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—¡Para! —gritó Cala, excitadísima, y Manuel temió que se abalanzara sobre él y le arrebatase el volante. El viaje estaba resultando emocionante para ella y Manuel se sentía exultante en su papel de maestro que le descubre todos los secretos de la vida a su alumno.

No tenía que preguntar para saber qué era lo que había llamado tanto la atención de Cala. La fuente se alzaba majestuosa en el centro de la plaza y echaba, como por arte de magia, chorros de agua a gran altura. Manuel echó un rápido vistazo a la zona.

—No tengo dónde parar Cala, daré una vuelta.

Manuel llegó a dar tres vueltas sin resultado. Cala esperaba ansiosa en cada una de ellas la visión que la había conmocionado. Finalmente, Manuel se detuvo en doble fila.

—¿Qué es? —preguntó con un hilo de voz.

—Se llama fuen

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