Keiden estacionó su auto frente a la casa de Natalia y rápidamente fue a abrirle la puerta con una sonrisa calmada. Nathan brincó emocionado desde el asiento trasero, y Natalia no pudo evitar sonreír al verlo tan entusiasmado. —Gracias por acompañarnos, Keiden —dijo Natalia, intentando sonar casual.—Para nada, Natalia. Hoy más que nunca creo que necesitas distraerte —respondió él, mientras cerraba la puerta del auto y ayudaba a Nathan a subir los escalones de la entrada.Una vez dentro, Keiden le lanzó una mirada cargada de intención. —¿Qué pasó con esa salida al cine que planeamos en casa de tus padres? —preguntó con tono ligero, aunque sus ojos no perdían la intensidad habitual. Natalia se cruzó de brazos, su mente buscando una excusa para evitarlo. Sin embargo, Keiden se adelantó. —A Nathan seguro le encantaría —dijo, con una chispa de entusiasmo en su voz—. Además, te haría bien distraerte un poco después del mal rato en el parque. Natalia se mordió el labio inferior. Sa
Horas antes… Simón abrió la puerta de su casa y lo primero que escuchó fue el sollozo dramático de Isabella resonando por el vestíbulo. Su paciencia, ya desgastada por el peso del día, flaqueó un poco más. Cerró la puerta con calma, tomando aire profundamente para no explotar antes de tiempo. El recuerdo de Natalia junto a Keiden aún lo atormentaba, y el cariño evidente de Nathan hacia ese hombre le provocaba un nudo en la garganta que no lograba deshacer. Al girar hacia el salón, encontró a Isabella sentada en el sofá, con una expresión de víctima enmarcando su rostro magullado. Apenas lo vio, corrió hacia él, señalándose la nariz hinchada y los ojos amoratados. —¡Mira lo que me hizo! —gritó, dramatizando cada palabra—. Esa mujer es una salvaje. Simón suspiró con resignación, tratando de ordenar sus pensamientos antes de hablar. —¿De qué hablas ahora, Isabella? —¡De Natalia! ¿Quién más podría ser? —respondió con voz chillona—. Me la encontré en el estudio de yoga y me go
El estacionamiento aún tenía el bullicio de familias saliendo del cine, los ecos de risas infantiles y el aroma persistente de palomitas de maíz en el aire. Keiden, con una sonrisa tranquila, propuso llevar primero a Natalia y Nathan a casa. Sin embargo, el pequeño Nathan se aferró al brazo de su madre, rogando con entusiasmo: —Por favor, mamá, ¿puedo quedarme en casa de los abuelos? ¡Por favor! Natalia abrió la boca para protestar, pero antes de que pudiera decir algo, Roberto y Graciela, sus padres, se unieron al clamor. —Déjalo con nosotros, hija —intervino Graciela, sonriendo con dulzura—. Será solo esta noche y parte del domingo. —Podemos cuidarlo, no te preocupes —añadió Roberto, guiñando un ojo a su nieto, quien ya daba pequeños saltos de emoción. Natalia suspiró, mirando los rostros expectantes a su alrededor. Dudaba, pero finalmente cedió, asintiendo con una sonrisa resignada. —Está bien, Nathan, pero pórtate bien y escucha a tus abuelos. La algarabía que sigui
Cuando Natalia al fin dejó a Simón Cáceres, estaba segura de que él volvería rogando. Mientras ella avanzaba y triunfaba en los negocios, Simón descubrió la verdad sobre Isabella y comprendió el terrible error que había cometido. Intentó disculparse y le propuso matrimonio por centésima vez, pero Natalia ya no tenía interés en ser su esposa. Estaba completamente inmersa en disfrutar su nueva vida y saborear la libertad que había recuperado.~~~Natalia miró la horrorosa escena delante de sus ojos sin poder darle crédito.Isabella había golpeado su nariz contra la pared y de ella había salido un potente chorro de sangre que llegó hasta el suelo, justo en el momento en que Simón Cáceres entró a la sala.Habían tenido una discusión, e Isabella, aprovechando escuchar la voz de Simón, decidió quedar como la víctima delante de él, como siempre hacía.—¿Pero qué diablos hiciste? —volcó su ira hacia ella, acorralandola contra la pared y apretando su cuello—. Mujer cruel y despiadada. ¿La gol
