Natalia cerró la puerta de su despacho detrás de ella, tomándose un segundo para prepararse mentalmente. Su expresión estaba fría y serena cuando avanzó hacia él. Simón estaba de pie junto a la ventana, observando la ciudad con las manos en los bolsillos. Cuando se giró para mirarla, había algo desesperado en sus ojos, pero Natalia no dejó que eso la afectara.Ella alzó una ceja con desdén, cerrando la puerta tras de sí. —Gracias por recibirme, Natalia —comenzó con voz tensa—. No voy a dar rodeos… Necesito tu ayuda con urgencia.Natalia dejó su bolso sobre el sofá de cuero negro y se cruzó de brazos, observándolo con frialdad. —¿Mi ayuda? —repitió, casi con burla. Simón asintió, tragando saliva como si las palabras fueran amargas. —Mi empresa… ya sé lo que dijiste, pero… —dijo con un susurro urgente—. Tú tienes los recursos para salvarla. Por favor, dame una última oportunidad. —¿Esto era lo que esperabas? —Natalia soltó una risa seca y ladeó la cabeza—. ¿Venir aquí a rogar
Simón salió de la oficina de Natalia con pasos rápidos y pesados. Sus pensamientos eran un remolino de rabia e impotencia, una combinación letal que apenas lograba controlar. Aferraba el teléfono en su mano con tal fuerza que parecía que lo partiría en dos. La voz fría de Natalia resonaba en su mente como un eco que no podía silenciar. “No necesito que vengas a decirle que eres su padre”, había dicho, y cada palabra había sido un dardo envenenado directo a su orgullo.Cuando apenas había cruzado las puertas principales del edificio, el timbre de su celular interrumpió su tormento mental. Miró la pantalla y su corazón dio un vuelco. Era la llamada que había esperado toda la semana: el ex gerente del hotel donde Isabella afirmaba haber sido encerrada.Respondió de inmediato, obligándose a calmar su respiración.—Buenas tardes, señor Cáceres —la voz de un hombre mayor se oyó por el auricular—. Me comunico tan pronto como recibí su mensaje de voz, lamentablemente estaba de viaje con mi
Isabella paseaba de un lado a otro en la sala de la mansión Cáceres, con el ceño fruncido y el rostro encendido de furia. Frente a ella estaba Nelly, la madre de Simón, sentada en el sofá con los brazos cruzados, escuchándola despotricar contra Natalia. —Es una descarada —dijo Isabella, golpeando el aire con las manos—. Vuelve después de años como si fuera intocable, con ese nombre nuevo y sus “aires de grandeza”. Nelly frunció el ceño, claramente molesta por lo que escuchaba. —Siempre supe que esa mujer no tenía escrúpulos —espetó con desdén—. Desde que te encerró en ese hotel para engañar a Simón… no me sorprende nada de lo que hace ahora. Isabella se detuvo y apretó los labios con fuerza, mientras un destello de temor cruzaba su mirada. —Y ahora, todos parecen estar de su lado. Incluso mis propios padres empiezan a dudar de mí. —Su tono era venenoso, lleno de rencor. Nelly siseó con incredulidad. —¿Cómo pueden defender a alguien como ella? —cuestionó—. ¿Es cierto lo
Simón se cruzó de brazos, observando cómo Isabella intentaba recomponerse tras su evidente titubeo. La frialdad en su mirada era un reflejo de su descontento, algo que ella no podía ignorar.—Por supuesto que te dije toda la verdad —respondió Isabella, intentando sonar firme, aunque su voz se quebraba con un leve temblor—. ¿Por qué preguntas eso?Simón entrecerró los ojos, una chispa de desconfianza se reflejaba en su mirada.—Porque si descubro que me has mentido, Isabella, te va a ir muy mal —su tono era tan frío que la temperatura en la habitación pareció bajar varios grados.Isabella dio un paso atrás, sorprendida por la dureza de sus palabras. Nunca antes lo había escuchado hablar así, y la expresión severa de Simón la dejó sin aliento. Intentó recomponerse, pero el resentimiento brotó antes de que pudiera contenerse.—Esa mujer te tiene cambiado —escupió con amargura, cruzando los brazos—. Desde que volvió, todo a nuestro alrededor se está desmoronando.Simón soltó un resoplido
En un café al otro lado de la ciudad, Natalia removía su té con cierto nerviosismo. Daniel, sentado frente a ella, la observaba con curiosidad mientras cruzaba los brazos.—Por teléfono sonabas muy decidida —comentó él, rompiendo el silencio.—Lo estoy —respondió Natalia, dejando la cuchara a un lado y enfrentando su mirada—. Necesito tu ayuda para sacar todo a la luz de manera definitiva.Daniel arqueó una ceja, intrigado.—¿Qué necesitas exactamente?—Debemos conseguir los videos de esa noche en el hotel —declaró ella, mientras sus ojos brillaban con determinación.La expresión de Daniel se tensó de inmediato y sus pensamientos comenzaron a correr mientras evaluaba la situación. ¿Cómo podía decirle? Natalia de seguro lo odiaría por lo que había hecho. Natalia, notando su reacción, frunció el ceño.—Tú eres el mejor hacker que conozco, Daniel —dijo con seguridad—. Si alguien puede hacerlo, eres tú.Daniel soltó una pequeña sonrisa, aunque sus pensamientos iban en dirección opuesta.
