Capítulo 6: La grieta

La tarde londinense caía con esa melancolía tan característica del invierno que se avecinaba. El cielo, gris pálido, se teñía de un tinte anaranjado apenas perceptible, mientras el aire helado envolvía cada rincón de la ciudad. Clara, abrigada con su viejo abrigo beige, se acercaba a la empresa con el corazón en la garganta. No había avisado, no quería darle tiempo a preparar excusas. Solo necesitaba respuestas. Necesitaba mirarlo a los ojos.

Últimamente, Ethan no volvía a casa a la hora de siempre. Decía que tenía reuniones, compromisos de último momento, cenas improvisadas… excusas. Ella lo había creído, o al menos lo había intentado. Pero ya no podía más. La duda la estaba consumiendo.

Fue entonces cuando lo vio.

Ethan salía del edificio acompañado. Rachel, del brazo, se reía de algo que él acababa de decirle. Su cabello rubio perfectamente peinado caía en ondas suaves sobre sus hombros. Iba vestida con un conjunto elegante y ajustado que realzaba su figura esbelta, y caminaba con una seguridad que intimidaba. Clara no pudo moverse. Sintió cómo el aire la abandonaba. Las lágrimas comenzaron a nublarle la vista y, sin poder pronunciar palabra, se dio media vuelta y se fue. Caminó a paso apresurado, con el rostro empapado, sin saber bien hacia dónde iba.

Ethan la vio. Su corazón dio un vuelco, un impulso lo empujó a correr tras ella. Pero se detuvo. No podía hacerlo. No debía. Tal vez, solo tal vez, esa era la oportunidad que tanto había temido… la que finalmente la alejaría de él. La que terminaría por romper lo que quedaba de ese lazo. Se quedó quieto, con la mirada clavada en la calle vacía.

Clara llegó a casa en un estado de shock. Las lágrimas seguían cayendo, pero ya ni siquiera las sentía. No estaba segura de cómo había llegado, ni cuánto tiempo había pasado. Solo sabía que algo dentro de ella se había quebrado. Sentada sobre la alfombra de la sala de estar, se dejó caer. Cerró los ojos, abrazándose las rodillas, y dejó que el silencio la envolviera.

¿En qué momento la dejó de amar? ¿Cuándo Rachel ocupó su lugar? ¿Fue por su enfermedad? ¿Por los planes de ser padres que debieron postergar tras su trasplante? Ethan siempre había soñado con una casa llena de niños, pero ella no podía aún. ¿Y si simplemente… no había sido suficiente?

Mientras tanto, en el restaurante, Ethan apenas probó bocado. El estómago cerrado, la cabeza en otro lugar. Rachel hablaba y hablaba, intentando hacer de la noche algo agradable, pero sus respuestas eran breves, frías, ausentes. A pesar del fracaso evidente, ella le sonrió al despedirse. Le dijo que la había pasado genial y que esperaba repetir. Ethan solo asintió, sin siquiera fingir una sonrisa. Le abrió la puerta del coche y la observó alejarse, sintiendo un leve alivio al verla desaparecer.

Volver a casa era lo más difícil.

El invierno ya había llegado. El aire estaba cargado de esa quietud helada que precede las primeras nevadas. Londres se vestía de luces y guirnaldas, los escaparates brillaban con tonos rojos y dorados. Era diciembre, el mes favorito de Clara. Ella adoraba la Navidad, los villancicos, el aroma a canela y pino, las tradiciones. Pero ese año, todo era distinto. Ese año, su casa era la única sin luces, sin guirnaldas, sin vida.

Al llegar, lo supo.

Antes de abrir la puerta ya lo sentía: algo no estaba bien.

El interior estaba oscuro, gélido. Un frío más profundo que el de la calle. Encendió la luz y entonces la vio. El cuerpo de Clara, frágil, caído sobre la alfombra. Su rostro pálido, inmóvil. El corazón de Ethan se detuvo por un instante.

—Clara… Clara —repitió, acercándose con rapidez, hincándose a su lado—. ¡Clara, por favor!

No reaccionaba.

La tomó en brazos, sintiendo cómo el pánico le apretaba el pecho.

—No, no, no… mi amor, por favor no me dejes.

Corrió hasta el coche, con ella entre sus brazos, mientras el viento helado cortaba su rostro. Las luces navideñas de las casas vecinas brillaban como una cruel ironía. En esa noche invernal, el mundo entero parecía celebrar… mientras él lo perdía todo.

Mientras conducía a toda velocidad hacia el hospital, con las manos temblorosas en el volante, Ethan sentía que el aire le faltaba. El corazón le golpeaba el pecho con una fuerza insoportable.

En esos minutos eternos, cada uno de sus pensamientos era un látigo.

Habían pasado casi cinco meses desde que había comenzado a hacerle el vacío. Cinco meses de silencio, de excusas, de evasivas. Cinco meses mintiéndole a ella… y mintiéndose a sí mismo. Había creído que si Clara se cansaba y lo dejaba, todo sería más fácil. Que si ella renunciaba primero, él no tendría que romperle el corazón. Pero se había engañado.

La amaba.

La amaba con locura.

¿Cómo pudo pensar que iba a resistir el día en que ella decidiera marcharse?

Miró por el retrovisor. El cuerpo inconsciente de su esposa se balanceaba levemente con cada movimiento del coche. Su rostro tan frágil, tan vulnerable, tan... suyo.

—Lo siento tanto, mi amor… —susurró con la voz rota, mientras una lágrima rodaba por su mejilla—. Por favor, resiste. Te prometo que voy a arreglarlo todo. Solo no me dejes…

Y por primera vez en mucho tiempo, Ethan supo con certeza lo que quería. No una empresa, ni un legado, ni una vida ordenada. Solo a ella. Solo a Clara.

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