ¡Por favor! Me sentiré más cómoda, de lo contrario, me meteré en la cama y no dormiré esperando no oír un golpe seco o aparatoso de alguien cayendo.

Rio. Mis labios se curvaron hacia arriba por instinto, sentí alivio al escuchar su risa.

—Está casa es muy grande, no oirías si caigo. Tengo un pie y un brazo libre, puedo maniobrar con lentitud. Y creo que ya no podías dormir, solo que esta vez podrías culparme a mí.

«Y la anterior también».

—No seas difícil Máximo.

—Tienes razón. Busca a Enrique por favor. 

Afirmé y fui escaleras arriba a buscarlo. Abrió enseguida, dijo no poder dormir porque el frio de la noche en la playa se le metió en el cuerpo y no logró conciliar el sueño, así fue como terminamos los tres conversando hasta que amaneció. Máximo no me miró más, no me sonrió, evitó mi mirada y evitó conectar conmigo en la frívola conversación que teníamos sobre películas de terror. Suspiré resignada, lo entendía, casi tuvo una erección mientras lo curaba, debió sentir que me ofendí. Debí ofenderme, pero no fue así. «Soy una zorra por él, por eso no me ofendí».

—La señora Delfina nos lanzará a la parrilla —dijo Enrique levantándose del suelo, se acercó a Máximo para ayudarlo.

—Yo asumiré todo, tranquilos. Gracias. Irene, intenta dormir un poco—dijo.

Los observé mientras subían. Mis ojos no podían apartarse del cuerpo de Máximo. Su trasero era firme, su espalda ancha, me mordí el labio inferior imaginándolo desnudo. Enrique era guapo y contemporáneo conmigo, pero mi cerebro se enfocaba en el hombre de éxito, el poderoso, el millonario, el inalcanzable, prohibido, el comprometido. Yo también estaba comprometida. Debí recordármelo, subí a dormir.

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