Capítulo 9: Confesiones

El silencio se volvió espeso una vez que la puerta se cerró detrás del padre y del abuelo de Ethan. Clara seguía de pie, frente a él, con los ojos empañados pero el mentón en alto. Ethan no supo por dónde empezar, pero sabía que no podía callar más.

—Clara… —susurró, y su voz se quebró—. Estos meses fueron una tortura para mí.

Ella lo miró sin parpadear. No estaba lista para perdonarlo, pero sí para escuchar.

—Soy hijo único. Desde que tengo memoria, mi padre me crió con un solo objetivo: continuar con el legado. La empresa. La familia. El apellido. Fui adoctrinado. No me enseñaron a sentir, me enseñaron a decidir. A sacrificar. A cumplir. Y todo… todo eso se puso en riesgo el día en que me enamoré de vos.

Su voz tembló, y sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas.

—Mi familia es un imperio de negocios, no hay espacio para el amor. Pero me permitieron estar contigo… con la condición de que tuviéramos hijos pronto. Ellos lo veían como una transacción, un acuerdo. Pero para mí… para mí eras mi vida entera.

Se pasó una mano por el rostro, ahogado de emoción.

—Y entonces, el trasplante… todo cambió. Los planes se detuvieron. Y ellos, en lugar de comprender, endurecieron su postura. Empezaron a presionarme. Y yo… fui un cobarde.

Ethan bajó la cabeza, avergonzado.

—Cada vez que te lastimé… cada vez que me alejé, me destruía un poco más. Pero seguía haciéndolo. Pensaba que, si lograba que vos me dejaras, ellos me soltarían. Pero ni así funcionó. Te rompí el corazón, y el mío se rompía con vos.

Una lágrima solitaria cayó por su mejilla. Clara seguía inmóvil, luchando por no llorar.

—El día que te encontré desmayada… —continuó él con un hilo de voz— sentí un dolor tan grande que pensé que me moría. Me prometí que, si despertabas, renunciaría a todo. Que ya no importaba nada más. Te elegí a vos. Pero cuando despertaste… no me miraste igual. Sentí que me habías soltado. Que ya no me querías. Y no quise confundirte más. Solo quería que estuvieras bien, incluso sin mí. Y lo siento… lo siento tanto, Clara.

Entonces, por primera vez, Ethan lloró sin contenerse. Sin orgullo. Sin escudo. Y esa imagen fue suficiente para quebrar a Clara también.

Ella se acercó, tomó sus manos con suavidad y las sostuvo con ternura.

—¿Por qué no me lo dijiste antes, Ethan? —susurró con la voz entrecortada—. Hubiéramos podido soportarlo todo… juntos. Jamás te habría juzgado. Te habría apoyado en cada paso, incluso contra el mundo si era necesario.

Las lágrimas corrían ahora por su rostro.

—No tenés idea de lo que fue para mí. Día tras día, ver cómo te alejabas, cómo se apagaba tu voz, tus ojos, tu presencia. Cada noche dormía esperándote, y cada mañana me despertaba con menos esperanza. Empecé a creer que ya no me amabas. Que había otra mujer. Que yo ya no era suficiente.

Le apretó las manos con fuerza.

—Perdí mi amor propio. Perdí mis ganas. Perdí el sueño de nuestra vida juntos. Y lo peor fue que nunca me diste una explicación. La honestidad, Ethan… la honestidad nos habría dolido menos que todo este silencio.

Se quebró. Ethan la sostuvo mientras ella hablaba entre lágrimas.

—Ese día en el hospital, cuando abrí los ojos y no te vi… sentí que el mundo se me caía encima. Estaba rota, completamente sola. Y cuando entraste por la puerta… me sentí en paz. Pero estaba tan enojada, tan dolida… que ni siquiera pude demostrártelo.

Se quedó en silencio unos segundos, como si se guardara lo más duro para el final.

—Yo te elegí a vos por encima de todo. Hace dos años que no veo a mi familia porque ellos nunca me aceptaron. Dejé la universidad porque habíamos planeado una vida, una familia. Y lo hice feliz. Sin arrepentimientos. Pero ahora entiendo… que somos personas distintas, que fuimos criados en mundos distintos. Y no te culpo por eso.

Se inclinó, le dio un suave beso en la mejilla y le acarició la cara empapada de lágrimas.

—Solo te pido algo… No te olvides nunca que yo te amé como nadie.

Dicho eso, soltó sus manos con suavidad. Y con el corazón hecho pedazos, se giró para marcharse.

Ethan no la detuvo. Solo se quedó allí, con las manos vacías y el alma aún más.

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