Natalia se quedó observando cómo Daniel se alejaba por la acera, con la cabeza agachada y su paso acelerado, como si quisiera dejar atrás cualquier rastro de la conversación que acababan de tener. A medida que se desvanecía entre la multitud, algo en ella se tensó. De pronto, su teléfono vibró en el bolso.Suspiró, dejando apenas sonar un par de tonos antes de responder. —Natalia, menos mal sé de ti —el tono de Keiden era cálido, casi aliviado—. ¿Cómo estás? —Hola, Keiden. Estoy bien —respondió ella, aunque su tono carecía del entusiasmo habitual. Keiden no tardó en captar la ligera tensión en su voz. —Me alegra escuchar eso —respondió con cautela—. Estaba preocupado por ti desde ese almuerzo. ¿Todo bien? ¿Qué pasó con la conversación que tuviste con Simón?Natalia se quedó en silencio por un instante. Las palabras de Keiden parecían tener una calma que contrastaba con el torbellino de pensamientos que rondaban su mente. ¿Debería contarle? Sabía que no debía involucrarlo más
El sol brillaba con fuerza sobre el estacionamiento del exclusivo colegio al que asistía Nathan. Simón observaba desde su auto con el corazón latiéndole fuerte contra el pecho. Había pasado días investigando dónde estudiaba su hijo y ahora estaba ahí, con una mezcla de ansiedad y determinación que lo carcomía. Sabía que no podía acercarse directamente, pero al menos verlo de lejos sería suficiente, o eso quería creer.Desde la distancia, vio a Nathan salir del edificio con otros niños. Su cabello castaño claro brillaba bajo el sol, y Simón sintió una punzada en el pecho. Era como mirarse a un espejo en miniatura. La misma forma de caminar, la misma expresión concentrada. Lo reconocería entre mil. Era su hijo. Su Nathan.El breve momento de contemplación terminó abruptamente cuando sintió una presencia conocida acercarse. Giró la cabeza y ahí estaba Natalia, con los ojos entrecerrados y la mandíbula tensa.La vio caminar hacia él como una tormenta desatada.—¿Qué demonios haces aquí?
Simón se cruzó de brazos, mirando a Isabella con desconfianza. Su voz era dura, sin rastros de la paciencia que solía mostrarle. —Mejor dime, ¿qué haces tú aquí? —su voz salió filosa—. ¿Me estás siguiendo? —Por supuesto que no —dijo, aunque su tono carecía de la firmeza habitual—. E-Es… es pura casualidad que esté aquí. Simón ladeó la cabeza, y sus labios se curvaron en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —¿Casualidad? Entonces no viniste a verme a mí en absoluto. —¡Claro que sí! —se apresuró a corregir—. La verdad, una amiga me vio aquí y me avisó. Pensé que podría encontrarte… Simón soltó una carcajada seca y negó con la cabeza, incrédulo. —Tus amigas no vienen a estos bares, Isabella —bufó—. Vamos, ¿qué clase de amigas tienes? El rostro de ella enrojeció y las lágrimas brotaron rápidamente de sus ojos. Su voz adquirió un tono ofendido y dolido. —Me ofende que dudes de mí de esta manera —dijo con pesar—. ¿Cómo puedes desconfiar así de la mujer que amas? Él, sin emb
La tensión se sentía desde que cruzaron el umbral de la casa. Isabella, aún alterada, continuaba discutiendo lo ocurrido en el bar. Sus palabras resonaban como dardos envenenados en el aire, buscando un blanco que Simón se negaba a proporcionar. —¡No puedo creer que me dejaras expuesta de esa manera, Simón! —gritó, siguiéndolo mientras él caminaba hacia el despacho—. ¿Sabes cuántas fotos tomaron esos malditos paparazzi? ¿Qué pensarán ahora las revistas de sociedad? Todo por culpa de ese imbécil de Daniel y su lengua venenosa. Simón, en cambio, mantenía una expresión serena, casi impasible. Pero detrás de aquellos ojos fríos, su mente trabajaba con precisión, analizando cada palabra de Isabella, cada gesto, cada inconsistencia en su relato. Sabía que no podía dejarse arrastrar por el drama que ella tan hábilmente tejía. Tenía que jugar con cautela, obtener respuestas antes de confrontarla con lo que realmente sabía. Su mente seguía analizando las imágenes de su prometida pálida
