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—¿Qué yo qué? —exclamó con una expresión de incredulidad que resultó divertidísima para Eirfeen.

La risa de Eirfeen salió irremediablemente y en ese momento ella se debatió en pensar si estaba hablando en serio aquel hombre o solo estaba bromeando. Por fortuna, este después de calmar su risa se propuso a explicarle bien en qué consistía su extraña petición.

—Mi padre últimamente está empecinado en que debo casarme, tanto que estoy muy seguro que él mismo me hará casar en menos de un chasquido con la primera mujer que él considere correcta. Por eso me temo que le mentí —una pequeña sonrisa avergonzada decoró su hermoso rostro— y le hice creer que estaba compartiendo correspondencia con una mujer de un reino vecino y que estábamos enamorados. Y luego apareciste tú.

—Y luego aparecí yo —repitió ella entendiendo mejor la situación.

—Sí, y entonces por eso es que te necesito. Si tú finges ser la prometida de la que le hablé eso lo hará
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