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—Hace tiempo que le prometí a Cala que pasaríamos una tarde solas para hablar de nuestras cosas, como antes de que naciera Azca, y creo que ahora que lo está pasando mal le vendría muy bien — les decía Sasa a Léndula y a Namid.

Habían terminado de comer y Cala se había ido a su habitación con el rostro compungido, fingiendo no encontrarse con mucho ánimo.

—Sí, creo que la vendría bien —ratificó Léndula, preocupada por ver a Cala igual que si fuera una sonámbula, siempre triste y despistada.

—Por mí no hay problema, no pensaba hacer nada esta tarde así que jugaré con Azca hasta que se caiga rendido —atrajo a su mujer hacia él y la besó suavemente en los labios.

Sasa se sintió tan mal que estuvo a punto de confesarle que todo era mentira. No le gustaba nada lo que iba a hacer,

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