Inicio / Romance / Hasta que te canses de mí / Capítulo 4: La herida que no sangra
Capítulo 4: La herida que no sangra

Dos meses más habían pasado. Dos meses en los que la distancia entre ellos solo había crecido, como un muro invisible que Clara intentaba escalar cada día sin éxito.
Sus esfuerzos jamás cesaban: sonrisas fingidas, cenas cuidadas, palabras suaves, pero la indiferencia de Ethan parecía haberse arraigado en su piel como una costra fría, imposible de romper.

Aquella mañana, el sonido del teléfono quebró el silencio de la casa. Ethan, desde el sofá del estudio, respondió con voz ronca.

—¿Por qué no estás en la oficina? —la voz firme de su padre lo atravesó como un dardo—. ¿Te olvidaste de que hay gente que depende de ti?

—Lo siento —dijo Ethan, frotándose los ojos—. No me sentía bien, debió ser algo que comí. Rachel lo sabía, pensé que te lo informaría.

Un silencio denso precedió a la respuesta.

—Seguramente fue la basura que cocina tu esposa… —espetó Eric con desdén—. La que, por cierto, todavía no has dejado. Han pasado cuatro meses, Ethan.

—Pronto, padre. Pronto.

La llamada terminó, pero no así el enojo de Eric, que comenzó a pasearse por su oficina con los brazos cruzados.

Como si el destino quisiera colaborar, en ese momento la puerta se abrió y entró Rachel, la asistente de su hijo.

—Disculpe, señor —dijo ella—. Ethan me pidió que avisara que no se encontraba bien, pero no logré comunicarme con su oficina.

Eric la observó. Era joven, de belleza impecable, con modales pulidos y una mirada decidida. En ese instante, una idea comenzó a tomar forma.

—Puedo perdonarte por esta vez —dijo, cambiando su tono a uno más sereno—. Pero con una condición… Un pequeño favor. Ethan está pasando por un momento difícil. Su matrimonio está en ruinas, pero su mujer se niega a aceptarlo. No puede sacarla de la casa por las buenas…

Rachel no necesitó más para entender. Hacía tiempo que sus sentimientos por Ethan eran evidentes, al menos para ella. Y esta, claramente, era su oportunidad.

—Lo que usted me pida, señor —respondió sin dudar.

*

Mientras tanto, Clara preparaba el almuerzo con prisa. No sabía por qué, pero el simple hecho de que Ethan no hubiese ido a trabajar esa mañana le despertaba un atisbo de esperanza.
Pensó que tal vez se sentía débil, o tal vez había decidido quedarse a su lado.

Justo cuando estaba poniendo la mesa, sonó el timbre.

Extrañada, se limpió las manos con el delantal y fue a abrir.
Del otro lado, una mujer que parecía salida de una revista de modas le sonrió con seguridad.

—Buenos días, traigo el almuerzo de Ethan —dijo con voz dulce.

Clara parpadeó, sin entender del todo. Miró la bolsa, luego a la mujer.

—Gracias… yo se lo acerco —respondió con suavidad, pero con los labios tensos.

—No, debo entregárselo yo. También traje papeleo de la oficina que debemos revisar juntos. Soy Rachel, su asistente —agregó, extendiendo la mano como si estuviera presentándose en una entrevista.

Clara se quedó helada. Estaba a punto de replicar cuando escuchó los pasos de Ethan bajando las escaleras. Su rostro, serio como de costumbre, no mostraba emoción alguna.

—Déjala pasar —ordenó sin mirarla—. Tenemos trabajo que hacer y algunas cosas que hablar.

Las risas no tardaron en escucharse desde el despacho. Claras, altas, casi musicales. Se filtraban por los pasillos de la casa, chocando con las paredes mudas, como una burla cruel.
Al parecer, Rachel era muy graciosa… y había logrado lo que Clara ya no: levantarle el ánimo a Ethan.

Ella no lo podía soportar más.

Recogió los platos, aunque ninguno había sido tocado, y comenzó a guardar la comida sin probar bocado. Algo habitual últimamente. Su apetito era intermitente, igual que sus ganas de levantarse cada mañana.

Se apoyó en la mesada y cerró los ojos. Pensó en todo lo que había dejado atrás por su matrimonio. No había ido a la universidad, había perdido el contacto con sus amigas, y en los últimos dos años ni siquiera había viajado a ver a su familia, allá en Newcastle, a casi cinco horas de tren.
Se sentía perdida. Vacía. Triste.

Pasaron un par de horas hasta que escuchó el sonido de pasos acompañados hacia la entrada.

—Gracias por venir, Rachel —decía Ethan.

Cuando escuchó cómo se cerraba la puerta y los pasos de él volvían hacia la habitación de invitados, no pudo aguantarse. Salió a enfrentarlo.

—¿Qué es esto, Ethan? —preguntó con la voz temblorosa—. Un día te despertás y comenzás a tratarme con la frialdad con la que ni siquiera se trata a un desconocido… y yo lo aguanto. Dejas de hablarme, y yo soporto. Comienzas a llegar a horas sin sentido y, aunque me muero de dolor, no digo nada. Pero ahora… ¿traer a una mujer a casa? ¿Refregarme en la cara que ya no valgo nada para ti? ¿Realmente merezco esto?

Ethan se giró. En su rostro había algo que Clara no lograba descifrar: ¿culpa? ¿enojo? ¿cansancio?

—¿tú eres la que aguanta y yo soy el culpable? —respondió con tono áspero—. ¿Alguna vez te pedí que te quedaras? ¿Yo te cerré la puerta para que no te vayas?

Clara lo miró sin comprender.

—Estás donde estás, y como estás… porque querés, Clara.

Sus palabras la golpearon como un puñetazo invisible.
Y por primera vez, sintió como el hombre que alguna vez amo con locura, ya no existía.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP