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Manuel se dejó abrazar por la chiquilla. Sintió el calor de su cuerpo menudo y cómo se le mojaban las mejillas con las lágrimas de Cala. Esperó unos segundos antes de apartarla despacio. Le sujetó la cara por las mejillas mojadas y la levantó el rostro hacia él para mirarla a sus hermosos ojos dorados. No se cansaba de verla.

—¿Estás bien? ¿Qué es lo que te pasa?

Ella se recompuso un poco, se limpió las lágrimas con el reverso de las manos y le sonrió mientras sorbía, con la nariz enrojecida.

—Sí, es sólo que Yuma se ha ido hoy y me he puesto a pensar en cosas tristes —dijo Cala. Miró al humano y comenzó a reírse—. Pensará que soy una tonta.

Manuel sonrió. Le admiraba la claridad con la que hablaba. Después de tantos años él se había imaginado a

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