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En la sede central de la empresa, un bullicio inusual se había apoderado del lugar. Las secretarias y varios empleados se aglomeraban en el pasillo principal, susurrando con emoción.

Daniel acababa de llegar y se detuvo al notar la conmoción. Sus ojos se entrecerraron al ver el comportamiento inusual del personal, y con el ceño fruncido se dirigió hacia una de las mujeres, quien parecía más entusiasmada que preocupada.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con un tono firme, aunque no del todo impaciente.

La secretaria, aún con una sonrisa, señaló hacia la oficina de Natalia.

—La jefa recibió un enorme ramo de flores de un admirador anónimo —respondió con un brillo en los ojos—. Un ramo precioso, de los caros.

Daniel apretó la mandíbula al instante, sintiendo cómo la sangre le hervía. Su primer pensamiento fue claro: Simón.

Apretó los puños antes de que la mujer añadiera con tono travieso:

—Aunque seguramente el ramo es suyo, ¿no? —le guiñó un ojo, esperando un gesto de complicidad.
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