Ese mismo viernes de agosto, David regresó a su cabaña más cansado de lo habitual.Ese día había trabajado hasta la extenuación: enriqueció el terreno de una de las propiedades para iniciar pronto con las cosechas y se reunió con representantes del gobierno local para acordar diversos temas legales.Quería darse un largo baño con agua caliente y meterse bajo las sabanas para dormir durante horas. Sin embargo, al ver detenido frente a su casa el auto de su familia, masculló varias maldiciones antes de salir resignado de su vehículo.—Efraín Contreras —saludó al moreno que se hallaba recostado de la carrocería del auto visitante y mantenía una mano guardada dentro de su grueso abrigo, los hombros encogidos y un cigarrillo a medio consumir en su otra mano—. ¿Tienes frío?—Joven David —respondió el chofer y le mostró una sonrisa algo forzada por lo entumecida que tenía las facciones—. ¿Cómo puede sobrevivir en un lugar como este? —expresó estremecido.David se recostó en el auto, junto al
La cocina era tan pequeña como el resto de la cabaña, con una cocina empotrada fabricada en madera y fórmica en un costado, y del otro un mesón pegado a la pared, que servía de mesa.Allí se encontraba su madre, la sofisticada y hermosa Alicia Salazar de León, hija de un renombrado escultor y empresario del país y de una poetisa ya fallecida.Sobrina de un Obispo de la iglesia católica, tía de un sacerdote y de una reconocida médico cirujano, quien además, dirigía una de las clínicas más prominentes del país.Una dama acostumbrada a relacionarse en los círculos sociales, religiosos y culturales de mayor relevancia, quien seguía con celo las tradiciones y protegía con rigurosidad la imagen familiar, así como su propio comportamiento.Costumbre que demostraba en la forma elegante en que estaba sentada sobre una delgada banqueta, con la espalda recta y los antebrazos apoyados con delicadeza en el borde del mesón, mientras revolvía con una cucharita el té de hierbas que habitualmente toma
David se desconcertó, tomó una mano de su madre y la acarició para tranquilizarla.—¿Qué ocurre? —expresó casi en un ruego, harto de los secretos y de las mentiras. La mujer negó con la cabeza y bajó el rostro mientras el llanto le salía a raudales. David le alzó la barbilla con un dedo, para obligarla a encararlo—. Mamá, ya basta de intrigas. Dime qué pasa.Alicia tardó un minuto en responder. Procuraba controlar su dolor.—No te vayas, David. Leonel te necesita.—Leonel está rodeado de gente capacitada, tiene expertos y…—Él te necesita a ti. —David la observó con frialdad, no creía en esa afirmación—. Está muy enfermo, ¿no te das cuenta? —confesó la mujer con voz trémula—. Leonel se muere, le queda muy poco tiempo.David se paralizó al escuchar esas palabras. Alicia hundió el rostro entre las manos para expulsar toda la pena que la embargaba.Él no pudo consolarla, un malestar agudo le invadió el pecho y lo dejó inmovilizado en el asiento. La confirmación de sus sospechas fue más d
La noche en la Colonia Tovar se había vuelto melancólica y oscura. No se divisaba la luna y muy pocas estrellas se asomaban con timidez entre las nubes.No llovía, solo un viento frío golpeaba los cristales de las ventanas y mecía los altos árboles en una suave danza que atrapaba la atención de Jimena.No sabía cuánto tiempo había pasado junto a la ventana, con la mirada fija en el oscuro paisaje. Se alejó cuando comenzaron a dolerle las piernas por haber estado tanto tiempo parada.Caminó por el hogar. Se sentía agotada, llevaba horas sumergida en sus pensamientos. Analizaba y evaluaba posibilidades, e indagaba maneras de recuperar la propiedad que le había dejado su madre sin tener que aceptar la absurda propuesta de Tomás Reyes.Al llegar a la sala, halló entreabierta la puerta del taller. La luz interior estaba encendida, lo que significaba que él se encontraba adentro.Dudó por un momento. Se detuvo en medio de la estancia a debatir si aprovechaba la ocasión para conversar con él
