Al día siguiente cuando ella despertó lo primero que hizo fue ir a revisar la pintura que había hecho la noche anterior con miedo de que esta hubiera sido solo un mero sueño. Pero no, no había sido un sueño, allí estaba él: era un hombre cabello negro largo que caía sobre sus hombros como el agua de una cascada nocturna. Tenía rasgos tan duros como la piedra misma con aquella expresión tan solemne pero suavizada con unas leves pinceladas de melancolía. ¡Y luego estaban aquellos ojos! Eran bellísimos. Tan enigmáticos. Verlos la hacía querer desentrañar los misterios que ocultaban aquellos ojos de color azul y esmeralda.
Evey se sorprendió a sí misma acariciando la pintura seca cuando comenzaron a llamar a la puerta de la habitación. Era Rouse.
—Evey —llamó suavemente la chica—, ¿puedo pasar?
—¡U-Un momento! —gritó Evey mientras se apuraba en recoger el desorden que había dejado en la habitación, así como en esconder la pintura. Ella decidió esconderla debajo de la cama.
Ella suspiró y se miró en el espejo, estaba sonrojada por alguna razón. «Era sola una pintura, no es necesario actuar como si estuviera escondiendo a un hombre de verdad». Era una tontería sentirte tan abochornada por aquello y aunque a Rouse le gustaba bastante los dibujos y pinturas que solía hacer Evey, no se sentía cómoda diciéndole o enseñándole una pintura tan detallada de un hombre a quien ni siquiera conocía. Quizás solo sirviera para confirmar cualquier duda que tuviera su prima de que estaba completamente loca.
Al abrir la puerta una Rouse vestida con un sobrio vestido la estaba esperando detrás. Rouse rio un poco al verla, seguramente por las fachas que tenía al haber estado tan agitada hace un momento y Evey la dejó creer que estaba toda despeinada porque estaba recién despierta. Ambas entraron a la habitación mientras Evey se acomodaba los cabellos con las manos casualmente.
—Alístate rápido, Evey, vamos a salir —informó la muchacha con las manos sujetas detrás de sí en un gesto alegre.
—¿A dónde vamos, la tía necesita comprar alguna cosa? —quiso saber Evey, mientras ahogaba un súbito bostezo con las manos y luego se disculpaba.
—Mi mamá no. Nosotras somos las que vamos a ir a comprar —ante el gesto confuso de Evey ella inició a explicarse—. Quiero comprarme un nuevo vestido, uno bonito. Y creo que también sería buena idea que tú también te llevaras uno. Así que creo que la ocasión es la perfecta para que ambas vayamos de compras.
—Está bien, espérame a que me cambie y luego nos vamos.
Y así cuando ella estuvo lista, salieran ambas a la ciudad de compras.
Habían pasado un buen tiempo probándose muchas cosas, aunque de normal a Evey no le hacía mucha ilusión usar vestido con ayuda de la persuasión de su prima. Esta termino probando de buen agrado una cantidad elevadísima de vestidos, lo que les había quitado toda la tarde.
Y aunque, no le hacían tanta gracia los vestidos, había terminado eligiendo vestidos, en plural, que sí que le gustaron, ya que le iban muy bien y era de su estilo. Nada demasiado extravagante, por supuesto.
Cuando era el momento de pagar, Evey estaba sanco el dinero de su bolsa para pagar sus vestidos cuando su prima le sostuvo la mano, impidiendo que sacara el dinero de su bolsa.
—Deja eso, prima, yo quiero hacerte el regalo.
—No hace falta, Rouse, yo tengo suficiente como para pagarlos yo misma —aseguró ella.
—Sé que sí, pero ¿no podría yo hacerte el favor? Tú sueles regalarme cosas y yo no te las reprochó, ¿es que no tengo el mismo derecho de hacerle un obsequió a mi amiga más querida?
Ella desvió su mirada de los ojos de su prima y gruñó.
—Está bien, pero que sepas que eso de manipularme con tus ojitos de perro castigado no es muy bueno de tu parte —dijo malhumorada por ser débil ante ella.
Rouse rio y asintió.
Mientras ella esperaba a su prima, una conversación entre dos mujeres captó su atención:
—Las cosas están complicadas para los viajeros, te digo. Ya van varios de mis envíos que son atacados por esas criaturas. En lo que va de mes he escuchado que esas criaturas han asaltado a cualquiera que esté rumbo a Felianor —dijo la delgada vestido morado y cuello largo.
—Yo escuché que unos mercenarios borrachos que andaban por el bosque cercano a Felianor fueron atacados por ellos —inició la otra, iba con un vestido amarillo, con un collar de perlas rodeando su gran cuello que Evey no entendía como no terminaba rompiéndose—. Las criaturas los masacraron, solo uno de ellos quedó vivo para contarlo. Aunque el pobre quedó tan afectado por la muerte que quedó en un estado mental lamentable.
—Y no es para menos, la verdad es que si yo viviera algo como eso no sé cómo terminaría. Quizás me moriría nada más al verlos —dijo la mujer de morado, abanicándose—. Me pregunto qué se supone que hará el rey de Felianor para controlar y erradicar esos monstruos.
