Yuma había llegado a la guarida de Ona. Escondido entre los árboles esperaba que alguno de ellos apareciera, pero, al no haber movimiento alguno, decidió emitir el sonido tupi. Tuvo que repetirlo tres veces antes de ver aparecer al padre de Ona, camuflándose entre los árboles. El hombre se movía con sigilo, pero Yuma le localizó en seguida.
—Ayak, soy yo —dijo Yuma, dejándose ver. Ayak le miró y salió completamente de su escondite.
El rostro del hombre estaba serio, pero parecía calmado.
—Yuma —murmuró.
Luego se mantuvo callado y le hizo un gesto para que se alejaran de la guarida. Tomó a Yuma de un brazo y caminaron con rapidez hasta una zona cubierta de zarzas.
—¿Qué es lo que ha pasado? Ona apareció ayer, desconsolada.
Así que, al parecer, ella no había contado nada todav
Manuel se dejó abrazar por la chiquilla. Sintió el calor de su cuerpo menudo y cómo se le mojaban las mejillas con las lágrimas de Cala. Esperó unos segundos antes de apartarla despacio. Le sujetó la cara por las mejillas mojadas y la levantó el rostro hacia él para mirarla a sus hermosos ojos dorados. No se cansaba de verla.—¿Estás bien? ¿Qué es lo que te pasa?Ella se recompuso un poco, se limpió las lágrimas con el reverso de las manos y le sonrió mientras sorbía, con la nariz enrojecida.—Sí, es sólo que Yuma se ha ido hoy y me he puesto a pensar en cosas tristes —dijo Cala. Miró al humano y comenzó a reírse—. Pensará que soy una tonta.Manuel sonrió. Le admiraba la claridad con la que hablaba. Después de tantos años él se había imaginado a
Yuma negaba con la cabeza una y otra vez. Ona tenía que estar mintiendo de nuevo. Si ella estaba realmente embarazada las cosas se complicarían mucho más de lo que habían pensado. Aquello no podía ser cierto. Tenía que ser una mentira más de las de Ona.La cabeza le pesaba, sentía un pitido en sus oídos y sus ojos veían pintas negras bailando frente a él.Hizo un esfuerzo por mantener la compostura. No podía venirse abajo ahora.Ona pareció recuperarse y miró a Yuma con una mano apoyada en su vientre.—¿Por qué iba a creerte? Mentiste, Ona, nos engañaste a todos.Ella le miró con los párpados entornados. Yuma casi podía respirar su odio. Cómo no lo había visto antes. Cómo había podido llegar a desconfiar de Cala cuando le decía que ella no era la que mentía.
Manuel levantó la vista hacia Cala y ella vio que sus ojos habían enrojecido. Luego se miró las manos y se las frotó. Cala no entendía por qué él se había disgustado. Temió haber dicho algo que le hubiese ofendido.Las palabras de Manuel acerca del amor habían sonado demasiado profundas y personales como para no sospechar que él también tenía una herida sin cerrar que no le dejaba descansar.Cala le colocó una mano sobre una de sus mejillas y fijó su mirada en los ojos arrasados del hombre.—Una vez amé a una mujer —dijo Manuel—. En realidad aún la amo, pero ella ya no está aquí y cada vez me costaba más creer que seguía existiendo gente buena.Cala le miró inquieta. Aquel hombre le inspiraba una mezcla de miedo y ternura que no había experimentado antes. Era de su propia especie
Ona le dio la espalda a Yuma y regresó a su guarida. Él se sentó en el suelo con las rodillas flexionadas y las manos cubriéndole la cabeza. Todo aquello le parecía tan irreal... Se sintió pequeño, acorralado por la situación y deseó volver a ser un niño y correr por los bosques con Cala cargada a su espalda.Si hubiera hecho caso al abuelo ahora no se encontraría en esa situación. Pero había sido un cobarde durante demasiado tiempo y ahora estaba pagando las consecuencias. No iba a ser fácil deshacer todo aquel embrollo. De momento debía enfrentarse al clan de Ona y exigir la anulación. Sabía que iba a ser un momento tenso, quién podía saber cuántas mentiras estaría contando Ona a su clan en aquel momento. O como ella bien había dicho, simplemente la verdad, malentendida, ya les iba a resultar terrible.Se puso en pi
A Yuma le latía el corte sobre la ceja y además no dejaba de sangrar. Después de la discusión y de que le dejaran claro que no tenían pensado creer nada de lo que él les contara, Yuma había dicho que quería la anulación de su matrimonio con Ona, a lo que su padre había contestado que eso era algo que había quedado implícito en el momento en el que él la había engañado.Yuma no quiso discutir más. El hermano de Ona le miraba con rabia, aún en el suelo, cuando él se volvió y se perdió en el bosque de regreso a casa. A Ona no quiso dirigirle ni tan siquiera una última mirada.Mientras corría por el bosque, dolorido por los golpes, pensó en las palabras que ella le había dicho. "Tendré que esperar para saber si su embarazo es real, es su forma de castigarme, de asegurarse de que no pueda ser feliz". T
Cala, aún ajena a todo lo que estaba ocurriendo, no dejaba de dar vueltas en su cabeza a las últimas palabras de Manuel. "Ella no conocía a otros humanos". Aquello era verdad, no conocía ni a otros humanos ni muchas de las cosas que ellos hacían, tenían, comían...No conocía nada de su especie en absoluto. Los otros tupi tenían mucha más información que ella sobre su propia especie, aunque a ella le ocultaban esa misma información adrede para que no descubriera su propia identidad.En su boca aún podía sentir el calor y el dulzor de aquello que Manuel le había dado a beber.Había algo de lo que estaba segura, amaba a Yuma. Aquello que sentía no podía desvanecerse por el simple hecho de haber descubierto que ella era humana, pero la curiosidad que sentía por el mundo en el que ella debería haber vivido no la dejaba pensar en otra cos
Yuma despertó sobresaltado y totalmente desorientado. Se llevó una mano a la frente y se tocó la herida que le partía la ceja en dos. Sin embargo, apenas sentía dolor.Misca. Habían sido sus hierbas. Estaba en el clan de Sasa, comenzaba a recordarlo todo y situarse. Se incorporó despacio en el lecho para no marearse y se dirigió al exterior de la guarida.Misca y el niño pequeño estaban sentados allí, desgranando algún tipo de planta. Misca era famosa por conocer el poder curativo de las flores y las plantas, se la consideraba como un médico entre los tupis, y, a menudo, les visitaban heridos o enfermos desde otros clanes.Así que siempre estaban al tanto de todo. Recibían las noticias antes que nadie, pensó Yuma.Los dos le miraban, seguramente le habían escuchado dirigirse hacia ellos, pues, en su estado, no era especialmente cuidadoso
—Hace tiempo que le prometí a Cala que pasaríamos una tarde solas para hablar de nuestras cosas, como antes de que naciera Azca, y creo que ahora que lo está pasando mal le vendría muy bien — les decía Sasa a Léndula y a Namid.Habían terminado de comer y Cala se había ido a su habitación con el rostro compungido, fingiendo no encontrarse con mucho ánimo.—Sí, creo que la vendría bien —ratificó Léndula, preocupada por ver a Cala igual que si fuera una sonámbula, siempre triste y despistada.—Por mí no hay problema, no pensaba hacer nada esta tarde así que jugaré con Azca hasta que se caiga rendido —atrajo a su mujer hacia él y la besó suavemente en los labios.Sasa se sintió tan mal que estuvo a punto de confesarle que todo era mentira. No le gustaba nada lo que iba a hacer,