En la sede central de la empresa, un bullicio inusual se había apoderado del lugar. Las secretarias y varios empleados se aglomeraban en el pasillo principal, susurrando con emoción. Daniel acababa de llegar y se detuvo al notar la conmoción. Sus ojos se entrecerraron al ver el comportamiento inusual del personal, y con el ceño fruncido se dirigió hacia una de las mujeres, quien parecía más entusiasmada que preocupada.—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con un tono firme, aunque no del todo impaciente. La secretaria, aún con una sonrisa, señaló hacia la oficina de Natalia. —La jefa recibió un enorme ramo de flores de un admirador anónimo —respondió con un brillo en los ojos—. Un ramo precioso, de los caros.Daniel apretó la mandíbula al instante, sintiendo cómo la sangre le hervía. Su primer pensamiento fue claro: Simón. Apretó los puños antes de que la mujer añadiera con tono travieso: —Aunque seguramente el ramo es suyo, ¿no? —le guiñó un ojo, esperando un gesto de complicidad.
Natalia exhaló un suspiro largo, desviando la mirada por un instante. Aunque no tenía una confirmación, la posibilidad de que Keiden fuera el autor del gesto romántico estaba ahí, revoloteando en su mente. Su presencia en ese preciso momento no hacía más que fortalecer la sospecha. Pero la tristeza latente en la mirada de Daniel le produjo una punzada amarga en el estómago, como si cada palabra que pudiera decir fuera a hundirlo más.—No lo sé, Daniel —respondió finalmente, con un tono neutro que buscaba no avivar el fuego. Luego añadió con honestidad—: Aunque… sí creo que podría ser él. Keiden parece tener interés en mí, al menos de manera romántica. Daniel apretó los labios, y su expresión fue endureciéndose al escuchar aquello. Natalia continuó, con el peso de sus palabras creciendo en cada sílaba.—Pero… no estoy segura de cómo me siento al respecto —suspiró, haciendo una mueca—. No sé si estoy lista para una relación ahora mismo. La confesión pareció calmar un poco la tormenta
Natalia cerró la puerta de su despacho detrás de ella, tomándose un segundo para prepararse mentalmente. Su expresión estaba fría y serena cuando avanzó hacia él. Simón estaba de pie junto a la ventana, observando la ciudad con las manos en los bolsillos. Cuando se giró para mirarla, había algo desesperado en sus ojos, pero Natalia no dejó que eso la afectara.Ella alzó una ceja con desdén, cerrando la puerta tras de sí. —Gracias por recibirme, Natalia —comenzó con voz tensa—. No voy a dar rodeos… Necesito tu ayuda con urgencia.Natalia dejó su bolso sobre el sofá de cuero negro y se cruzó de brazos, observándolo con frialdad. —¿Mi ayuda? —repitió, casi con burla. Simón asintió, tragando saliva como si las palabras fueran amargas. —Mi empresa… ya sé lo que dijiste, pero… —dijo con un susurro urgente—. Tú tienes los recursos para salvarla. Por favor, dame una última oportunidad. —¿Esto era lo que esperabas? —Natalia soltó una risa seca y ladeó la cabeza—. ¿Venir aquí a rogar
Simón salió de la oficina de Natalia con pasos rápidos y pesados. Sus pensamientos eran un remolino de rabia e impotencia, una combinación letal que apenas lograba controlar. Aferraba el teléfono en su mano con tal fuerza que parecía que lo partiría en dos. La voz fría de Natalia resonaba en su mente como un eco que no podía silenciar. “No necesito que vengas a decirle que eres su padre”, había dicho, y cada palabra había sido un dardo envenenado directo a su orgullo.Cuando apenas había cruzado las puertas principales del edificio, el timbre de su celular interrumpió su tormento mental. Miró la pantalla y su corazón dio un vuelco. Era la llamada que había esperado toda la semana: el ex gerente del hotel donde Isabella afirmaba haber sido encerrada.Respondió de inmediato, obligándose a calmar su respiración.—Buenas tardes, señor Cáceres —la voz de un hombre mayor se oyó por el auricular—. Me comunico tan pronto como recibí su mensaje de voz, lamentablemente estaba de viaje con mi
