Epílogo

Dicen que el tiempo no borra, pero enseña a mirar desde otro lugar. Que el dolor, cuando se deja respirar, puede transformarse en algo parecido a la paz.

Pasaron años desde aquella última conversación en la que el pasado y el futuro se enfrentaron cara a cara.

Y aunque la vida tomó caminos distintos, el destino —siempre caprichoso— tenía preparado un cierre diferente. Uno que no se gritó, no se forzó, simplemente… sucedió.

El aire olía a primavera.

Londres, siempre un poco gris, amanecía cálido y sereno. La brisa acariciaba los árboles en flor, y el sol, más generoso que de costumbre, se colaba por los ventanales de un café escondido entre callejones empedrados. Un lugar donde casi nadie miraba dos veces. Un rincón que parecía existir solo para ellos.

—Llegás tarde —dijo Clara, sin levantar la vista de su taza de té, pero con una sonrisa que delataba la complicidad.

—Mentirosa. Llegué puntual. Tu llegaste temprano para provocarme —respondió Ethan, dejando un beso en su frente y sentándose frente a ella.

Él vestía informal, con un saco claro arremangado y el cabello un poco revuelto por el viento. Ella llevaba un vestido azul oscuro, sencillo pero elegante, y el rostro sereno de quien ya no carga con sombras.

Habían pasado tres años desde aquella cena. Comenzaron, como acordaron, despacio. Una cita, luego otra. Paseos, silencios compartidos, y muchas charlas largas en la madrugada. Se volvieron a conocer. Se permitieron quererse sin apuro, sin deberes, sin fantasmas del pasado.

Hoy eran eso: compañeros de camino. No perfectos, no idénticos, pero sí honestos. Y libres.

—¿Estás lista para la locura de esta tarde? —preguntó Ethan, levantando las cejas.

Clara asintió, riendo.

—¿Alguna vez lo estamos?

El reloj marcaba las 10:45. A las doce, en un auditorio de la universidad, Clara daría su primera conferencia como especialista en finanzas personales. Su nombre empezaba a sonar en medios económicos y Ethan no se perdía ninguna de sus charlas.

—Te vas a lucir —dijo él, tomando su mano por sobre la mesa—. Como siempre.

Ella lo miró y, por un instante, el tiempo pareció detenerse. El amor había vuelto a florecer entre ellos, y esta vez con más fuerza, con raíces mas firmes.

Observaba con amor a ese hombre que supo cambiar, en lugar de quedarse en ruinas, decidió construir algo nuevo con las manos desnudas.

—Gracias por volver —le dijo ella.

Ethan negó suavemente con la cabeza.

—Nunca me fui amor mío —dijo él con cariño

—Aprendimos —susurró Clara.

—Y seguimos aprendiendo —respondió él.

Se quedaron así, en silencio. El bullicio de la ciudad era apenas un rumor lejano. Lo único real en ese instante eran ellos dos, las manos entrelazadas, y ese café que había empezado como una cita más, pero que ya era una pequeña tradición.

Una hora después, la sala aplaudía a Clara de pie. Ethan, al fondo, la miraba con los ojos llenos de orgullo, mientras entrelazaba los dedos con una niña de rizos castaños y sonrisa curiosa.

—¿Viste a mamá? —le preguntó en voz baja—. ¿Te diste cuenta de lo increíble que es?

La niña pequeña a su lado asintió con una energía.

—Es la mejor —susurró la pequeña con una voz un poco inahudible sin quitarle los ojos de encima.

Ethan besó su frente, y por dentro, sintió algo parecido a la plenitud.

Porque a veces el amor no llega en la forma perfecta ni en el momento esperado. A veces, duele. Se rompe. Se va. Pero si es real, si es sincero, si es libre… puede renacer.

Y lo que florece después de la tormenta, aunque distinto, suele ser mucho más fuerte. Y mucho más bello.

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