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Manuel levantó la vista hacia Cala y ella vio que sus ojos habían enrojecido. Luego se miró las manos y se las frotó. Cala no entendía por qué él se había disgustado. Temió haber dicho algo que le hubiese ofendido.

Las palabras de Manuel acerca del amor habían sonado demasiado profundas y personales como para no sospechar que él también tenía una herida sin cerrar que no le dejaba descansar.

Cala le colocó una mano sobre una de sus mejillas y fijó su mirada en los ojos arrasados del hombre.

—Una vez amé a una mujer —dijo Manuel—. En realidad aún la amo, pero ella ya no está aquí y cada vez me costaba más creer que seguía existiendo gente buena.

Cala le miró inquieta. Aquel hombre le inspiraba una mezcla de miedo y ternura que no había experimentado antes. Era de su propia especie

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