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Yuma se levantó del lecho con un peso oprimiéndole el pecho. Lo poco que había dormido aquella noche sólo le había servido para sufrir una pesadilla espantosa. El rostro de Cala estaba tan cerca del suyo que podía ver las motas oscuras en sus ojos dorados, pero cuando la iba a besar encontraba los labios de Ona, y Cala, a unos metros de ellos, les miraba y se reía. Cuando Yuma trataba de correr hacia ella era incapaz de hacerlo y Cala se volvía y echaba a caminar alejándose cada vez más.

De niño, Yuma había sido supersticioso, pero ahora se jactaba de no creer en aquellas cosas y se reía de su madre, que en cada cosa que pasaba veía una señal. Sin embargo, ahora era él el que no se sentía tranquilo abandonando el clan después de haber tenido aquel sueño. Cala escapando de él, riéndose. ¿Qué podía

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