—Ya le dije quién soy —respondió Keiden, con voz aún tranquila—. No quiero nada más que un poco de helado con su hijo. —No me tome por ingenua —replicó Natalia, estrechando los ojos—. Conoce mi nombre, el verdadero. ¿Me está espiando?Kaiden guardó silencio por un momento, como si estuviera considerando sus palabras. —Tiene razón, Natalia. Sé más de usted de lo que he dicho —admitió finalmente, cruzando los brazos. Natalia tomó aire profundamente, intentando mantener la calma, a pesar de los latidos de su frenético corazón. Sin embargo, cuando Nathan intervino, su preocupación se intensificó.—¡Mamá! Vamos con él, tiene un perro genial —insistió, tirando de su brazo.—¡No! —soltó Natalia, quizá con más dureza de la necesaria. Se inclinó hacia su hijo, acariciándole la cabeza para suavizar sus palabras—. Ya es tarde, cariño. Vamos por ese helado, ¿sí?—No quise incomodarla. Solo pensé que... —Voy a llamar a la policía —lo amenazó ella, sacando su teléfono de la bolsa. Kaiden p
El sol brillaba intensamente en Villa Dorada, y los árboles que rodeaban la casa de Natalia se mecían suavemente con la brisa.Aunque el día parecía perfecto para pasar tiempo en familia, Natalia sentía una tensión constante en su pecho. Miró a Nathan, quien caminaba a su lado con el rostro radiante de entusiasmo.—¿Qué tal si vamos a conocer a tus abuelos? —preguntó Natalia, intentando sonar casual, aunque sabía muy bien la respuesta.Nathan la miró con ojos brillantes y sonrió de inmediato.—¡Sí! ¡Quiero conocerlos! —exclamó con una energía desbordante.A pesar de la sonrisa que se dibujaba en el rostro de Natalia, se sentía tensa. Sabía que no podía decirle que no a su hijo, aunque la perspectiva de esa reunión la ponía nerviosa.—Muy bien, pero primero tienes que hacer tus deberes y cepillarte los dientes, ¿de acuerdo? —le dijo, intentando mantener el control.Más tarde, al ponerse el sol, llegaron a la casa de sus padres. Al tocar el timbre, el sonido resonó en los oídos de Natal
Isabella se volvió hacia Simón y lo tomó del brazo para que avanzara, ya que se había quedado plantado en la entrada con una expresión sombría, pero su prometida tenía los ojos en Keiden con una sonrisa ladeada que para él pasó desaparecida.—Vaya… un rostro nuevo en la adquisición —comentó Isabella, haciendo que Simón perdiera brevemente el contacto visual con el hombre rubio—. Y parece ser uno de los más caros, además.—Más bien parece ser un acosador —murmuró entre dientes, molesto al ver cómo estaba tan cerca de Natalia, como si tuviera derecho a estar ahí.“No son celos”, se dijo cuando esa idea llegó a su mente repentinamente.La cena estaba lista, y la familia se reunió alrededor de la mesa larga y bien decorada. Sin embargo, no todos compartían el mismo entusiasmo.Intentando calmar su malestar, Simón se acercó a Nathan, que jugaba tranquilamente con una figura de acción en un rincón. —Hola, campeón —dijo con una sonrisa tensa, arrodillándose a su altura—. ¿Qué haces por aqu
Natalia y Simón se giraron al unísono al escuchar un ruido en la puerta. Keiden estaba allí, de pie, con los brazos cruzados y una expresión que mezclaba tensión y descontento. Sus ojos recorrieron la escena, deteniéndose unos segundos más de lo necesario en la proximidad entre ellos. —Lamento interrumpir, pero… Roberto está preguntando por ustedes —dijo, forzando una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Natalia vio la oportunidad perfecta para alejarse. Con un paso firme y decidido, se apartó de Simón, fulminándolo con una mirada severa. —No vuelvas a acercarte a mí de esa manera, Simón —le dijo en voz baja pero cortante.—Natalia…—¡Para! No tienes ese derecho —su voz salió filosa.Simón pasó las manos por su cabello y se acercó nuevamente a ella para hablarle en voz baja, fuera del alcance de Keiden, quien los miraba fijamente sin perderse nada de lo que hacían.—Ya te lo dije, Natalia, este tipo no es de fiar —susurró solamente para ella.—Ah. ¿Eso es porque se reconocen entr
