El cielo nocturno estaba plagado de estrellas que titilaban tenuemente y acompañaban a la reina satélite que coronaba el cielo. La luna lo colmaba del poder de las expresiones artísticas más elevadas, de las que ningún otro hombre podría llegar a ostentar. Él caminó con sus brazos cruzados detrás de su espalda, mientras en su mente iba haciendo un boceto de su próxima creación y buscaba a la luz de sus noches oscuras.
—¿Mi luz? —llamó él, buscándola entre los árboles, pero nadie respondió.
Él sonrió.
—Mi Luz, mi amor, mi millonésima y una estrella, estás otra vez tratando de hacerme una travesura, pero sabes que cada vez se te hace más complicado tomarle el pelo a tu rey.
—¿Y según quién, hoy hay necesidad de tomarle el pelo a mi rey? —dijo la encantadora voz de su esposa detrás de él.
Cuando él volteó a ver su amada, casi temió quedarse sin aliento al verla resplandeciente con su vestido blanco y sus cabellos de plata cayendo en ondas por toda su espalda. Los años transcurrían y observarla seguía manteniéndose como parte de sus actividades favoritas. Ella se acercó a él y sujetó su mejilla con suavidad y él poso su mano encima.
—Estás más hermosa que nunca —los ojos azules del rey la miraban con ternura al decirlo.
Ella soltó una risita y le devolvió una sonrisa radiante como el mismísimo sol. Elyna era el sentido de su vida. Ambos habían pasado por tantísimas cosas, su amor se había puesto aprueba cientos de veces. Pero aquella sonrisa, aquella maravillosa sonrisa siempre había sido lo que a pesar de las vicisitudes de la vida y cualquier complicación que se les interpusiera en el camino, había logrado hacer que todo lo demás no importara y palideciera en comparación. Cualquier cosa podía suceder: la mismísima tierra debajo de sus pies podría resquebrajarse y el cielo partirse en mil pedazos, pero mientras ella estuviera a su lado y pudiera mantener intacta esa sonrisa, no había nada más que le importara.
—Todos los días me lo dices, noche de mi día —respondió amablemente.
—Y lo seguiré diciendo y no habrá mentiras en mis palabras. Porque cada minuto y cada hora que pasó a tu lado descubro en ti nuevas maravillas. Eres una obra de arte que siempre admiraré y el tiempo solo me dará la oportunidad de ir descubriendo la excelencia de tu ser.
—Y a mí el tiempo me dará la oportunidad de disfrutar de la compañía más reconfortante que hay en lo largo y ancho del mundo —respondió la mujer abrazándose a su cuello—. Disfrutar de tus hermosos ojos azules como el mar, de tu rostro endurecido y apuesto. Y de tu amor.
—De nuestro amor—respondió él con una sonrisa.
—De nuestro amor —coincidió ella con voz dulce.
Ella le dio un beso en la nariz y luego se dio la vuelta pegando su espalda al pecho de él mientras este la cubría en un abrazo reconfortante y dejaba descansando su mentón en la cabeza de su esposa.
—¿Qué crees que debamos crear hoy, noche de mi día? —preguntó con voz tierna Elyna.
—Algo nacido de nuestro amor y que perdure por siempre.
—Eso… es lo que hacemos siempre. No respondes a mi pregunta, mi rey. Deberíamos hacer algo… diferente. Hemos traído maravillas a Felianor y al continente entero. Juntos hemos creado valles, montañas y bosques, para darle cobijo a los enviados por el Creador. Pero… ¿y si hiciéramos algo para nosotros al menos una vez?
—¿Un regalo para ambos, puede ser?
—¡Sí, sí, algo nuestro, que luego con el tiempo sea legado a nuestros hijos y luego a los hijos de nuestros hijos!
Él sonrió y asintió.
—Me parece una idea estupenda. Y creo que tengo un pequeño boceto en mi mente. Hazte con el poder y te lo mostraré.
Ambos cerraron sus ojos y dejaron que el virtuosismo los colmara con el poder de la creación mismo, entraron en contacto y él pudo transmitirle la idea que tenía.
—Oh, sí, ¡sí!
Ella a su vez le mandó sus propias ideas que complementaban las de él, juntos eran capaz hacer lo imposible, darle forma a sus ideas y crear de sus pensamientos compartidos en la máxima expresión artística y de amor.
Y así fue como en aquel en lugar, el terreno comenzó a cambiar con parsimonia. Los árboles parecieron moverse y hacer espacio entre ellos dejando un gran claro que filtraba la luz de la luna. El suelo se levantó en algún lugar y se hundió en otros alrededor de ellos, aparecieron unos lazos de agua que se alzaron en una danzar, enredándose entre ellos y luego bajando al suelo. El agua cubrió tanto la depresión del terreno como la misma parte que se había alzado. Una niebla comenzó a acobijar los árboles que rodeaban el lugar como un manto que los mantenía protegidos y aislado. Así, en un parpadeo habían quedado en medio de un pequeño terreno de tierra rodeado del agua plateada que caía de las rocas elevadas que formaban la nueva cascada hacia el lago que habían creado.
