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Al cerrar la puerta, Manuel notó que las piernas le comenzaban a temblar. Se sentó en la sencilla silla de madera, frente al escritorio, con todos los dibujos que había hecho a lo largo de los años, y comenzó a pasarlos uno a uno. El tupi y la niña humana iban creciendo en su dibujos igual que habían ido creciendo en la vida real. Pensó en todas las horas que había pasado sentado en su escritorio dibujándolos mientras esperaba a que algún día pasara lo que finalmente había sucedido. Ahora, todo parecía un sueño más.

Aquella chiquilla de los dibujos se había convertido en una preciosa adolescente. Aquellos asombrosos ojos dorados desprendían una luz que envolvía todo. Manuel notaba que le acompañaba una incómoda sensación de irrealidad y deseaba con todas sus fuerzas que la muchacha regresara a verle. La ansiedad de la espera

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