Daniel miró la pantalla de su celular, el nombre de Natalia iluminándola mientras el teléfono vibraba en su mano. Sabía exactamente lo que ella quería, pero su mente estaba nublada por el remordimiento. No se sentía listo para enfrentarla. Sin decir una palabra, colgó la llamada, apretando los labios mientras cerraba los ojos. —Perdón, Natalia… de verdad, perdón.Cuando volvió a abrir los ojos, había un nuevo mensaje de ella: “Tenemos que hablar”. Esas palabras, directas y contundentes, le perforaron el pecho como un cuchillo. En el otro extremo, Natalia bajó el teléfono, frustrada. Su mandíbula se tensó y rápidamente escribió un mensaje que envió sin dudar: “Tenemos que hablar.” Después, soltó un suspiro y dejó el dispositivo sobre la mesa. Con movimientos mecánicos, comenzó a alistar sus cosas para ir a su sesión de yoga. Era su válvula de escape, la única forma de calmar su mente después de semanas de tensión. Nathan ya estaba listo para salir con su niñera al parque de jueg
Isabella no respondió. Se limitó a mirar a Natalia con los brazos cruzados, mientras sus ojos estaban cargados de una mezcla de resentimiento y desafío. Natalia, quien intentaba concentrarse en hacer correctamente sus posturas, finalmente perdió la paciencia. Se giró hacia Isabella, su expresión era una mezcla de irritación y desafío.—¿Qué rayos me miras tanto? —espetó, dejando caer los brazos con exasperación.Isabella siseó entre dientes, su voz era apenas un murmullo cargado de veneno. —De seguro ya estás contenta, ¿verdad? —escupió. Natalia la miró con incredulidad, como si Isabella se hubiera vuelto completamente loca. Con un suspiro cansado, le dio la espalda y comenzó a recoger su esterilla. —No tengo tiempo para ti ni para tus dramas baratos —dijo con desdén, sus palabras eran tan cortantes como un cuchillo. El tono indiferente de Natalia pareció encender una chispa en Isabella, quien la tomó del brazo con brusquedad. Natalia se giró rápidamente, zafándose con fuerza
Natalia miró al oficial con una mezcla de frustración y cansancio mientras sentía los ojos suplicantes de Simón fijos en ella. Estaba a punto de decir algo cuando Nathan, aún entre los brazos de la niñera, rompió en un llanto desgarrador. Su corazón se encogió al verlo tan asustado. Acarició su cabello con ternura antes de soltar un profundo suspiro.—Por ahora, no voy a presentar cargos —dijo con tono firme, mirando al policía—, pero solo bajo la condición de que él se mantenga lejos de Nathan.Simón alzó la voz, desesperado: —¡Prefiero ir a la cárcel a que me alejes de mi hijo!Natalia rodó los ojos, incapaz de contenerse. —Ya no es tu hijo, Simón. Renunciaste a ese derecho hace mucho tiempo.La expresión de Simón se endureció un instante, pero en un gesto desesperado, replicó: —Quiero una prueba de ADN. Natalia entrecerró los ojos, con su tono ahora teñido de incredulidad. —¿Estás loco? Claro que no.El oficial intervino, su voz autoritaria cortando la discusión. —Señor
Keiden, ajeno a las emociones que bullían en Simón, se acercó a Natalia. —Escuché tu mensaje de voz —dijo, con un tono algo más sereno pero igual de preocupado. —¿Mi mensaje de voz? —repitió Natalia, frunciendo el ceño. De pronto, un recuerdo fugaz atravesó su mente: no había terminado la llamada cuando el policía apareció en su puerta. Obviamente, la llamada se fue al buzón. —El oficial dijo que te llevarían a la estación —continuó Keiden, explicándose—. Averigüé cuáles eran las más cercanas a tu casa y vine lo más rápido que pude. Natalia sintió una punzada de alivio al escucharlo. Sus hombros, tensos por horas, se relajaron un poco mientras un débil suspiro escapaba de sus labios. —Gracias… —murmuró, su voz llena de sinceridad—. Gracias por venir. Simón cruzó los brazos, intentando aparentar indiferencia, pero sus ojos permanecían fijos en Keiden, quien ahora se inclinaba para examinar a Nathan. —¿Está bien el niño? —preguntó Keiden, su tono tan genuino que encendió aú