Ambos terminaron acostados en el montículo de tierra, que estaba en medio del lago como una isla abandonada, respirando extenuados por lo que habían hecho. Los dos compartieron una sonrisa de complicidad y luego disfrutaron del paisaje que habían creado juntos. Aquel sería conocido desde ese día como su paraíso. Los árboles más cercanos al agua que había sido iluminada por la luna soltaban un brillo tenue pero hermoso.
La pareja se sujetó las manos y luego se atrajeron mutuamente para envolverse en un abrazo.
—Ha sido una buena decisión que esto sea nuestro lugar especial —susurró a su oído la mujer de cabellos de plata—. Es maravilloso que aún recuerdes eso, ¿sabes? El día que nos conocimos. Lo he visto en tus pensamientos.
—No importa que pasen cientos de años, siempre recordaré el cómo nos conocimos, cómo me enamoré de ti y porqué te amaré hoy, mañana y siempre. En ese momento no supe lo importante que sería ese día para mí, pero gracias al Creador que dispongo de más tiempo del normal para seguir atesorando mis recuerdos junto a cada segundo que paso junto a ti.
—Y yo agradezco a la luz, la luna y todas las estrellas por haberme puesto en tu camino. Gracias a ti he conocido el amor más fuerte de todos… gracias a ti puedo ayudar a nuestro pueblo y protegerlo. Gracias a ti puedo ser feliz.
—Prométeme que estaremos siempre juntos, mi luz —pidió él sosteniendo las mejillas de la mujer con dulzura.
Ella le sostuvo las manos y se las besó con amor.
—Te prometo que estaremos siempre juntos. Y si un día nos perdemos, prometo que te encontraré donde sea que te encuentres.
—Si nos perdemos, no habrá nada que pueda mantenernos alejados por demasiado tiempo… —coincidió él.
Y sus labios se unieron en un beso lleno de amor que sellaría la promesa que acaban de hacer, mientras una suave brisa soplaba en su paraíso y hacía mecerse levemente las hojas de los árboles que habían sido bañados con la magia de su amor y virtuosismo mientras allá en el cielo las estrellas y la misma luna eran testigos del amor que se profesaban los dos.
El cielo era completa negrura, adornada únicamente por la luna que esa noche era una como una sonrisa siniestra. Saga había peleado en batallas a lo largo de su vida, batallas que había tenido que combatir sólo con una espada en mano y su habilidad, otras con la ayuda del virtuosismo. Había peleado con habilidad y resistido con la fortaleza de un roble. Pero incluso el roble más resistente puede quebrarse bajo la tormenta. Saga caminaba, sintiéndose roto, un paso tras otro. Ninguna batalla había parecido tan extenuante y difícil como aquella caminata que estaba emprendiendo. Con cada paso que daba sentía una pesadez en el cuerpo, sus pies amenazaban con trastabillar en la tierra y su visión se emborronaba haciendo que viera manchas en formas de criaturas o monstruos que sabía que no eran reales. «Los monstruos reales no son los de los cuentos que dicen que asechan en la oscuridad ni bajo las camas de los niños, sino que son los que llevamos dentro de lo más prof
Evey se mecía lentamente en el columpio de la colina solitaria mientras disfrutaba de la noche y dejaba que la embargara con su belleza y con su fuerza. Ella no era una joven normal como las otras, las otras chicas sentían recelo de la oscuridad que caía cuando el sol se escondía, para ellas la noche significa miedo pero para Evey era misterio. Las personas le temían a lo desconocido, incluyéndola, pero el miedo estaba inmerso en la naturaleza de todos; era propio de los humanos y de los animales, pero la gran diferencia estaba en que los humanos debían estar en capacidad de imponerse al miedo y no dejar que este lo controlara a uno. Si uno se dejaba dominar por el miedo, quedaba reducido a bestia. Y las personas se dejaban dominar por el miedo al tiempo nocturno y lo asociaban con cosas malignas. Estaba ella de acuerdo que la noche traía consigo grandes peligros y miedos, ella había tenido muchos miedos de las sombras que se formaban en la oscuridad, adoptando
Al terminar con las actividades del día fue que Evey pudo relajarse parcialmente hasta que llegó una de las amistades de Rouse. Al verla Evey soltó un gemido ahogado. Normalmente cuando Lindrin estaba allí solía ocupar el tiempo molestando a Evey, cosa que estaba haciendo. —Evey, ¿esta vez asistirás al baile o te quedarás en tu habitación nuevamente haciendo tus dibujos? —la voz Lindrin estaba cargada con una sofisticada sorna al mencionar los dibujos de Evey. Lindrin era una de las jóvenes a las que más odiaba Evey, siempre le gustaba ser el centro de atención y era envidiosa cuando alguien era mejor en ella en algo. En ese caso, aquella joven odiosa solo estaba celosa por la habilidad de Evey en el dibujo, algo que en cambio ella nunca podría tener. Ante una pregunta directa, Evey no podía hacer como si la pregunta no hubiera existido, por lo que tuvo que responderle. —Iré —contestó secamente Evey, quien estaba sentada al otro lado de
