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El ambiente en la mansión Cáceres era asfixiante.

Isabella, sentada al borde del sofá, tamborileaba nerviosamente con los dedos en el brazo del mueble. Sus pensamientos se arremolinaban entre la ira y la desesperación.

La escena con sus padres había sido un desastre, y la reacción distante de Simón la tenía al borde de un colapso. Se sentía acorralada.

Simón estaba sentado frente a la chimenea apagada. Su postura era rígida, sus codos estaban apoyados en las rodillas y sus manos entrelazadas mientras fijaba la mirada en el suelo.

Él no había dicho nada desde que regresaron de la acalorada conversación con sus padres.

Su frialdad le atravesaba el alma, pero lo que más le molestaba era la sensación de que Simón estaba alejándose más y más de ella.

"No puedo permitir que Natalia me lo quite... otra vez. Maldita sea, no se lo voy a permitir," pensaba Isabella mientras apretaba los puños con rabia.

Sus pensamientos eran un torbellino de rencor y desesperación. Había cometido errore
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