El pasillo se llenó de una tensión palpable mientras Natalia, con las manos apretadas en puños a los costados, intentaba contener su rabia. Frente a ella, Isabella mantenía una postura desafiante, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, pensando en cómo hacer para poner las cosas a su favor, como siempre hacía.—Si no entiendes la definición de niño, Isabella —dijo Natalia, con voz firme y controlada, aunque sus ojos ardían de frustración—, entonces será mejor que te mantengas alejada de mi hijo. Esa no es manera de hablarle a un niño pequeño. Madura. Isabella soltó una carcajada burlona, como si la acusación no tuviera peso. —¿Ah, sí? ¿Y ahora me vienes a dar lecciones? —dio un paso al frente—. Por favor, Natalia. Sabes que lo que digo es cierto.Simón, que había estado observando todo desde un rincón, intervino en ese momento. —Natalia tiene toda la razón, Isabella —dijo con voz firme—. No puedes hablarle así a Nathan. La respuesta de Simón fue como gasolina en un fuego
El silencio se apoderó del pasillo tras el grito, como si cada persona contuviera la respiración al mismo tiempo. Simón observó a todos con una sensación creciente de incomodidad en el pecho al notar la connotación de sus palabras. Había hablado sin pensar, sin medir las implicaciones de sus palabras, y ahora sentía cómo su corazón redoblaba sus latidos ante las miradas incrédulas de aquellos que lo rodeaban.—Quiero decir… no quiero que se lleven a Nathan así, tan de repente —se corrigió rápidamente, bajando el tono de su voz, aunque su corazón latía con fuerza desbocada. Natalia lo miró con desdén, y la rabia comenzó a hervir en sus venas. —¿Y tú quién te crees que eres para estar diciéndome qué hacer? —espetó, con tono gélido y cortante. Simón, abrumado por la intensidad de la mirada de Natalia, intentó calmar la situación, pero el peso de sus propias palabras lo atormentaba. Se acercó a ella, bajando la voz a un susurro.—Solo quería calmar los ánimos, Natalia. No quiero que
El aire fresco de la tarde se sentía denso, casi pesado, mientras Natalia terminaba de despedirse de todos. Sus palabras de triste despedida flotaban en el ambiente, pero en sus ojos brillaba una determinación férrea.Nathan, en brazos de su madre, era besado por sus abuelos, quienes lo miraban con una mezcla de cariño y melancolía.—Pórtate bien, mi amor —murmuró Graciela mientras acariciaba su mejilla—. Te vamos a extrañar.—Te veremos pronto, campeón —añadió Roberto, con una sonrisa afectuosa. Nathan murmuró algo ininteligible antes de apoyar su cabeza contra el hombro de su madre. Isabella, que observaba desde el umbral de la puerta, no perdió tiempo. En cuanto vio que la despedida estaba llegando a su fin, su voz cortó el aire como un látigo.—Simón, vámonos de inmediato a nuestra habitación —dijo con tono autoritario, como si no aceptara resistencia. Simón apretó los labios. Su incomodidad era palpable, pero obedeció, aunque cada paso le costaba. Simón, que se encontraba
Simón había llegado minutos antes a la casa de Natalia, el coche de Keiden todavía aparcado en la entrada le había causado una sensación extraña, un nudo en el estómago que se hizo más grande a medida que observaba el vehículo vacío. No lo vio dentro, pero algo en el aire le decía que estaba allí. De repente, su malestar creció, como si una fuerza invisible lo empujara a exigirle algo, a que ese hombre se alejara de Natalia y su hijo. Lo pensó por un segundo, y luego otro, pero no podía dejar de pensar que algo no estaba bien. ¿Por qué le molestaba tanto? ¿Qué le importaba a él lo que hiciera Natalia? “No es que me importe,” pensó, “pero…” Sin poder racionalizarlo, sus pasos lo llevaron hasta la puerta. ¿Qué iba a hacer, exactamente? No tenía respuesta. ¿A qué venía todo esto? Sabía que no había derecho alguno para irrumpir en la vida de Natalia, pero lo necesitaba, de alguna manera, tenía que estar allí. Su respiración se aceleró cuando se acercó a la ventana que daba hacia