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           Al terminar con las actividades del día fue que Evey pudo relajarse parcialmente hasta que llegó una de las amistades de Rouse. Al verla Evey soltó un gemido ahogado. Normalmente cuando Lindrin estaba allí solía ocupar el tiempo molestando a Evey, cosa que estaba haciendo.

           —Evey, ¿esta vez asistirás al baile o te quedarás en tu habitación nuevamente haciendo tus dibujos? —la voz Lindrin estaba cargada con una sofisticada sorna al mencionar los dibujos de Evey.

           Lindrin era una de las jóvenes a las que más odiaba Evey, siempre le gustaba ser el centro de atención y era envidiosa cuando alguien era mejor en ella en algo. En ese caso, aquella joven odiosa solo estaba celosa por la habilidad de Evey en el dibujo, algo que en cambio ella nunca podría tener. 

           Ante una pregunta directa, Evey no podía hacer como si la pregunta no hubiera existido, por lo que tuvo que responderle.

           —Iré —contestó secamente Evey, quien estaba sentada al otro lado de la habitación.

           Rouse asintió con una sonrisa. En aquel lugar una de las pocas personas que trataban con cariño a Evey era Rouse. Su prima era una joven dulce, con una belleza primaveral. Su único defecto era ser demasiado inocente. Rouse no era una mujer que pudiera albergar ningún mal en su corazón, por lo que tampoco se le daba muy bien identificarlo.

           —Te dije que Evey iría. —dijo Rouse con una sonrisa.

           —Sería hora que comenzara a dejarse ver más en los eventos públicos —dijo Lindrin en voz alta—. Se dice que muchos comienzan a pensar que ya no te gusta la compañía de las personas, Evey.

           Evey captó la burla en la voz de la petulante mujer en aquel comentario que arrojó como una flecha sobre un ciervo indefenso. Lindrin era una de las hermanas de una de las que en algún momento habían sido amigas de Evey. O que ella había creído que eran amigas.

           —Me gusta la compañía de las personas. Lo que no me gusta es la compañía de personas insufribles e indeseables. Verás, soy muy selecta con las personas con las que me rodeo —contestó Evey con un gesto de no darle importancia al asunto, aunque obviamente estaba enojada.

           —Oh, claro, selecta —repitió ella en una mueca que Evey quiso borrarle de la cara.

           Rouse aparentemente captando la tensión del ambiente decidió llamar la atención con una leve tosecita.

           —Hem —Rouse juntó sus manos y su rostro transmitió tanto nerviosismo como su propio tono—, creo que el té ya está listo. ¿Quieren ir a la mesa?

           —Por mí está bien, querida.

           —Bien. —agregó Evey secamente.

           El ambiente estaba tenso mientras ellas bebían el té. Evey, con el ceño fruncido; Lindrin, con un gesto de premeditada indiferencia, y Rouse que se movía incómoda sobre su asiento. Evey quería muchísimo a Rouse, pero estaba cansada que la obligara a estar presente cuando venían cualquiera de sus amigas a visitarlas, más sabiendo que Evey no le caía bien a ninguna de ellas.

           —Me imagino que has de estar bastante emocionada, Rouse —añadió Lindrin—. No todos los días hacen heredera de toda la fortuna de la familia de manera oficial a una joven. Al menos no por aquí en Descanso de Piedra.

           Rouse sonrió con timidez y luego se encogió de hombros.

           —Sí, supongo, aunque más que el dinero, me agrada la idea de tener la oportunidad de poder ser escuchada.

           Evey tomó nota de aquel tono de voz y de aquellas palabras de su prima.

           —¿Ser escuchada? ¿Es que no has sido suficientemente escuchada a lo largo de tu vida, querida? —agregó Lindrin, divertida.

           —No. Todos escuchan lo que quieren escuchar. Quizás si un día tengo más relevancia política, las personas puedan escuchar mi verdadera voz, al menos eso espero.

           —Ay —restalló nuevamente la insufrible joven—, creo que es un enfoque mal. Hay muchas cosas que podrás hacer, tantos lujos que podrás tarde. Pero quizás es mera modestia el limitarte a que solo te escuchen, aunque es algo común en ti.

           Aquel comentario irónico fue el último que Evey pudo soportar. Podía aguantar que se burlara de ella, pero lo que no iba a dejar pasar era que se burlara de su prima.

           Ella sintió la fuerza de la noche levemente y le dio forma a las sombras y las volvió ratas que saltaron sobre Lindrin haciendo que esta se echara el té caliente encima y se cayera hacia atrás y diera gritos de terror. Evey luego de hacer que las ratas salieran huyendo y se esfumaran volviendo a las sombras de las que habían nacido había tenido que fingir estar preocupada por Lindrin y ayudarla a recomponerse del susto.

           Después de eso, vino lo mejor de la visita de Lindrin, el momento en que se fue con su carruaje.

           Evey no pudo evitar reír.

           —N-No debiste hacer eso, Evey. Te meterás en problemas si mis padres se enteran.

—¡Esa… mujer—no fue esa su primera opción para hablar de Lindrin— . Es horrible. No sé cómo no te das cuenta de lo que es. Y más aún, no sé por qué insistes en hacer que hable con ella sabiendo que nos llevamos mal.

           —Yo… yo estoy segura de que ella no dijo nada para mal, Evey. No creo que hubiera mala intención en sus acciones —quiso hacer entender—. Además, yo creo… que te hace falta hablar con más personas. 

           Evey se puso en jarras y miró con mala cara a su prima, nunca entendería como era tan ingenua. Además, ella no tenía derecho a obligarla a buscar amigos y menos de esa clase. Estaba a punto de decirle todo aquello pero Rouse tenía el aspecto de una florecita delicada que podría derrumbarse si uno la presionaba demasiado. Era terriblemente injusto que su prima fuera de la manera que era, no le daba la oportunidad a Evey de estar enojada con ella sin sentirse como una villana.

           —Es muy injusto que seas tan insufriblemente tierna. No me da la oportunidad de reprenderte cuando tengo que hacerlo —dijo ella, cruzada de brazos. Luego, se fue hacia su prima para abrazarla y que supiera que todo estaba bien. No quería afectarla de ninguna manera.

           Rouse sonrió feliz aceptando el abrazo de su prima e incluso soltó una risita emocionada, allí abrazadas en el sofá. Cualquier molestia que Evey pudiera sentir terminaba de aquella forma.

           —De verdad tú ves el bien en todos, ¿no? —preguntó Evey

           —Tú me has dicho que ves cosas que las demás personas pasan por alto cuando está en penumbra, ¿no es así? —Y a un asentimiento de Evey, ella continuó—, pues de la misma forma, yo veo en las personas lo que las demás no ven. O, mejor dicho, lo que las demás se niegan a ver. Y veo tú buscas cariño…

           —Sí, pero no de una tipa que me hace preferir masticar piedras que estar cerca suya. En verdad aprecio tu gesto, Rouse, pero si quieres ayudarme, solo enfócate en que seas tú la que me dé su cariño.

           Y luego de hacerle entender a su prima que estaba bien con aquello, decidió partir a su habitación donde pudo seguir riendo al recordar los gritos de Lindrin.

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