Daniel miró la pantalla de su celular, el nombre de Natalia iluminándola mientras el teléfono vibraba en su mano. Sabía exactamente lo que ella quería, pero su mente estaba nublada por el remordimiento. No se sentía listo para enfrentarla. Sin decir una palabra, colgó la llamada, apretando los labios mientras cerraba los ojos. —Perdón, Natalia… de verdad, perdón.Cuando volvió a abrir los ojos, había un nuevo mensaje de ella: “Tenemos que hablar”. Esas palabras, directas y contundentes, le perforaron el pecho como un cuchillo. En el otro extremo, Natalia bajó el teléfono, frustrada. Su mandíbula se tensó y rápidamente escribió un mensaje que envió sin dudar: “Tenemos que hablar.” Después, soltó un suspiro y dejó el dispositivo sobre la mesa. Con movimientos mecánicos, comenzó a alistar sus cosas para ir a su sesión de yoga. Era su válvula de escape, la única forma de calmar su mente después de semanas de tensión. Nathan ya estaba listo para salir con su niñera al parque de jueg
Isabella no respondió. Se limitó a mirar a Natalia con los brazos cruzados, mientras sus ojos estaban cargados de una mezcla de resentimiento y desafío. Natalia, quien intentaba concentrarse en hacer correctamente sus posturas, finalmente perdió la paciencia. Se giró hacia Isabella, su expresión era una mezcla de irritación y desafío.—¿Qué rayos me miras tanto? —espetó, dejando caer los brazos con exasperación.Isabella siseó entre dientes, su voz era apenas un murmullo cargado de veneno. —De seguro ya estás contenta, ¿verdad? —escupió. Natalia la miró con incredulidad, como si Isabella se hubiera vuelto completamente loca. Con un suspiro cansado, le dio la espalda y comenzó a recoger su esterilla. —No tengo tiempo para ti ni para tus dramas baratos —dijo con desdén, sus palabras eran tan cortantes como un cuchillo. El tono indiferente de Natalia pareció encender una chispa en Isabella, quien la tomó del brazo con brusquedad. Natalia se giró rápidamente, zafándose con fuerza
Natalia miró al oficial con una mezcla de frustración y cansancio mientras sentía los ojos suplicantes de Simón fijos en ella. Estaba a punto de decir algo cuando Nathan, aún entre los brazos de la niñera, rompió en un llanto desgarrador. Su corazón se encogió al verlo tan asustado. Acarició su cabello con ternura antes de soltar un profundo suspiro.—Por ahora, no voy a presentar cargos —dijo con tono firme, mirando al policía—, pero solo bajo la condición de que él se mantenga lejos de Nathan.Simón alzó la voz, desesperado: —¡Prefiero ir a la cárcel a que me alejes de mi hijo!Natalia rodó los ojos, incapaz de contenerse. —Ya no es tu hijo, Simón. Renunciaste a ese derecho hace mucho tiempo.La expresión de Simón se endureció un instante, pero en un gesto desesperado, replicó: —Quiero una prueba de ADN. Natalia entrecerró los ojos, con su tono ahora teñido de incredulidad. —¿Estás loco? Claro que no.El oficial intervino, su voz autoritaria cortando la discusión. —Señor
Keiden, ajeno a las emociones que bullían en Simón, se acercó a Natalia. —Escuché tu mensaje de voz —dijo, con un tono algo más sereno pero igual de preocupado. —¿Mi mensaje de voz? —repitió Natalia, frunciendo el ceño. De pronto, un recuerdo fugaz atravesó su mente: no había terminado la llamada cuando el policía apareció en su puerta. Obviamente, la llamada se fue al buzón. —El oficial dijo que te llevarían a la estación —continuó Keiden, explicándose—. Averigüé cuáles eran las más cercanas a tu casa y vine lo más rápido que pude. Natalia sintió una punzada de alivio al escucharlo. Sus hombros, tensos por horas, se relajaron un poco mientras un débil suspiro escapaba de sus labios. —Gracias… —murmuró, su voz llena de sinceridad—. Gracias por venir. Simón cruzó los brazos, intentando aparentar indiferencia, pero sus ojos permanecían fijos en Keiden, quien ahora se inclinaba para examinar a Nathan. —¿Está bien el niño? —preguntó Keiden, su tono tan genuino que encendió aú