Evey se mecía lentamente en el columpio de la colina solitaria mientras disfrutaba de la noche y dejaba que la embargara con su belleza y con su fuerza. Ella no era una joven normal como las otras, las otras chicas sentían recelo de la oscuridad que caía cuando el sol se escondía, para ellas la noche significa miedo pero para Evey era misterio.
Las personas le temían a lo desconocido, incluyéndola, pero el miedo estaba inmerso en la naturaleza de todos; era propio de los humanos y de los animales, pero la gran diferencia estaba en que los humanos debían estar en capacidad de imponerse al miedo y no dejar que este lo controlara a uno. Si uno se dejaba dominar por el miedo, quedaba reducido a bestia. Y las personas se dejaban dominar por el miedo al tiempo nocturno y lo asociaban con cosas malignas.
Estaba ella de acuerdo que la noche traía consigo grandes peligros y miedos, ella había tenido muchos miedos de las sombras que se formaban en la oscuridad, adoptando las siluetas de las personas como versiones malignas que estaban atadas a seguirlas por siempre. Había temido a la penumbra absoluta donde todo era desconocido, allí la mejor de las vistas quedaba cegada y parecía no haber nada. Y a pesar que había conocido esos temores, también había aprendido a amarla pues, ¿qué sería de la luz sin la oscuridad? ¿Se tendría la oportunidad de disfrutar del majestuoso espectáculo formado por cientos y cientos de pequeños puntos que parpadeaban en el cielo?
En brazos de la noche se guarda y perpetúa la promesa del día. Heraldo de Esperanza. Un cielo nocturno, la luna y las estrellas, juntos nos guían y acompañan a nuestro prometido amanecer.
Ah, sí... ella entendía la noche y disfrutaba de su manto y los dones que otorgaba. Por mucho esfuerzo que pudiera haber hecho durante el día esto era retribuido con la caída del son; la noche traía consigo la libertad de su cuerpo y su alma.
Y mucho más.
Sus habilidades en el arte mejoraban de una manera impresionante, podía bailar toda una noche sin apenas acusar el cansancio y solía sentirse la persona más brillante de todas. En sí, todo eso podría resultar maravilloso, una completa bendición y, aunque Evey sentía que lo era, gran parte de su vida había tenido decenas de personas tratando de hacerle creer que sus dones eran una maldición.
«No lo entienden y por más se los explico, no logran entenderlo», pensó mientras extendía su mano hacia la luna, allí tan hermosa y majestuosa. Notaba el toque de su velo sobre ella, embargándola de un estado de virtuosismo que ningún otro artista podría experimentar jamás. Y es que el brillo de la luna y las estrellas la colmaban de la verdadera belleza y plenitud que necesitaba, dejándola a ella en su estado más perfecto posible, en uno donde ella se sentía capaz de dar forma sus sueños.
Ella solía usar sus momentos virtuosos para sumergirse en el arte y plasmar sus sueños y añoranzas en esculturas o pinturas que le permitían expresar sus anhelos y metas, inclusive su dolor. Y aunque en un principio todo aquello le había ganado alabanzas y amor, terminó por ser la principal causa de su reclusión.
Evey podía usar las sombras como herramientas y darles formas, formas hermosas. Pero como bien se dijo antes, las personas temen a lo que no entienden.
Se le acusó de bruja y las personas comenzaron a temerle o repudiarla desde una edad temprana y por más que ella pusiera ahínco en demostrar que no era lo que las personas decían de ella, poco o nada valía. Todo lo que había llegado a construir, lo perdió. Y aunque en un momento maldijo sus habilidades, había aprendido a saber que no había sido maldecida. Sus dones no le habían sido otorgados para el mal, como la gente se empecinaba en decir.
Ella soñaba sentir la libertad que sentía al estar bajo la luna a todas horas y no solamente en esas limitadas ocasiones. Necesitaba dejar de sentirse aprisionada por aquellas cadenas invisibles que la atenazaban y le impedían avanzar hacia donde quería.
Mientras ella miraba a la luna creó una versión de ella misma en miniatura, una Evey chiquitita hecha de sombras y la hizo saltar y correr encima del velo resplandeciente de la luna. Miró como su yo en miniatura corría libremente encima de aquella luz y al llegar a un punto aparecieron distintas personas, también hechas de sombras, que la abrazaban. Ella dejó que aquella imagen ocupara su visión e hizo desaparecer a las personitas deshaciéndose como si fuera tinta mientras le daba la espalda y suspiraba.
«Llegara el día en el que pueda hacer realidad eso. Les demostraré a todos que no soy un peligro para nadie y que puedo ser útil y traer felicidad a todos como cualquier persona. Me ganaré el amor y su aceptación», se dijo a sí misma, decidida.