Isabella paseaba de un lado a otro en la sala de la mansión Cáceres, con el ceño fruncido y el rostro encendido de furia. Frente a ella estaba Nelly, la madre de Simón, sentada en el sofá con los brazos cruzados, escuchándola despotricar contra Natalia. —Es una descarada —dijo Isabella, golpeando el aire con las manos—. Vuelve después de años como si fuera intocable, con ese nombre nuevo y sus “aires de grandeza”. Nelly frunció el ceño, claramente molesta por lo que escuchaba. —Siempre supe que esa mujer no tenía escrúpulos —espetó con desdén—. Desde que te encerró en ese hotel para engañar a Simón… no me sorprende nada de lo que hace ahora. Isabella se detuvo y apretó los labios con fuerza, mientras un destello de temor cruzaba su mirada. —Y ahora, todos parecen estar de su lado. Incluso mis propios padres empiezan a dudar de mí. —Su tono era venenoso, lleno de rencor. Nelly siseó con incredulidad. —¿Cómo pueden defender a alguien como ella? —cuestionó—. ¿Es cierto lo
Simón se cruzó de brazos, observando cómo Isabella intentaba recomponerse tras su evidente titubeo. La frialdad en su mirada era un reflejo de su descontento, algo que ella no podía ignorar.—Por supuesto que te dije toda la verdad —respondió Isabella, intentando sonar firme, aunque su voz se quebraba con un leve temblor—. ¿Por qué preguntas eso?Simón entrecerró los ojos, una chispa de desconfianza se reflejaba en su mirada.—Porque si descubro que me has mentido, Isabella, te va a ir muy mal —su tono era tan frío que la temperatura en la habitación pareció bajar varios grados.Isabella dio un paso atrás, sorprendida por la dureza de sus palabras. Nunca antes lo había escuchado hablar así, y la expresión severa de Simón la dejó sin aliento. Intentó recomponerse, pero el resentimiento brotó antes de que pudiera contenerse.—Esa mujer te tiene cambiado —escupió con amargura, cruzando los brazos—. Desde que volvió, todo a nuestro alrededor se está desmoronando.Simón soltó un resoplido
En un café al otro lado de la ciudad, Natalia removía su té con cierto nerviosismo. Daniel, sentado frente a ella, la observaba con curiosidad mientras cruzaba los brazos.—Por teléfono sonabas muy decidida —comentó él, rompiendo el silencio.—Lo estoy —respondió Natalia, dejando la cuchara a un lado y enfrentando su mirada—. Necesito tu ayuda para sacar todo a la luz de manera definitiva.Daniel arqueó una ceja, intrigado.—¿Qué necesitas exactamente?—Debemos conseguir los videos de esa noche en el hotel —declaró ella, mientras sus ojos brillaban con determinación.La expresión de Daniel se tensó de inmediato y sus pensamientos comenzaron a correr mientras evaluaba la situación. ¿Cómo podía decirle? Natalia de seguro lo odiaría por lo que había hecho. Natalia, notando su reacción, frunció el ceño.—Tú eres el mejor hacker que conozco, Daniel —dijo con seguridad—. Si alguien puede hacerlo, eres tú.Daniel soltó una pequeña sonrisa, aunque sus pensamientos iban en dirección opuesta.
Natalia se quedó observando cómo Daniel se alejaba por la acera, con la cabeza agachada y su paso acelerado, como si quisiera dejar atrás cualquier rastro de la conversación que acababan de tener. A medida que se desvanecía entre la multitud, algo en ella se tensó. De pronto, su teléfono vibró en el bolso.Suspiró, dejando apenas sonar un par de tonos antes de responder. —Natalia, menos mal sé de ti —el tono de Keiden era cálido, casi aliviado—. ¿Cómo estás? —Hola, Keiden. Estoy bien —respondió ella, aunque su tono carecía del entusiasmo habitual. Keiden no tardó en captar la ligera tensión en su voz. —Me alegra escuchar eso —respondió con cautela—. Estaba preocupado por ti desde ese almuerzo. ¿Todo bien? ¿Qué pasó con la conversación que tuviste con Simón?Natalia se quedó en silencio por un instante. Las palabras de Keiden parecían tener una calma que contrastaba con el torbellino de pensamientos que rondaban su mente. ¿Debería contarle? Sabía que no debía involucrarlo más