—¿De qué hablas? Se dice que los monstruos son una medida de seguridad del rey contra los ejércitos que amenazan su país. Una medida un tanto drástica, me temo.
—Creo que estás equivocada. Lo que verdaderamente pasó fue que Durran les llevó una maldición que trajo consigo a esos monstruos. Lo que verdaderamente me preocupa es que esos monstruos se propaguen y puedan llegar hasta aquí.
—¡Quiera el Único que no! —reprendió la mujer con un gesto que solían usar los religiosos para espantar las malas vibras, espíritus u algo más; la verdad es que el gesto era como un comodín para alejar en general a las cosas malas.
A partir de allí todo lo que oyó Evey de los cuchicheos de aquellas dos señoras fue como una discrepaba de la otra sin parar. De todo lo que hablaban de lo único que parecían estar de acuerdo es que las criaturas aparecían, sin falta, de noche en las cercanías de Felianor. Sin embargo, Evey se mostró un tanto escéptica al respecto, quizás solamente se trataba de un grupo de ladrones vestidos de negro que atacaba a los mercaderes y a los viajeros para robarle sus cosas. La historia de unas criaturas malignas que salían en la oscuridad y atacaban a las personas parecía un cuento de fantasmas bastante alocado.
Mientras salía con su prima del local acompañada por los guardias que las resguardaban otra la otra parte de su mente, la que no era una aburrida incrédula se planteó la posibilidad de que existieran criaturas nacidas de la noche. Como mínimo, era algo interesante de pensar, aunque por supuesto no daría por hecho los chismorreos de unas señoras, necesitaba más información al respecto para decidir si aquello podía ser cierto o no.
Aunque… ella había visto una mujer fantasma hace unos días.
—¿Pasa algo, Evey? —se preocupó Rouse al notar su actitud taciturna.
—No, no, solo estoy un poco cansada. Caminar de aquí para allá y probar tantos vestidos, sumado a lo furioso que estaba el sol hoy creo que me dejó bastante agotada —se excusó ella
Sí, aquella conversación de las señoras debía ser un cuento de fantasmas solamente. Sin embargo, pensar en la posibilidad de que por allí afuera, la noche poseía criaturas que pudieran atacar y hacer daño a quien quiera que se encontraran, sin una explicación, sin duda era preocupante.
Al día siguiente luego de haber pasado toda la noche pensando acerca de la conversación de las señoras, Evey se había dado cuenta que tenía muy escasa información acerca de los reinos de Felianor y el de Durran. De ellos solo sabía lo básico. Sin embargo, con el apetito de tener un contexto más útil en su cabeza, Evey intentó obtener información de la persona que más podría saber del tema: su tío Rudolf. Así que ella terminó yendo al pórtico, donde lo encontró sentado en una larga silla de madera descansando, aunque con un gesto de aburrimiento en el rostro. Ella lo saludó y terminó sacándole una conversación casual que él fue respondiendo con tedio hasta que terminó gruñendo y añadiendo: —Niña, si has venido hasta aquí espero que no haya sido solamente para hablar de frivolidades, de verdad que tengo suficiente con Marisa y todas las estiradas amistades con la que suele frecuentar —dijo él. Su tío no era un hombre como los demás. O sea, era alguien
Evey estaba en su habitación pensando en la conversión de esta tarde con su tío. Pensar que había un peligro tan cercano era algo que la perturbaba. Por ello, hizo lo mejor que podía hacer cuando necesitaba estar más relajada: ir al columpio de la colina. No tenía más tareas ese día por lo que no tuvo que esforzarse tanto en ocultarse al momento de salir de la casa. Al subir la colina, sin embargo, encontró a alguien allí que no habría esperado. Erik se veía tan guapo como de costumbre. Ella siempre se preguntaba cómo hacía tener tan bien peinado el cabello, puesto que nunca lo había visto despeinado y lo cierto es que él parecía cuidarse bastante bien de ir siempre presentable a todos lados, inclusive cuando solía dar sus caminatas por la ciudad. Ella intentó desviar su mirada, pues sabía que solía estar mucho tiempo mirándolo. —No sabría que estarías aquí, Erik —agregó ella. —Hum, se podría decir que estoy aquí por ti —agregó é
Ese mismo día en la noche ella estaba en su cama, cruzada de pies y brazos preguntándose si Erik estaría de mejor ánimo y si ella le habría sido de utilidad haciéndole sentir mejor o aconsejándolo, pero en realidad ella no se había sentido muy útil en ningún aspecto. Gruñó y dio varios golpecitos a la cama con su puño, irritada consigo misma por no haber sido de más utilidad. —Lo que está hecho, ya fue. Nada que hacer —murmuró bajando ella de la cama. Era ya de noche y podía notar su leve toque en su cuerpo y alma, acrecentando sus sentidos. Ella agradecía aquello, lo que le permitía ver todo de una mejor manera, quizás no de la manera perfecta como cuando era luna llena, pero sí veía todo desde una perspectiva más clara: había hecho lo que había considerado necesario para verlo bien, y eso había hecho. Así que no debía ser tan injusta consigo mismo. Asintió y luego fue a asomarse en la ventana y extendió la mirada al cielo nocturno con u