Evey en la soledad de su habitación tuvo tiempo de cavilar sobre muchas cosas en esa ocasión. Entre ellas, las más importantes fue lo que había sucedido con Lindrin y, luego, las profundas palabras expresadas por su prima. Estaba sentada en la cama, abrazando sus rodillas mientras sopesaba aún aquellas palabras. Rouse había hablado de una falta de confianza y Evey se preguntó a qué punto era ella tan trasparente para que alguien como Rouse pudiera darse cuenta de ello. Quizás por eso es que las chicas les gustaba molestarla, ya que la veían como una presa fácil por su falta de confianza. Y,sin embargo, no había nada que pudiera hacer ella para remediarlo. Evey agradecía la intención de Rouse y su preocupación por ella, pero lo cierto es que por mucho que tuviera razón y hubiera una falta de confianza, era difícil tratar con ello. En ocasiones era difícil trabajar en la percepción de uno, como persona, si en todas partes lo que se conseguían eran críticas y recha
Al día siguiente cuando ella despertó lo primero que hizo fue ir a revisar la pintura que había hecho la noche anterior con miedo de que esta hubiera sido solo un mero sueño. Pero no, no había sido un sueño, allí estaba él: era un hombre cabello negro largo que caía sobre sus hombros como el agua de una cascada nocturna. Tenía rasgos tan duros como la piedra misma con aquella expresión tan solemne pero suavizada con unas leves pinceladas de melancolía. ¡Y luego estaban aquellos ojos! Eran bellísimos. Tan enigmáticos. Verlos la hacía querer desentrañar los misterios que ocultaban aquellos ojos de color azul y esmeralda. Evey se sorprendió a sí misma acariciando la pintura seca cuando comenzaron a llamar a la puerta de la habitación. Era Rouse. —Evey —llamó suavemente la chica—, ¿puedo pasar? —¡U-Un momento! —gritó Evey mientras se apuraba en recoger el desorden que había dejado en la habitación, así como en esconder la pintura. Ella decidió esconderl
Al día siguiente luego de haber pasado toda la noche pensando acerca de la conversación de las señoras, Evey se había dado cuenta que tenía muy escasa información acerca de los reinos de Felianor y el de Durran. De ellos solo sabía lo básico. Sin embargo, con el apetito de tener un contexto más útil en su cabeza, Evey intentó obtener información de la persona que más podría saber del tema: su tío Rudolf. Así que ella terminó yendo al pórtico, donde lo encontró sentado en una larga silla de madera descansando, aunque con un gesto de aburrimiento en el rostro. Ella lo saludó y terminó sacándole una conversación casual que él fue respondiendo con tedio hasta que terminó gruñendo y añadiendo: —Niña, si has venido hasta aquí espero que no haya sido solamente para hablar de frivolidades, de verdad que tengo suficiente con Marisa y todas las estiradas amistades con la que suele frecuentar —dijo él. Su tío no era un hombre como los demás. O sea, era alguien
Evey estaba en su habitación pensando en la conversión de esta tarde con su tío. Pensar que había un peligro tan cercano era algo que la perturbaba. Por ello, hizo lo mejor que podía hacer cuando necesitaba estar más relajada: ir al columpio de la colina. No tenía más tareas ese día por lo que no tuvo que esforzarse tanto en ocultarse al momento de salir de la casa. Al subir la colina, sin embargo, encontró a alguien allí que no habría esperado. Erik se veía tan guapo como de costumbre. Ella siempre se preguntaba cómo hacía tener tan bien peinado el cabello, puesto que nunca lo había visto despeinado y lo cierto es que él parecía cuidarse bastante bien de ir siempre presentable a todos lados, inclusive cuando solía dar sus caminatas por la ciudad. Ella intentó desviar su mirada, pues sabía que solía estar mucho tiempo mirándolo. —No sabría que estarías aquí, Erik —agregó ella. —Hum, se podría decir que estoy aquí por ti —agregó é
Ese mismo día en la noche ella estaba en su cama, cruzada de pies y brazos preguntándose si Erik estaría de mejor ánimo y si ella le habría sido de utilidad haciéndole sentir mejor o aconsejándolo, pero en realidad ella no se había sentido muy útil en ningún aspecto. Gruñó y dio varios golpecitos a la cama con su puño, irritada consigo misma por no haber sido de más utilidad. —Lo que está hecho, ya fue. Nada que hacer —murmuró bajando ella de la cama. Era ya de noche y podía notar su leve toque en su cuerpo y alma, acrecentando sus sentidos. Ella agradecía aquello, lo que le permitía ver todo de una mejor manera, quizás no de la manera perfecta como cuando era luna llena, pero sí veía todo desde una perspectiva más clara: había hecho lo que había considerado necesario para verlo bien, y eso había hecho. Así que no debía ser tan injusta consigo mismo. Asintió y luego fue a asomarse en la ventana y extendió la mirada al cielo nocturno con u