Keiden estacionó su auto frente a la casa de Natalia y rápidamente fue a abrirle la puerta con una sonrisa calmada. Nathan brincó emocionado desde el asiento trasero, y Natalia no pudo evitar sonreír al verlo tan entusiasmado. —Gracias por acompañarnos, Keiden —dijo Natalia, intentando sonar casual.—Para nada, Natalia. Hoy más que nunca creo que necesitas distraerte —respondió él, mientras cerraba la puerta del auto y ayudaba a Nathan a subir los escalones de la entrada.Una vez dentro, Keiden le lanzó una mirada cargada de intención. —¿Qué pasó con esa salida al cine que planeamos en casa de tus padres? —preguntó con tono ligero, aunque sus ojos no perdían la intensidad habitual. Natalia se cruzó de brazos, su mente buscando una excusa para evitarlo. Sin embargo, Keiden se adelantó. —A Nathan seguro le encantaría —dijo, con una chispa de entusiasmo en su voz—. Además, te haría bien distraerte un poco después del mal rato en el parque. Natalia se mordió el labio inferior. Sa
Horas antes… Simón abrió la puerta de su casa y lo primero que escuchó fue el sollozo dramático de Isabella resonando por el vestíbulo. Su paciencia, ya desgastada por el peso del día, flaqueó un poco más. Cerró la puerta con calma, tomando aire profundamente para no explotar antes de tiempo. El recuerdo de Natalia junto a Keiden aún lo atormentaba, y el cariño evidente de Nathan hacia ese hombre le provocaba un nudo en la garganta que no lograba deshacer. Al girar hacia el salón, encontró a Isabella sentada en el sofá, con una expresión de víctima enmarcando su rostro magullado. Apenas lo vio, corrió hacia él, señalándose la nariz hinchada y los ojos amoratados. —¡Mira lo que me hizo! —gritó, dramatizando cada palabra—. Esa mujer es una salvaje. Simón suspiró con resignación, tratando de ordenar sus pensamientos antes de hablar. —¿De qué hablas ahora, Isabella? —¡De Natalia! ¿Quién más podría ser? —respondió con voz chillona—. Me la encontré en el estudio de yoga y me go
El estacionamiento aún tenía el bullicio de familias saliendo del cine, los ecos de risas infantiles y el aroma persistente de palomitas de maíz en el aire. Keiden, con una sonrisa tranquila, propuso llevar primero a Natalia y Nathan a casa. Sin embargo, el pequeño Nathan se aferró al brazo de su madre, rogando con entusiasmo: —Por favor, mamá, ¿puedo quedarme en casa de los abuelos? ¡Por favor! Natalia abrió la boca para protestar, pero antes de que pudiera decir algo, Roberto y Graciela, sus padres, se unieron al clamor. —Déjalo con nosotros, hija —intervino Graciela, sonriendo con dulzura—. Será solo esta noche y parte del domingo. —Podemos cuidarlo, no te preocupes —añadió Roberto, guiñando un ojo a su nieto, quien ya daba pequeños saltos de emoción. Natalia suspiró, mirando los rostros expectantes a su alrededor. Dudaba, pero finalmente cedió, asintiendo con una sonrisa resignada. —Está bien, Nathan, pero pórtate bien y escucha a tus abuelos. La algarabía que sigui
Cuando Natalia al fin dejó a Simón Cáceres, estaba segura de que él volvería rogando. Mientras ella avanzaba y triunfaba en los negocios, Simón descubrió la verdad sobre Isabella y comprendió el terrible error que había cometido. Intentó disculparse y le propuso matrimonio por centésima vez, pero Natalia ya no tenía interés en ser su esposa. Estaba completamente inmersa en disfrutar su nueva vida y saborear la libertad que había recuperado.~~~Natalia miró la horrorosa escena delante de sus ojos sin poder darle crédito.Isabella había golpeado su nariz contra la pared y de ella había salido un potente chorro de sangre que llegó hasta el suelo, justo en el momento en que Simón Cáceres entró a la sala.Habían tenido una discusión, e Isabella, aprovechando escuchar la voz de Simón, decidió quedar como la víctima delante de él, como siempre hacía.—¿Pero qué diablos hiciste? —volcó su ira hacia ella, acorralandola contra la pared y apretando su cuello—. Mujer cruel y despiadada. ¿La gol