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Natalia miró al oficial con una mezcla de frustración y cansancio mientras sentía los ojos suplicantes de Simón fijos en ella.

Estaba a punto de decir algo cuando Nathan, aún entre los brazos de la niñera, rompió en un llanto desgarrador. Su corazón se encogió al verlo tan asustado. Acarició su cabello con ternura antes de soltar un profundo suspiro.

—Por ahora, no voy a presentar cargos —dijo con tono firme, mirando al policía—, pero solo bajo la condición de que él se mantenga lejos de Nathan.

Simón alzó la voz, desesperado:

—¡Prefiero ir a la cárcel a que me alejes de mi hijo!

Natalia rodó los ojos, incapaz de contenerse.

—Ya no es tu hijo, Simón. Renunciaste a ese derecho hace mucho tiempo.

La expresión de Simón se endureció un instante, pero en un gesto desesperado, replicó:

—Quiero una prueba de ADN.

Natalia entrecerró los ojos, con su tono ahora teñido de incredulidad.

—¿Estás loco? Claro que no.

El oficial intervino, su voz autoritaria cortando la discusión.

—Señor
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