Había pasado buena parte de la noche respondiendo preguntas para Rouse quien se había verdaderamente interesado en todo lo referente a la pintura y a las habilidades de Evey. Ella, en cambio, a pesar de sentirse al principio como un animalito de prueba con el trascurrir de las preguntas y de la emoción de Rouse ante aquel misterio, terminó por sentirse contagiada de verdad por el entusiasmo de su prima, entusiasmo que se extendió hasta bien entrada la noche. Luego de eso, Rouse se fue tambaleándose de sueño. Evey, en cambio, quedó despierta un rato más, antes de ceder por fin. Ella cayó en un sueño profundo. Estaba al aire libre primero, en un lugar lleno de árboles que se extendían más allá de donde daba la vista. Aquellos árboles eran algo que ella no había presenciado hasta ahora y ella los miraba con una sonrisa en el rostro. Ella iba con un hermoso vestido verdeazulado con adornos plateados con unas joyas en forma de hoja con ciertas gemas incrustadas decor
Cuando ella despertó al día siguiente se encargó de ponerse algo largo que cubriera los rasguños que tenía en los brazos, si alguien de la casa los veía comenzarían a hacer preguntas y no es que pudiera decir lo que había pasado sin que todos creyeran que estaba completamente loca. Todos asumirían que había sido ella misma quien se había lastimado para llamar la atención. Todos excepto Rouse. Evey fue con su prima y la encontró en su habitación; tenía un aspecto analítico mientras observaba un montón de papeles que estaban en un caos organizado, en el suelo. —¿Qué haces, Rouse? —se interesó Evey. —Anoté todo lo que sabemos acerca de lo que está sucediendo —contestó— y me he dado cuenta que cada luna haces cosas más excéntricas y maravillosas, como si la experiencia de la luna anterior te fortaleciera. Rouse se puso de pie y buscó en una de sus hojas unas anotaciones que ella había subrayado para mostrárselas a Evey luego comen
Habían pasado ya unas semanas desde que había partido de la mansión de sus tíos. Mientras más tiempo transcurría en su viaje más agradecida se sentía con su tío Rudolf quien le había enseñado a montar a caballo muy a pesar de las negativas que mostró su tía Marisa al respecto. Y con respecto a esta última, al no tenerla cerca, sentía que su cuerpo se sintiera más liviano; su tía siempre había sido como unos grilletes que la esclavizaban impidiendo que pudiera ser lo que era. Sin embargo, Evey estaba ya notando la distancia entre ella misma y Rouse, y no era fácil no pensar en ella. Por eso, Evey solía hacer una Rouse en miniatura hecha de sombras para sentirse acompañada por su prima a todas partes. El viaje estaba siendo distinto a lo que ella habría esperado, habría esperado más diversión en el proceso, pero lo cierto era que viajar era cansado; el trasero le dolía por estar tanto tiempo encima del caballo y se cansaba rápido si caminaba. El sol de justicia que solía apar
Al día siguiente la muchacha decidió que tendría que apretar un poco la marcha si quería llegar rápido. Mientras más tiempo estaba afuera sin llegar a su destino se sentía más impaciente. Tenía que llegar a Felianor y allá obtendría más información sobre lo que tenía que hacer. Ella decidió darse un baño en el río antes de marchar y así lo hizo. Entrar en el agua le hizo sentir bien, luego de varios días de marcha era bastante refrescante darse un buen baño. No solamente se sentía limpia físicamente, sino mental y espiritualmente. Bañarse la había lavado bastante bien y no solo se había llevado su suciedad y calor, sino que también le estaba regalando una visión más fresca de las cosas. «No debe quedarme tanto tiempo de camino. Según el mapa debería estar solo a un día o dos para llegar a la ciudad. Llegaré a la ciudad, encontraré al otro Hijo de la Noche y ayudaré a todos». Evey desbordaba optimismo, pero fue interrumpida cuando vio a un joven colarse en su cam
Ese día junto a su nuevo acompañante había avanzado bastante. Mientras hablaba con el chico se había enterado de un par de cosas interesantes sobre él. Por ejemplo, este quería formar parte del ejército del reino, cosa con la cual su madre no estaba para nada de acuerdo, pues parecía argumentar que para él no habría ningún tipo de recompensa en la vida militar. Y aunque Evey estaba parcialmente de acuerdo con la madre del niño, también consideraba que cada quien tenía sus propios sueños que los motivaban a hacer cuanto fuera para alcanzarlos. Como escapar de la casa de sus padres o escapar de la casa de tus tíos hacia la ciudad para salvar al reino entero. —Tienes bastante entusiasmo y creo que eso está bien, pero ¿pensaste en cómo iba a ayudarte en convertirte en parte del ejército si te escapabas de la ciudad? —Hem, yo… la verdad es que no pensé mucho en eso. Estaba enojado con mi madre y cuando ya me di cuenta estaba afuera de la ciudad —él se encogió de hom