Ella en ese momento, sintió cierto tirón de ella, una sensación de apremio que la hizo mirar hacia atrás y en el cielo allí donde había estado la Evey miniatura había quedado una bola de sombras que estaba en movimiento como una tinta metida en un frasco que se meneaba. El líquido fue tomando forma y ocupó la silueta de una mujer, era sumamente hermosa, llena de detalles, muy diferente a las figuras que lograba hacer ella; tenía el cabello largo que ondeaba bajo el frío viento nocturno y poseía un cuerpo esbelto y un vestido sencillo hecho de la misma sustancia que el resto de su cuerpo.
La mujer miró a Evey a los ojos con detenimiento y luego levantó un brazo y apunto hacia el horizonte, debajo de la luna. Evey extendió la vista hacia allá y luego volvió la mirada hacia la mujer sin entender qué era lo que quería exactamente que viera.
—No veo nada, lo siento. ¿No puedes hablar? —pidió Evey
La mujer volvió a levantar su brazo y apunto, insistiendo en que miraba hacia aquel lugar, acompañada de una mirada suplicante. Evey tardó unos segundos hasta comprender.
—En esa dirección queda Felianor, ¿no es así? Me estás diciendo que vaya.
Y la mujer sonrió.
—Pero… yo nunca he viajado hasta allá. No sé cómo. ¿Por qué necesitas que vaya? —preguntó Evey.
La mujercita pareció debatirse en cómo comunicarse con Evey y esta solamente hizo un nuevo gesto en dirección a las montañas donde detrás estaba Felianor. Y luego de eso, esta desapareció.
Aquello había sido raro y como de momento no encontraba una explicación clara a por qué una mujer hecha de oscuridad le había pedido, aparentemente, que fuera hacia Felianor, decidió irse también de vuelta al hogar de sus tíos.
Empero, mientras descendía la colina no pudo dejar de pensar en la mirada apremiante y preocupada que había mostrado aquella mujer. Evey hizo una plegaría al cielo mismo para que le diera sabiduría por si en algún momento lograba ver nuevamente a esa alma suplicante que había venido en busca de ayuda.
«Mi objetivo es ayudar a todo y a todos. Y nunca descansaré hasta lograrlo», se dijo a sí misma mientras caminaba bajo la noche.
Al terminar con las actividades del día fue que Evey pudo relajarse parcialmente hasta que llegó una de las amistades de Rouse. Al verla Evey soltó un gemido ahogado. Normalmente cuando Lindrin estaba allí solía ocupar el tiempo molestando a Evey, cosa que estaba haciendo. —Evey, ¿esta vez asistirás al baile o te quedarás en tu habitación nuevamente haciendo tus dibujos? —la voz Lindrin estaba cargada con una sofisticada sorna al mencionar los dibujos de Evey. Lindrin era una de las jóvenes a las que más odiaba Evey, siempre le gustaba ser el centro de atención y era envidiosa cuando alguien era mejor en ella en algo. En ese caso, aquella joven odiosa solo estaba celosa por la habilidad de Evey en el dibujo, algo que en cambio ella nunca podría tener. Ante una pregunta directa, Evey no podía hacer como si la pregunta no hubiera existido, por lo que tuvo que responderle. —Iré —contestó secamente Evey, quien estaba sentada al otro lado de
Evey en la soledad de su habitación tuvo tiempo de cavilar sobre muchas cosas en esa ocasión. Entre ellas, las más importantes fue lo que había sucedido con Lindrin y, luego, las profundas palabras expresadas por su prima. Estaba sentada en la cama, abrazando sus rodillas mientras sopesaba aún aquellas palabras. Rouse había hablado de una falta de confianza y Evey se preguntó a qué punto era ella tan trasparente para que alguien como Rouse pudiera darse cuenta de ello. Quizás por eso es que las chicas les gustaba molestarla, ya que la veían como una presa fácil por su falta de confianza. Y,sin embargo, no había nada que pudiera hacer ella para remediarlo. Evey agradecía la intención de Rouse y su preocupación por ella, pero lo cierto es que por mucho que tuviera razón y hubiera una falta de confianza, era difícil tratar con ello. En ocasiones era difícil trabajar en la percepción de uno, como persona, si en todas partes lo que se conseguían eran críticas y recha
Al día siguiente cuando ella despertó lo primero que hizo fue ir a revisar la pintura que había hecho la noche anterior con miedo de que esta hubiera sido solo un mero sueño. Pero no, no había sido un sueño, allí estaba él: era un hombre cabello negro largo que caía sobre sus hombros como el agua de una cascada nocturna. Tenía rasgos tan duros como la piedra misma con aquella expresión tan solemne pero suavizada con unas leves pinceladas de melancolía. ¡Y luego estaban aquellos ojos! Eran bellísimos. Tan enigmáticos. Verlos la hacía querer desentrañar los misterios que ocultaban aquellos ojos de color azul y esmeralda. Evey se sorprendió a sí misma acariciando la pintura seca cuando comenzaron a llamar a la puerta de la habitación. Era Rouse. —Evey —llamó suavemente la chica—, ¿puedo pasar? —¡U-Un momento! —gritó Evey mientras se apuraba en recoger el desorden que había dejado en la habitación, así como en esconder la pintura. Ella decidió esconderl
