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El pasillo se llenó de una tensión palpable mientras Natalia, con las manos apretadas en puños a los costados, intentaba contener su rabia.

Frente a ella, Isabella mantenía una postura desafiante, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, pensando en cómo hacer para poner las cosas a su favor, como siempre hacía.

—Si no entiendes la definición de niño, Isabella —dijo Natalia, con voz firme y controlada, aunque sus ojos ardían de frustración—, entonces será mejor que te mantengas alejada de mi hijo. Esa no es manera de hablarle a un niño pequeño. Madura.

Isabella soltó una carcajada burlona, como si la acusación no tuviera peso.

—¿Ah, sí? ¿Y ahora me vienes a dar lecciones? —dio un paso al frente—. Por favor, Natalia. Sabes que lo que digo es cierto.

Simón, que había estado observando todo desde un rincón, intervino en ese momento.

—Natalia tiene toda la razón, Isabella —dijo con voz firme—. No puedes hablarle así a Nathan.

La respuesta de Simón fue como gasolina en un fuego
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