Natalia se quedó observando cómo Daniel se alejaba por la acera, con la cabeza agachada y su paso acelerado, como si quisiera dejar atrás cualquier rastro de la conversación que acababan de tener. A medida que se desvanecía entre la multitud, algo en ella se tensó. De pronto, su teléfono vibró en el bolso.Suspiró, dejando apenas sonar un par de tonos antes de responder. —Natalia, menos mal sé de ti —el tono de Keiden era cálido, casi aliviado—. ¿Cómo estás? —Hola, Keiden. Estoy bien —respondió ella, aunque su tono carecía del entusiasmo habitual. Keiden no tardó en captar la ligera tensión en su voz. —Me alegra escuchar eso —respondió con cautela—. Estaba preocupado por ti desde ese almuerzo. ¿Todo bien? ¿Qué pasó con la conversación que tuviste con Simón?Natalia se quedó en silencio por un instante. Las palabras de Keiden parecían tener una calma que contrastaba con el torbellino de pensamientos que rondaban su mente. ¿Debería contarle? Sabía que no debía involucrarlo más
El sol brillaba con fuerza sobre el estacionamiento del exclusivo colegio al que asistía Nathan. Simón observaba desde su auto con el corazón latiéndole fuerte contra el pecho. Había pasado días investigando dónde estudiaba su hijo y ahora estaba ahí, con una mezcla de ansiedad y determinación que lo carcomía. Sabía que no podía acercarse directamente, pero al menos verlo de lejos sería suficiente, o eso quería creer.Desde la distancia, vio a Nathan salir del edificio con otros niños. Su cabello castaño claro brillaba bajo el sol, y Simón sintió una punzada en el pecho. Era como mirarse a un espejo en miniatura. La misma forma de caminar, la misma expresión concentrada. Lo reconocería entre mil. Era su hijo. Su Nathan.El breve momento de contemplación terminó abruptamente cuando sintió una presencia conocida acercarse. Giró la cabeza y ahí estaba Natalia, con los ojos entrecerrados y la mandíbula tensa.La vio caminar hacia él como una tormenta desatada.—¿Qué demonios haces aquí?
Simón se cruzó de brazos, mirando a Isabella con desconfianza. Su voz era dura, sin rastros de la paciencia que solía mostrarle. —Mejor dime, ¿qué haces tú aquí? —su voz salió filosa—. ¿Me estás siguiendo? —Por supuesto que no —dijo, aunque su tono carecía de la firmeza habitual—. E-Es… es pura casualidad que esté aquí. Simón ladeó la cabeza, y sus labios se curvaron en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —¿Casualidad? Entonces no viniste a verme a mí en absoluto. —¡Claro que sí! —se apresuró a corregir—. La verdad, una amiga me vio aquí y me avisó. Pensé que podría encontrarte… Simón soltó una carcajada seca y negó con la cabeza, incrédulo. —Tus amigas no vienen a estos bares, Isabella —bufó—. Vamos, ¿qué clase de amigas tienes? El rostro de ella enrojeció y las lágrimas brotaron rápidamente de sus ojos. Su voz adquirió un tono ofendido y dolido. —Me ofende que dudes de mí de esta manera —dijo con pesar—. ¿Cómo puedes desconfiar así de la mujer que amas? Él, sin emb