4

         Al día siguiente cuando ella despertó lo primero que hizo fue ir a revisar la pintura que había hecho la noche anterior con miedo de que esta hubiera sido solo un mero sueño. Pero no, no había sido un sueño, allí estaba él: era un hombre cabello negro largo que caía sobre sus hombros como el agua de una cascada nocturna. Tenía rasgos tan duros como la piedra misma con aquella expresión tan solemne pero suavizada con unas leves pinceladas de melancolía.  ¡Y luego estaban aquellos ojos! Eran bellísimos. Tan enigmáticos. Verlos la hacía querer desentrañar los misterios que ocultaban aquellos ojos de color azul y esmeralda.

           Evey se sorprendió a sí misma acariciando la pintura seca cuando comenzaron a llamar a la puerta de la habitación. Era Rouse.

           —Evey —llamó suavemente la chica—, ¿puedo pasar?

           —¡U-Un momento! —gritó Evey mientras se apuraba en recoger el desorden que había dejado en la habitación, así como en esconder la pintura. Ella decidió esconderla debajo de la cama.

           Ella suspiró y se miró en el espejo, estaba sonrojada por alguna razón. «Era sola una pintura, no es necesario actuar como si estuviera escondiendo a un hombre de verdad». Era una tontería sentirte tan abochornada por aquello y aunque a Rouse le gustaba bastante los dibujos y pinturas que solía hacer Evey, no se sentía cómoda diciéndole o enseñándole una pintura tan detallada de un hombre a quien ni siquiera conocía. Quizás solo sirviera para confirmar cualquier duda que tuviera su prima de que estaba completamente loca.

           Al abrir la puerta una Rouse vestida con un sobrio vestido la estaba esperando detrás. Rouse rio un poco al verla, seguramente por las fachas que tenía al haber estado tan agitada hace un momento y Evey la dejó creer que estaba toda despeinada porque estaba recién despierta. Ambas entraron a la habitación mientras Evey se acomodaba los cabellos con las manos casualmente.

           —Alístate rápido, Evey, vamos a salir —informó la muchacha con las manos sujetas detrás de sí en un gesto alegre.

           —¿A dónde vamos, la tía necesita comprar alguna cosa? —quiso saber Evey, mientras ahogaba un súbito bostezo con las manos y luego se disculpaba.

           —Mi mamá no. Nosotras somos las que vamos a ir a comprar —ante el gesto confuso de Evey ella inició a explicarse—. Quiero comprarme un nuevo vestido, uno bonito. Y creo que también sería buena idea que tú también te llevaras uno. Así que creo que la ocasión es la perfecta para que ambas vayamos de compras.

           —Está bien, espérame a que me cambie y luego nos vamos.

           Y así cuando ella estuvo lista, salieran ambas a la ciudad de compras.

           Habían pasado un buen tiempo probándose muchas cosas, aunque de normal a Evey no le hacía mucha ilusión usar vestido con ayuda de la persuasión de su prima. Esta termino probando de buen agrado una cantidad elevadísima de vestidos, lo que les había quitado toda la tarde.

           Y aunque, no le hacían tanta gracia los vestidos, había terminado eligiendo vestidos, en plural, que sí que le gustaron, ya que le iban muy bien y era de su estilo. Nada demasiado extravagante, por supuesto.

           Cuando era el momento de pagar, Evey estaba sanco el dinero de su bolsa para pagar sus vestidos cuando su prima le sostuvo la mano, impidiendo que sacara el dinero de su bolsa.

           —Deja eso, prima, yo quiero hacerte el regalo.

           —No hace falta, Rouse, yo tengo suficiente como para pagarlos yo misma —aseguró ella.

           —Sé que sí, pero ¿no podría yo hacerte el favor? Tú sueles regalarme cosas y yo no te las reprochó, ¿es que no tengo el mismo derecho de hacerle un obsequió a mi amiga más querida?

           Ella desvió su mirada de los ojos de su prima y gruñó.

           —Está bien, pero que sepas que eso de manipularme con tus ojitos de perro castigado no es muy bueno de tu parte —dijo malhumorada por ser débil ante ella.

           Rouse rio y asintió.

           Mientras ella esperaba a su prima, una conversación entre dos mujeres captó su atención:

           —Las cosas están complicadas para los viajeros, te digo. Ya van varios de mis envíos que son atacados por esas criaturas. En lo que va de mes he escuchado que esas criaturas han asaltado a cualquiera que esté rumbo a Felianor —dijo la delgada vestido morado y cuello largo.

           —Yo escuché que unos mercenarios borrachos que andaban por el bosque cercano a Felianor fueron atacados por ellos —inició la otra, iba con un vestido amarillo, con un collar de perlas rodeando su gran cuello que Evey no entendía como no terminaba rompiéndose—. Las criaturas los masacraron, solo uno de ellos quedó vivo para contarlo. Aunque el pobre quedó tan afectado por la muerte que quedó en un estado mental lamentable.

           —Y no es para menos, la verdad es que si yo viviera algo como eso no sé cómo terminaría. Quizás me moriría nada más al verlos —dijo la mujer de morado, abanicándose—. Me pregunto qué se supone que hará el rey de Felianor para controlar y erradicar esos monstruos.

           —¿De qué hablas? Se dice que los monstruos son una medida de seguridad del rey contra los ejércitos que amenazan su país. Una medida un tanto drástica, me temo.

           —Creo que estás equivocada. Lo que verdaderamente pasó fue que Durran les llevó una maldición que trajo consigo a esos monstruos. Lo que verdaderamente me preocupa es que esos monstruos se propaguen y puedan llegar hasta aquí.

           —¡Quiera el Único que no! —reprendió la mujer con un gesto que solían usar los religiosos para espantar las malas vibras, espíritus u algo más; la verdad es que el gesto era como un comodín para alejar en general a las cosas malas.

           A partir de allí todo lo que oyó Evey de los cuchicheos de aquellas dos señoras fue como una discrepaba de la otra sin parar. De todo lo que hablaban de lo único que parecían estar de acuerdo es que las criaturas aparecían, sin falta, de noche en las cercanías de Felianor. Sin embargo, Evey se mostró un tanto escéptica al respecto, quizás solamente se trataba de un grupo de ladrones vestidos de negro que atacaba a los mercaderes y a los viajeros para robarle sus cosas. La historia de unas criaturas malignas que salían en la oscuridad y atacaban a las personas parecía un cuento de fantasmas bastante alocado.

           Mientras salía con su prima del local acompañada por los guardias que las resguardaban otra la otra parte de su mente, la que no era una aburrida incrédula se planteó la posibilidad de que existieran criaturas nacidas de la noche. Como mínimo, era algo interesante de pensar, aunque por supuesto no daría por hecho los chismorreos de unas señoras, necesitaba más información al respecto para decidir si aquello podía ser cierto o no.

           Aunque… ella había visto una mujer fantasma hace unos días.

           —¿Pasa algo, Evey? —se preocupó Rouse al notar su actitud taciturna.

           —No, no, solo estoy un poco cansada. Caminar de aquí para allá y probar tantos vestidos, sumado a lo furioso que estaba el sol hoy creo que me dejó bastante agotada —se excusó ella

           Sí, aquella conversación de las señoras debía ser un cuento de fantasmas solamente. Sin embargo, pensar en la posibilidad de que por allí afuera, la noche poseía criaturas que pudieran atacar y hacer daño a quien quiera que se encontraran, sin una explicación, sin duda era preocupante.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo