Capítulo 4

La presencia de oportunidades no garantiza el éxito, puede bien ser una oportunidad para arruinarlo todo, para fracasar, depende de la perspectiva desde que se le miré, así comienza mi historia, una historia de éxito o de fracaso, depende de quién juzgue.

El día donde todo inició, en mi interior sabía que había sido antes, mucho antes, terminaba mi última guardia en una clínica privada cuando mi hermana Ada me llamó.

—Hermana ¿Recuerdas que te dije que Máximo tuvo un accidente en una pista de ski en Bariloche? —preguntó con una emoción inapropiada en su voz.

—Sí, me dijiste ¿Cómo sigue?

—Vivo está, pero han contratado dos enfermeros para cuidarlo.

—¿Tan grave fue?

—Sí, se fracturó hasta la verga.

—¡Pobre! Pero…

—No te llamó para darte parte medica de él, sino porque Camilo sugirió tu nombre para que te contrataran también, están buscando una más para cubrir los turnos y eso.

—¡Ada! Ellos seguro contrataron enfermos especializados con cien años de experiencia, yo, es decir, ellos son estirados, son gente muy fina.

—Se quebró los huesos, eres enfermera, no necesitas etiqueta para eso. Delfina, su mujer, no se acordaba de que eras enfermera, estuvo de acuerdo enseguida. El trabajo es tuyo.

—¡Ada!

—Te necesitan y tú tienes pocos turnos, sabes que necesitas el trabajo, te pagaran bien. Y así quedo bien con mis suegros, mi cuñado y mi concuñada.

Reí. No podía dejar de haber un motivo de egoísta en sus acciones, aunque preferí pensar que también quería ayudarme, sabía que sí.

 —Está bien, hecho ¿Cuándo debo ir?

—Te paso toda la información por mensaje. Te amo —colgó.

Ada estaba de novia con el hijo de una familia adinerada, el chico era de nuestra edad y estaba por graduarse de abogado, solo le faltaba recibir el título, a Ada le faltaba un semestre más. No solo era hijo de una familia rica, uno de los hermanos de Camilo es Máximo Rossi, un diseñador de moda de éxito, cotizado, con su propia casa de moda, horas, documentales y especiales en programas. Estaba impresionada, también intimidada, por eso casi morí el día que Ada insistió en que la acompañara a casa de sus suegros.

Conocerlos a todos no fue difícil, yo no era la novia, era la hermana de la novia del chico, hacía que no sentía tanta presión, pero me quedé congelada cuando conocí a Máximo, me lo habían presentado durante una barbacoa, vestido con ropa de pescar, ese día venia del lago y apenas cruzamos palabras cuando nos presentaron, lo vi de nuevo en un evento al que me arrastraron Ada y Camilo, y me lo crucé de frente, con más tiempo para admirarlo, y él estaba mucho mejor vestido.

Llevaba un traje negro con pajarita, su cabello negro engominado, su gesto misterioso que lo hacía lucir como James Dean, como chico malo que hace cosas buenas, así lo veía por esa mueca de risa que mantenía en su boca y que ocultaba su diversión, por saberse: atractivo, poderoso, rico, intimidante o quien sabe porque más, quizás solo se burlaba de mi apariencia forzada, pensé. Mide un metro ochenta y nueve centímetros, según leí en internet, con un cuerpo trabajado y un maldito perfume con olor a sexo.

«Tengo novio, pero no soy ciega», pensé, luego en los siguientes encuentros me parecía notar su mirada sobre mí con frecuencia, evitaba mirarlo porque esos encuentros se daban junto con la familia de Camilo, sus padres, su otro hermano, su esposa, y la esposa de Máximo, una mujer hermosa que parecía una modelo de pasarela, delgada, alta, cabellera negra abundante y ojos verdes, una mujer agradable.

Aceptar atenderlo como enfermera me ponía un poco nerviosa, era algo platónico, estaba bueno y era atractivo, amable, nada del otro mundo pensé, también debía admitir que me emocionaba poder verlo en la intimidad de su casa, de su cuarto, de su cama, verlo con pijamas, o ropa menor, o sin ropa, me ardió la cara mientras iba caminando hacia el metro pensando en la posibilidad de verlo sin camisa y en ropa interior.

Entonces fue cuando me di cuenta de lo inapropiado de todo, yo tenía novio, él estaba casado y estaba permitiendo que mi cabeza volara un poco, me sentí traicionera, Doménico y yo teníamos tres años de noviazgo, ya me había pedido matrimonio, y acepte. No podía ser una zorra y pensar en otro hombre, invoqué a mi yo más profesional para que tomara el control. No funcionó, así que me dije que no sería infiel por admirarlo un poco como se admira una estrella de cine. Después de todo, él tenía fama.

Llegado el día de ir hasta su casa, el miedo inicial volvió a invadirme, no era lo mismo verlo en casa de los padres de Camilo que en la casa que compartía con su mujer. Camilo tan amable como siempre se ofreció a llevarme. 

—No se está quedando en su casa, es decir, si es su casa pero es la casa de la playa. Delfina insistió, quiero mantenerlo alejado del trabajo—explicó.

