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Natalia se dejó caer en su silla, sus hombros desplomándose como si llevara años soportando un peso insoportable.

El silencio en la oficina era abrumador, pero extrañamente reconfortante. Cerró los ojos y dejó escapar un largo suspiro, como si así pudiera liberar la tensión acumulada.

La escena de hace unos minutos seguía fresca en su mente, cada palabra, cada reproche. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía algo de control. Aunque no lo suficiente.

"Esto es solo el comienzo", pensó, mordiéndose el labio inferior con una mezcla de cansancio y determinación. "Ellos no han visto nada aún".

El sonido de pasos rompió el silencio. Daniel, que había permanecido en un rincón durante toda la confrontación, se acercó con cautela. Sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y ligera irritación.

—¿Estás bien? —preguntó con suavidad—. Estaba a nada de sacar a Simón a patadas.

Natalia abrió los ojos y lo miró, una sonrisa cansada en su rostro.

—Eres un buen hombre, Dani
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