A la mañana siguiente, la tensión en la que se mantenían Jimena y David les impedía concentrarse en alguna actividad. Ambos se encontraban afectados por sus propias realidades y la única manera en que podían conseguir un poco de paz era estando cerca del otro.Se encontraron en un chalet ubicado en una de las zonas más altas y apartadas del pueblo. Un espacio discreto y cómodo, oculto entre la vegetación.La habitación que les cedieron se hallaba en la buhardilla y poseía gran ventanal que les daba una vista acogedora de los valles.Se quitaron los zapatos y se sentaron sobre la cama con las espaldas apoyadas en los almohadones y la mirada perdida en el exterior.David mantenía uno de sus brazos alrededor de los hombros de Jimena, la aferraba a él, con su rostro apoyado sobre la cabeza de la chica.Le había contado su pena más actual: la situación de salud de Leonel Acosta y su frustración por no poder hacer nada, ni siquiera, con respecto a sus sentimientos hacia el hombre, que se em
Al llegar el mediodía, David y Jimena regresaron al pueblo. Se sentían tan livianos y felices que nada les importaba.Él la llevó a comer al restaurante de un hotel de ambiente romántico, rodeado de pequeños campos poblados de bromelias, helechos arbóleos y grandes pinos, con hermosas vistas hacia los valles y las montañas.Después de disfrutar de la comida, salieron a los jardines traseros para caminar un poco. Frente a las cabañas del hotel se hallaba un lago artificial, ataviado con un puente arqueado fabricado en madera y con soportes de hierro.—Si tuviera el poder de detener el tiempo, este momento sería el ideal para mantenernos por siglos —confesó David, al tiempo que escuchaba los alegres trinos de la infinidad de aves que habitaban aquella región.Los aromas de la madera y la tierra húmeda le inundaban los pulmones mientras los rayos del sol le calentaban la piel, suavizados por la frescura de la brisa de montaña.Jimena sonrió con poco ánimo y se abrazó a su cuerpo antes de
Esa noche, Leonel Acosta se sentía realmente cansado. Se había pasado el día de médico en médico.Evaluaba la neumonía que parecía no querer dejarlo y se realizaba decenas de pruebas físicas y estudios radiológicos.Al día siguiente tenía citas para hacerse tomografías y consultas con otros especialistas, así obtendría diversos puntos de vista sobre su enfermedad.A pesar de haberse negado de plano a perder el tiempo con todo eso, la conversación con David había sido crucial. Solo por él hacía ese esfuerzo, no necesitaba reconocerlo en público, sus allegados lo comprendían y agradecían al cielo la oportuna actuación del joven.Nadie de su círculo social o familiar era capaz de lograr en él lo que David alcanzaba, ni siquiera su esposa, Federica Castillo, una mujer con quién se unió solo para mantener las apariencias y evitarle a su amada Alicia, habladurías que comprometieran su reputación.Nunca tuvo hijos con ella, a pesar de que la mujer por años hizo hasta lo imposible por quedar
El hotel Selva Negra había sido uno de los primeros hoteles erigidos en la Colonia Tovar.Corría el año de 1938 cuando se aventuraron a cimentar sus bases trasladando los materiales para su construcción desde el vecino poblado de La Victoria, sobre mulas, a través de un estrecho y averiado camino de tierra. El mismo por el que llegaron sus primeros huéspedes, quienes quedaron prendados no solo por el atractivo de la naturaleza que lo rodeaba, sino además, por la atención que recibían.Décadas después, el hotel era considerado uno de los mejores de la región. Ubicado en pleno casco central del pueblo, junto a la plaza principal y frente al mercado de frutas y hortalizas. Representa una parada reglamentaria para los turistas.Allí se encontraba la noche del lunes Rodrigo Luna, sentado en cómodos sillones tipo lounge alrededor de una chimenea en el bar del restaurante. Tomaba vino acompañado por dos alemanes con los que cerraba algunos negocios.Cuando Jimena llegó, los hombres reían con