«¡Vaya!, una casa en la playa».

—Entiendo, fue grave el accidente —comenté.

—Está vivo, no morirá, solo debe recuperarse, pero su mujer lo trata como su mejor inversión en la bolsa de valores.

Me eché a reír por su comentario, él permaneció serio. No habló el resto del camino como era común en él. La mandíbula casi se me cayó al suelo cuando vi a donde estábamos yendo, recorrimos un largo camino de mansiones lujosas hasta que se detuvo frente a unos arbustos verdes detrás de la cual había una casa que parecía más bien un castillo. 

Él notó mi asombro y rio.

Abrieron los portones eléctricos, y pasó con su gran cherokee hasta dentro de la mansión, estacionó en el amplio lugar que fácil podía ser el estacionamiento de un pequeño centro comercial, habían carros aparcados en fila, deportivos de todos colores. Se veía la playa detrás.

—La casa es preciosa —admití.

—Te desmayarás cuando te des cuenta de que está justo frente a la playa, el patio trasero, la puerta de la cocina da a la playa.

—Es impresionante. 

—De las propiedades de Máximo, está es la que más nos gusta a todos, pasamos momentos muy buenos aquí reunidos como familia o cuando solo nos la presta para venir con amigos, Ada no ha venido.

—Le va a encantar.

Sonrió y afirmó.

—Son dos mil quinientos metros cuadrados de construcción sobre quince mil metros cuadrados. Tiene 6 habitaciones, ocho baños y un mini campo de golf, piscina, un cine—explicó mientras recorríamos la casa, el recibidor, la sala de estar.

—¡Oh! Ya llegaron, querida ¿Cómo estás? Pero si ya vienes con tu conjunto quirúrgico, te ves muy profesional, feliz de tenerte en el equipo de enfermos que atenderá a Máximo —saludó Delfina. Afirmé y sonreí con timidez.

—Gracias. 

Hizo seña con la mano y aparecieron dos chicos en monos quirúrgicos blanco, el mío era azul.

—Irene, ellos son Enrique y Amelia. Te darán conjuntos como los que ellos llevan para que estén uniformados.

Los enfermeros saludaron con gesto débil, la chica me miró de arriba abajo y se limitó a hacer una mueca de fastidio.

—Los dejo. Espero que estén bien —dijo Camilo.

—¿No subirás a verlo? —preguntó Delfina.

—Pasaré a saludarlo y me iré.

—Aprovecha de llevarle a Irene para que la salude mientras cuadro el nuevo horario con Amelia y Enrique.

Seguí a Camilo quien iba en silencio, me parecía que su cuñada no le agradaba, aunque tenía la misma actitud con todo el mundo menos con su sobrina Eva y mi hermana Ada, el resto del mundo parecía importarle poco. Yo le tenía cariño por querer tanto a mi hermana. Él era bueno conmigo y mi madre.

Abrió la puerta de una habitación después de tocar. Contuve el aliento al saber que detrás de esa puerta estaba él, mi corazón se aceleró por la anticipación del encuentro. Allí estaba mirando un desfile en una televisión que cubría la pared de piso a techo, estaba sin camisa cubierto por una sabana hasta su vientre. Estaba reclinado sobre el espaldar, con el cabello rapado, tragué grueso, se veía sexi, hermoso, sus músculos estaban definidos, me impresioné de mi misma por lo rápido que pude apreciar los cuadritos de su estómago, sus pectorales, sus hombros, y brazos, al menos el que no tenía enyesado.

Nuestros ojos por fin se cruzaron. 

—Hermano —exclamó.

—Lo siento Max, traigo compañía —dijo Camilo, se giró y cubrió mis ojos con sus manos de forma torpe y atropellada. Escuché la risa sonora de Máximo.

—No puedo vestirme solo tan rápido, déjala, que me disculpe la desnudez por esta vez —dijo con tono burlón.

Oírle decir desnudez me dejó un poco turbada.

—Hola Irene, bienvenida. Lo siento por ti, serás sometida al yugo de mi mujer.

—No te preocupes y gracias por la oportunidad —dije con tono de voz bajo. Trataba de ocultar mis nervios.

Sonrió mientras sus ojos se clavaban en los míos, sus labios lucían una sonrisa pícara, asintió, ladeo la cabeza.

—Me voy Máximo, no iba ni a saludarte ya Delfina se pondría a hablar y preferí subir un momento, pero todos sabemos que no estas muriendo, tu mujer se comporta como si estuvieras agonizando —se quejó Camilo 

Se rio, su risa era sonora, profunda sexi. Suspiré y desvíe la mirada. Camilo me dio un beso en la mejilla sin decir nada más y salió como una bala.

Y ahí estaba yo, de pie temblando como un corderito, nerviosa, asustada y emocionada ante ese hombre semidesnudo que lucía como un sueño y lo peor era su mirada que parecía devorarme. La intensidad de su mirada me consumía. Solo tenía veintiún años, el treinta años, la idea de él siendo mayor también me excitaba un poco. «Soy una zorra pecadora», fue lo que pensé.

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