7

           Ese mismo día en la noche ella estaba en su cama, cruzada de pies y brazos preguntándose si Erik estaría de mejor ánimo y si ella le habría sido de utilidad haciéndole sentir mejor o aconsejándolo, pero en realidad ella no se había sentido muy útil en ningún aspecto.

           Gruñó y dio varios golpecitos a la cama con su puño, irritada consigo misma por no haber sido de más utilidad.

           —Lo que está hecho, ya fue. Nada que hacer —murmuró bajando ella de la cama.

           Era ya de noche y podía notar su leve toque en su cuerpo y alma, acrecentando sus sentidos. Ella agradecía aquello, lo que le permitía ver todo de una mejor manera, quizás no de la manera perfecta como cuando era luna llena, pero sí veía todo desde una perspectiva más clara: había hecho lo que había considerado necesario para verlo bien, y eso había hecho. Así que no debía ser tan injusta consigo mismo.

           Asintió y luego fue a asomarse en la ventana y extendió la mirada al cielo nocturno con un gesto anhelante. Había algo en esa dirección, al noreste, que tiraba de ella, algo que la llamaba y a la vez casi la impulsaba. Las últimas noches había estado teniendo aquella extraña sensación y, sobre todo, después de haber escuchado acerca de los conflictos de Felianor y su historia por parte de su tío Rudolf.

           Definitivamente estaban ocurriendo muchos misterios alrededor suyo, más de los que le habría gustado admitir que estaban sucediendo, uno de ellos aún la hacía pensar si quizás no era cierto eso de que estaba al menos un poquito poseída por alguna entidad extraña. Había leído historias de personas que morían y aparecían con vida cientos de años en el futuro con un nuevo cuerpo y una vida nueva en la que iban recordando cosas de su anterior vida.

           Ella fue debajo de su cama y sacó la pintura que había hecho y se puso cómoda en la cama a observarla detenidamente. Aún le impresionaba el exquisito detalle de cada pincelada, ella había hecho anteriormente muchas cosas buenas, pero esta distaba mucho de estar a aquel viejo nivel, esto era sin lugar a dudas la mejor de sus obras.

           Evey se encontró acariciando la mejilla del hombre esperando sentir el calor de este, pero por supuesto al tocar solo se encontró con la tela, aunque… no le importo, habría jurado que dicha pintura tenía cierta textura que la hacía diferente.

           —Es bellísimo, Evey.

           La voz de Rouse la hizo saltar del susto. No se había dado cuenta de que ella había llegado a la habitación y… «¡Ay, Dios! ¿Cuánto tiempo llevarás ahí viéndome». Estaba avergonzada de pensar que su prima la había estado observando acariciar el hermoso rostro de un hombre. Y que fuera una pintura no hacía que fuera menos embarazoso.

           Rouse metió los labios dentro de su boca haciendo que desaparecieran en un gesto de nerviosismo que bien conocía Evey.

           —Me diste un buen susto, Rouse. ¿Hace cuánto estás ahí? —le preguntó colocando la pintura sobre la cama, ya no había caso con esconderla.

Evey se levantó y trató de caminar un poco para pasar el susto.

           —Disculpa, prima, no fue mi intención perturbar tu tranquilidad —inicio Rouse con un gesto avergonzado— Llevo… unos segundos. Hem… toque un poco, pero no me contestaste. Normalmente no estás dormida tan temprano, así me tomé el abuso de abrir la puerta un poquito para ver si estabas bien y al entrar te vi despierta y luego… luego vi la pintura y me quedé yo tan embelesada de ella como tú.

           «Embelesada». Evey escondió su gesto nervioso de dedos detrás de su espalda.

           Ella carraspeó un poco para imponerse a la situación.

           —Está bien… —contestó ella—… No pasa nada, no me había dado cuenta que habías llamado a la puerta, disculpa. Pero, no le digas a nadie de la pintura, por favor —pidió.

           —¿Por qué? —se asombró Rouse—, Evey, tu pintura es fantástica, estoy seguro que a todos les encantaría verla. Todos quedarían boquiabiertos al ver semejante obra de arte. Dudo que nunca alguien de aquí haya hecho algo tan… tan majestuoso —terminó diciendo.

           —Yo… no me siento cómoda con esto, lo siento —terminó diciendo—. Por favor, prométeme que no vas a decir nada de esto. Prométemelo, Rouse —insitó Evey.

           La chica hizo un gesto de no estar de acuerdo con aquello y de estar un poco enfurruñada, lo que quedaba en ella muy tierna, como un tierno peluchito el que uno querría apretar en abrazos.

           —No puedo obligarte a hacer lo contrario. Pero quizás luego con el tiempo siga insistiendo —añadió ella con una sonrisa traviesa y al lanzarle Evey una mirada severa ella se excusó diciendo—: ¡es que de verdad es buena es la mejor pintura de un príncipe de un rey que he visto!

Evey ladeó la cabeza, confundida.

           —¿Un príncipe?

           —Sí un príncipe—repitió ella—, y debió haber sido de Felianor, por su manera de vestir.

           Evey parpadeó. Mientras, Rouse la observó incrédula.

           —No me digas que lo dibujaste sin darte cuenta de eso. Pero más que eso, ¿de dónde encontraste un modelo para hacerlo? ¿Compraste acaso alguna pintura de él para guiarte? ¡Ajá! Así que te gusta el príncipe, por eso estabas tan interesada por el reino de Felianor.

           —Pero es que si ni siquiera yo lo conozco. ¡Yo ni sabía que este era un príncipe! —exclamó ella—. Yo… yo simplemente lo hice, no vi nada. Fue hace unos días, la noche de luna —mencionar la luna pareció ser esclarecedor porque Rouse soltó un gemido ahogado de impresión—. De verdad solo pinte y ¡pum! Esto estaba en mi lienzo.

           Rouse sabía tan bien como Evey de sus habilidades nocturnas, así que para ella tuvo toda la lógica del mundo. Hasta cierto punto, claro, era difícil aceptar que se tuviera a una prima con aparentes habilidades mágicas raras que le daban la destreza de dibujar de manera magistral al príncipe, de un reino lejano, al que nunca había visto. Y aunque no era algo que cualquier persona aceptaría de buenas a primeras, Rouse aceptó.

           —Te creo, Evey —añadió la tierna chica de ojos marrones y sonrisa encantadora.

           «Bendita fuera», pensó Evey y le sostuvo las manos a su prima.

           —Pero de cualquier forma, me gustaría aprender más de esto —el tono de la tierna chica pareció más analítico—, si eres capaz de dibujar a un hombre el cual no has visto nunca y sabrá Dios de qué época es, porque tengo entendido que el príncipe actual es rubio, deja la gran duda de tus verdaderas capacidades.

           —Supongo que sí —confirmó ella. Luego, enarcó una ceja al ver la sonrisa traviesa que había en el rostro de su prima—. ¿A qué se debe esa cara?

           —Oh, nada —contestó ella con su tono pícaro—, es solo que… se me hace ciertamente romántico que una mujer dibuje a la luz de la luna el rostro de un hermoso hombre que para ella es misterioso. Quizás sea cosa del destino.

           Y aunque Evey puso los ojos en blanco y comenzó a escuchar la miel que soltaba las palabras de su prima, no pudo evitar reírse y concederle que todo aquello, era como mínimo, interesante.

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