Simón tiró el inhalador hacia ella con desprecio. Natalia lo tomó con manos temblorosas, luchando por respirar mientras él la observaba con una mueca de disgusto.—Isabella se va a quedar aquí —dijo Simón con frialdad, cruzándose de brazos—. Y tú... tú te vas. No tienes nada que hacer en esta casa.Natalia lo miró con incredulidad, sus ojos grandes y húmedos por la falta de aire y el dolor. Finalmente logró inhalar y, aunque todavía jadeaba, encontró el valor para contestar.—Esta es... mi casa... —su voz apenas era audible—. Soy tu esposa aún. Merezco… respeto.Simón soltó una risa corta, cruel.—¿Mi esposa? ¡Por favor, Natalia! —se inclinó hacia ella con una mirada de desdén y una sonrisa sarcástica—. Jamás fuiste mi mujer. No tienes ningún derecho a pedir respeto.Natalia sintió cómo un nudo se formaba en su garganta, pero no de pena, sino de rabia. Lo miró fijamente, reuniendo cada pizca de coraje que le quedaba.—Ya estuvimos juntos... íntimamente —dijo con voz trémula, pero firm
Natalia escuchaba las risas y los murmullos provenientes de la sala. Le parecía increíble que, después de todo lo que acababa de pasar, hubiera algo que celebrar. Bajó las escaleras lentamente, todavía con el peso de la humillación a cuestas, pero sintiendo una creciente determinación.Al llegar, vio a la madre de Simón y a la tía Cristina, ambas rodeando a Isabella con sonrisas resplandecientes, como si hubieran recibido a una estrella de cine. Todas reían y conversaban alegremente, pero cuando notaron la presencia de Natalia, sus sonrisas se desvanecieron al instante.—Miren quién decidió aparecer —dijo la madre de Simón con una sonrisa venenosa—. La desvergonzada de Natalia.—La desvergonzada aquí no soy yo —respondió Natalia, su voz era temblorosa pero firme—. Es esa mujer —señaló a Isabella—, la amante de mi marido. ¿Cómo pueden tenerla aquí como si fuera una invitada de honor?La madre de Simón bufó, cruzándose de brazos mientras la tía asintió con una expresión severa.—La ún
Dentro de la casa, las risas y conversaciones continuaban. Las mujeres Cáceres parecían seguir celebrando como si nada hubiera pasado, indiferentes al sufrimiento de Natalia. Nelly, la madre de Simón, hablaba con su hermana Celia, su tono despectivo como siempre.—¿Quién crees que se arrepentirá primero? —preguntó Nelly, lanzando una mirada rápida hacia la puerta del jardín, donde había visto desaparecer a Natalia.Celia, que estaba acomodando su chal con delicadeza, levantó una ceja y sonrió con ironía.—Seguramente la señora Cáceres —respondió, refiriéndose a Natalia con tono burlón—. Pobre tonta, creyó que podía hacerle frente a Simón. Va a arrepentirse de haberlo desafiado. No sabe lo que es quedarse sola.Nelly soltó una risita fría y se cruzó de brazos.—Claro que se arrepentirá. Siempre lo hacen. Esa mujer no tiene más que aire en la cabeza. Pensó que podría atar a mi hijo con su “amor”. —Lo dijo con un tono de desprecio absoluto—. Ya veremos cuánto le dura esa valentía. Las
Simón alzó una ceja, observando a Natalia con una mezcla de desdén y burla. El silencio entre ambos era denso, cargado de resentimientos no dichos. —Hasta para fingir dignidad tienes talento —soltó con voz cortante, mientras su mirada la recorría de pies a cabeza.Las palabras cayeron como un golpe inesperado, pero Natalia apenas parpadeó. Estaba harta de esos juegos crueles. Mantuvo su mirada firme, evitando mostrarle cuánto la afectaban sus comentarios.—Piensa lo que quieras, Simón —respondió con frialdad, su voz era firme pero cansada. No valía la pena discutir más. Había decidido no seguir atada a esa toxicidad.Sin esperar su reacción, se dio la vuelta, mientras se alejaba de él con el cuerpo tenso.El auto lujoso la esperaba en la entrada, con el chofer Roger al volante, encendiendo el motor en el frío de la noche. Natalia bajó las escaleras con la cabeza en alto y las maletas pesadas en cada mano, como si con ellas llevara el peso de los últimos años. Cuando vio el auto,