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Simón había llegado minutos antes a la casa de Natalia, el coche de Keiden todavía aparcado en la entrada le había causado una sensación extraña, un nudo en el estómago que se hizo más grande a medida que observaba el vehículo vacío.

No lo vio dentro, pero algo en el aire le decía que estaba allí.

De repente, su malestar creció, como si una fuerza invisible lo empujara a exigirle algo, a que ese hombre se alejara de Natalia y su hijo. Lo pensó por un segundo, y luego otro, pero no podía dejar de pensar que algo no estaba bien.

¿Por qué le molestaba tanto? ¿Qué le importaba a él lo que hiciera Natalia? “No es que me importe,” pensó, “pero…” Sin poder racionalizarlo, sus pasos lo llevaron hasta la puerta.

¿Qué iba a hacer, exactamente? No tenía respuesta. ¿A qué venía todo esto? Sabía que no había derecho alguno para irrumpir en la vida de Natalia, pero lo necesitaba, de alguna manera, tenía que estar allí.

Su respiración se aceleró cuando se acercó a la ventana que daba hacia
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