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El rostro de Graciela palideció ante las palabras de Natalia. Miró a su hija mayor con un desconcierto que rápidamente se transformó en angustia.

—¿De qué estás hablando, Natalia? —preguntó con voz temblorosa, incapaz de procesar las palabras de su hija mayor—. ¿Acaso es cierto eso?

Natalia alzó ambas cejas, cun gesto cargado de cinismo. Antes de que pudiera responder, Roberto intervino con el ceño fruncido, apuntando con un dedo hacia Simón.

—¿Pero no se supone que tú y Natalia ya estaban separados cuando eso pasó? —preguntó, con un tono de incredulidad dirigido a su yerno.

Simón abrió los ojos sorprendido y lanzó una mirada fugaz a Isabella, quien parecía a punto de romperse en mil pedazos.

—¿Eso te dijo? —Natalia dejó escapar una risa amarga—. Otra de sus mentiras. Claro que no estábamos separados, papá. Ella se metió con mi marido mientras seguíamos casados.

—¡Eso no es cierto! —gritó Isabella, levantándose del sillón con brusquedad—. Simón ya era mío y tú me lo quitas
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