Capítulo 41

Cuando salieron de la cabaña eran cerca de las dos de la mañana. Helaba. El frío era intenso y las estrellas brillaban con rabia.

Kasa, que sabía que el resto de la familia — y Léndula en particular — estaría muerta de la preocupación, se adelantó a ellos para contarles al resto del clan la noticia: se quedaban. Decidían confiar en el hombre, aunque siempre estarían alerta, aquel sería siempre su modo de vida. Tampoco iba a ser tan distinto a lo que estaban acostumbrados, pensaba Kasa. Extremar un poco más la atención, al menos durante un tiempo, por si acaso.

Al salir ellos, Yuma se detuvo en la puerta de la cabaña y dejó que Cala se adelantara unos pasos antes de volverse hacia el hombre.

—Podría matarte en un segundo —le dijo—, te puedo retorcer el cuello como a un simple pato —continuó.

—Lo sé —contestó el hombre, impasible.

Yuma hizo el gesto de retorcerle el cuello a ese pato imaginario.

—Ándate con cuidado. Yo vendré con Cala y

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