Manuel levantó la vista hacia Cala y ella vio que sus ojos habían enrojecido. Luego se miró las manos y se las frotó. Cala no entendía por qué él se había disgustado. Temió haber dicho algo que le hubiese ofendido.
Las palabras de Manuel acerca del amor habían sonado demasiado profundas y personales como para no sospechar que él también tenía una herida sin cerrar que no le dejaba descansar.
Cala le colocó una mano sobre una de sus mejillas y fijó su mirada en los ojos arrasados del hombre.
—Una vez amé a una mujer —dijo Manuel—. En realidad aún la amo, pero ella ya no está aquí y cada vez me costaba más creer que seguía existiendo gente buena.
Cala le miró inquieta. Aquel hombre le inspiraba una mezcla de miedo y ternura que no había experimentado antes. Era de su propia especie
Ona le dio la espalda a Yuma y regresó a su guarida. Él se sentó en el suelo con las rodillas flexionadas y las manos cubriéndole la cabeza. Todo aquello le parecía tan irreal... Se sintió pequeño, acorralado por la situación y deseó volver a ser un niño y correr por los bosques con Cala cargada a su espalda.Si hubiera hecho caso al abuelo ahora no se encontraría en esa situación. Pero había sido un cobarde durante demasiado tiempo y ahora estaba pagando las consecuencias. No iba a ser fácil deshacer todo aquel embrollo. De momento debía enfrentarse al clan de Ona y exigir la anulación. Sabía que iba a ser un momento tenso, quién podía saber cuántas mentiras estaría contando Ona a su clan en aquel momento. O como ella bien había dicho, simplemente la verdad, malentendida, ya les iba a resultar terrible.Se puso en pi
A Yuma le latía el corte sobre la ceja y además no dejaba de sangrar. Después de la discusión y de que le dejaran claro que no tenían pensado creer nada de lo que él les contara, Yuma había dicho que quería la anulación de su matrimonio con Ona, a lo que su padre había contestado que eso era algo que había quedado implícito en el momento en el que él la había engañado.Yuma no quiso discutir más. El hermano de Ona le miraba con rabia, aún en el suelo, cuando él se volvió y se perdió en el bosque de regreso a casa. A Ona no quiso dirigirle ni tan siquiera una última mirada.Mientras corría por el bosque, dolorido por los golpes, pensó en las palabras que ella le había dicho. "Tendré que esperar para saber si su embarazo es real, es su forma de castigarme, de asegurarse de que no pueda ser feliz". T
Cala, aún ajena a todo lo que estaba ocurriendo, no dejaba de dar vueltas en su cabeza a las últimas palabras de Manuel. "Ella no conocía a otros humanos". Aquello era verdad, no conocía ni a otros humanos ni muchas de las cosas que ellos hacían, tenían, comían...No conocía nada de su especie en absoluto. Los otros tupi tenían mucha más información que ella sobre su propia especie, aunque a ella le ocultaban esa misma información adrede para que no descubriera su propia identidad.En su boca aún podía sentir el calor y el dulzor de aquello que Manuel le había dado a beber.Había algo de lo que estaba segura, amaba a Yuma. Aquello que sentía no podía desvanecerse por el simple hecho de haber descubierto que ella era humana, pero la curiosidad que sentía por el mundo en el que ella debería haber vivido no la dejaba pensar en otra cos
Yuma despertó sobresaltado y totalmente desorientado. Se llevó una mano a la frente y se tocó la herida que le partía la ceja en dos. Sin embargo, apenas sentía dolor.Misca. Habían sido sus hierbas. Estaba en el clan de Sasa, comenzaba a recordarlo todo y situarse. Se incorporó despacio en el lecho para no marearse y se dirigió al exterior de la guarida.Misca y el niño pequeño estaban sentados allí, desgranando algún tipo de planta. Misca era famosa por conocer el poder curativo de las flores y las plantas, se la consideraba como un médico entre los tupis, y, a menudo, les visitaban heridos o enfermos desde otros clanes.Así que siempre estaban al tanto de todo. Recibían las noticias antes que nadie, pensó Yuma.Los dos le miraban, seguramente le habían escuchado dirigirse hacia ellos, pues, en su estado, no era especialmente cuidadoso
—Hace tiempo que le prometí a Cala que pasaríamos una tarde solas para hablar de nuestras cosas, como antes de que naciera Azca, y creo que ahora que lo está pasando mal le vendría muy bien — les decía Sasa a Léndula y a Namid.Habían terminado de comer y Cala se había ido a su habitación con el rostro compungido, fingiendo no encontrarse con mucho ánimo.—Sí, creo que la vendría bien —ratificó Léndula, preocupada por ver a Cala igual que si fuera una sonámbula, siempre triste y despistada.—Por mí no hay problema, no pensaba hacer nada esta tarde así que jugaré con Azca hasta que se caiga rendido —atrajo a su mujer hacia él y la besó suavemente en los labios.Sasa se sintió tan mal que estuvo a punto de confesarle que todo era mentira. No le gustaba nada lo que iba a hacer,
"Que esté en la cabaña, que esté en la cabaña" murmuraba Cala mientras se acercaba a la puerta sin dejar de mirar asustada a su alrededor.Tal como Manuel le había dicho, la puerta se abrió cuando Cala la empujó, pero, aun así, ella dio unos golpes para avisar de su llegada. Esperó impaciente a oír los pasos de Manuel acercándose, y entonces no aguantó más y empujó la puerta.Manuel la recibió con una sonrisa y ella se lanzó contenta sobre él y le abrazó. Aquel hombre le inspiraba un sentimiento de paz y seguridad que nunca había sentido, y Cala se preguntó si sería igual con el resto de los humanos.—Vaya, hoy te veo contenta —repuso Manuel sujetándola por los hombros mientras la miraba. Aquella chiquilla tocaba fibras en él que hacía tiempo que pensaba que ya nadie iba a poder tocar.
Manuel abrió la puerta del copiloto de su land rover y la invitó a entrar. Cala se sentó y observó todo lo que la rodeaba. Manuel cerró la puerta de golpe haciendo saltar a Cala, sorprendida. Luego él se subió al asiento del conductor y le enseñó cómo funcionaba el cinturón de seguridad.—Entonces, ¿esto es peligroso? —preguntó Cala refiriéndose al land Rover.—Bueno, como su nombre indica es por seguridad. Si tuviéramos un golpe, el cinturón te protegería de salir disparada —vio la expresión horrorizada de Cala y la tranquilizó—. Pero es poco probable que tengamos un accidente.Manuel le había dejado una amplia chaqueta de lana que cubría prácticamente el cuerpo menudo de Cala. Sus manos asomaban los deditos y comenzó a tamborilear con ellos sobre sus piernas, nervios
—¡Para! —gritó Cala, excitadísima, y Manuel temió que se abalanzara sobre él y le arrebatase el volante. El viaje estaba resultando emocionante para ella y Manuel se sentía exultante en su papel de maestro que le descubre todos los secretos de la vida a su alumno.No tenía que preguntar para saber qué era lo que había llamado tanto la atención de Cala. La fuente se alzaba majestuosa en el centro de la plaza y echaba, como por arte de magia, chorros de agua a gran altura. Manuel echó un rápido vistazo a la zona.—No tengo dónde parar Cala, daré una vuelta.Manuel llegó a dar tres vueltas sin resultado. Cala esperaba ansiosa en cada una de ellas la visión que la había conmocionado. Finalmente, Manuel se detuvo en doble fila.—¿Qué es? —preguntó con un hilo de voz.—Se llama fuen