Al día siguiente luego de haber pasado toda la noche pensando acerca de la conversación de las señoras, Evey se había dado cuenta que tenía muy escasa información acerca de los reinos de Felianor y el de Durran. De ellos solo sabía lo básico. Sin embargo, con el apetito de tener un contexto más útil en su cabeza, Evey intentó obtener información de la persona que más podría saber del tema: su tío Rudolf. Así que ella terminó yendo al pórtico, donde lo encontró sentado en una larga silla de madera descansando, aunque con un gesto de aburrimiento en el rostro. Ella lo saludó y terminó sacándole una conversación casual que él fue respondiendo con tedio hasta que terminó gruñendo y añadiendo: —Niña, si has venido hasta aquí espero que no haya sido solamente para hablar de frivolidades, de verdad que tengo suficiente con Marisa y todas las estiradas amistades con la que suele frecuentar —dijo él. Su tío no era un hombre como los demás. O sea, era alguien
Evey estaba en su habitación pensando en la conversión de esta tarde con su tío. Pensar que había un peligro tan cercano era algo que la perturbaba. Por ello, hizo lo mejor que podía hacer cuando necesitaba estar más relajada: ir al columpio de la colina. No tenía más tareas ese día por lo que no tuvo que esforzarse tanto en ocultarse al momento de salir de la casa. Al subir la colina, sin embargo, encontró a alguien allí que no habría esperado. Erik se veía tan guapo como de costumbre. Ella siempre se preguntaba cómo hacía tener tan bien peinado el cabello, puesto que nunca lo había visto despeinado y lo cierto es que él parecía cuidarse bastante bien de ir siempre presentable a todos lados, inclusive cuando solía dar sus caminatas por la ciudad. Ella intentó desviar su mirada, pues sabía que solía estar mucho tiempo mirándolo. —No sabría que estarías aquí, Erik —agregó ella. —Hum, se podría decir que estoy aquí por ti —agregó é
Ese mismo día en la noche ella estaba en su cama, cruzada de pies y brazos preguntándose si Erik estaría de mejor ánimo y si ella le habría sido de utilidad haciéndole sentir mejor o aconsejándolo, pero en realidad ella no se había sentido muy útil en ningún aspecto. Gruñó y dio varios golpecitos a la cama con su puño, irritada consigo misma por no haber sido de más utilidad. —Lo que está hecho, ya fue. Nada que hacer —murmuró bajando ella de la cama. Era ya de noche y podía notar su leve toque en su cuerpo y alma, acrecentando sus sentidos. Ella agradecía aquello, lo que le permitía ver todo de una mejor manera, quizás no de la manera perfecta como cuando era luna llena, pero sí veía todo desde una perspectiva más clara: había hecho lo que había considerado necesario para verlo bien, y eso había hecho. Así que no debía ser tan injusta consigo mismo. Asintió y luego fue a asomarse en la ventana y extendió la mirada al cielo nocturno con u
Había pasado buena parte de la noche respondiendo preguntas para Rouse quien se había verdaderamente interesado en todo lo referente a la pintura y a las habilidades de Evey. Ella, en cambio, a pesar de sentirse al principio como un animalito de prueba con el trascurrir de las preguntas y de la emoción de Rouse ante aquel misterio, terminó por sentirse contagiada de verdad por el entusiasmo de su prima, entusiasmo que se extendió hasta bien entrada la noche. Luego de eso, Rouse se fue tambaleándose de sueño. Evey, en cambio, quedó despierta un rato más, antes de ceder por fin. Ella cayó en un sueño profundo. Estaba al aire libre primero, en un lugar lleno de árboles que se extendían más allá de donde daba la vista. Aquellos árboles eran algo que ella no había presenciado hasta ahora y ella los miraba con una sonrisa en el rostro. Ella iba con un hermoso vestido verdeazulado con adornos plateados con unas joyas en forma de hoja con ciertas gemas incrustadas decor
Cuando ella despertó al día siguiente se encargó de ponerse algo largo que cubriera los rasguños que tenía en los brazos, si alguien de la casa los veía comenzarían a hacer preguntas y no es que pudiera decir lo que había pasado sin que todos creyeran que estaba completamente loca. Todos asumirían que había sido ella misma quien se había lastimado para llamar la atención. Todos excepto Rouse. Evey fue con su prima y la encontró en su habitación; tenía un aspecto analítico mientras observaba un montón de papeles que estaban en un caos organizado, en el suelo. —¿Qué haces, Rouse? —se interesó Evey. —Anoté todo lo que sabemos acerca de lo que está sucediendo —contestó— y me he dado cuenta que cada luna haces cosas más excéntricas y maravillosas, como si la experiencia de la luna anterior te fortaleciera. Rouse se puso de pie y buscó en una de sus hojas unas anotaciones que ella había subrayado para mostrárselas a Evey luego comen