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—Ya le dije quién soy —respondió Keiden, con voz aún tranquila—. No quiero nada más que un poco de helado con su hijo.

—No me tome por ingenua —replicó Natalia, estrechando los ojos—. Conoce mi nombre, el verdadero. ¿Me está espiando?

Kaiden guardó silencio por un momento, como si estuviera considerando sus palabras.

—Tiene razón, Natalia. Sé más de usted de lo que he dicho —admitió finalmente, cruzando los brazos.

Natalia tomó aire profundamente, intentando mantener la calma, a pesar de los latidos de su frenético corazón. Sin embargo, cuando Nathan intervino, su preocupación se intensificó.

—¡Mamá! Vamos con él, tiene un perro genial —insistió, tirando de su brazo.

—¡No! —soltó Natalia, quizá con más dureza de la necesaria. Se inclinó hacia su hijo, acariciándole la cabeza para suavizar sus palabras—. Ya es tarde, cariño. Vamos por ese helado, ¿sí?

—No quise incomodarla. Solo pensé que...

—Voy a llamar a la policía —lo amenazó ella, sacando su teléfono de la bolsa.

Kaiden p
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