Capítulo 30. Súplicas de madre.

La cocina era tan pequeña como el resto de la cabaña, con una cocina empotrada fabricada en madera y fórmica en un costado, y del otro un mesón pegado a la pared, que servía de mesa.

Allí se encontraba su madre, la sofisticada y hermosa Alicia Salazar de León, hija de un renombrado escultor y empresario del país y de una poetisa ya fallecida.

Sobrina de un Obispo de la iglesia católica, tía de un sacerdote y de una reconocida médico cirujano, quien además, dirigía una de las clínicas más prominentes del país.

Una dama acostumbrada a relacionarse en los círculos sociales, religiosos y culturales de mayor relevancia, quien seguía con celo las tradiciones y protegía con rigurosidad la imagen familiar, así como su propio comportamiento.

Costumbre que demostraba en la forma elegante en que estaba sentada sobre una delgada banqueta, con la espalda recta y los antebrazos apoyados con delicadeza en el borde del mesón, mientras revolvía con una cucharita el té de hierbas que habitualmente toma
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