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El sol brillaba intensamente en Villa Dorada, y los árboles que rodeaban la casa de Natalia se mecían suavemente con la brisa.

Aunque el día parecía perfecto para pasar tiempo en familia, Natalia sentía una tensión constante en su pecho. Miró a Nathan, quien caminaba a su lado con el rostro radiante de entusiasmo.

—¿Qué tal si vamos a conocer a tus abuelos? —preguntó Natalia, intentando sonar casual, aunque sabía muy bien la respuesta.

Nathan la miró con ojos brillantes y sonrió de inmediato.

—¡Sí! ¡Quiero conocerlos! —exclamó con una energía desbordante.

A pesar de la sonrisa que se dibujaba en el rostro de Natalia, se sentía tensa. Sabía que no podía decirle que no a su hijo, aunque la perspectiva de esa reunión la ponía nerviosa.

—Muy bien, pero primero tienes que hacer tus deberes y cepillarte los dientes, ¿de acuerdo? —le dijo, intentando mantener el control.

Más tarde, al ponerse el sol, llegaron a la casa de sus padres. Al tocar el timbre, el sonido resonó en los oídos de Natal
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