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El ambiente en la sala era tenso, cargado de emociones contenidas y miradas cruzadas.

Astrid miraba a Graciela con el ceño fruncido, tratando de procesar todo lo que estaba ocurriendo. Graciela, por su parte, se tomó un momento para calmar su respiración, aunque su voz se oyó temblorosa al comenzar su relato.

—Conocí a Fabrizio Marchetti en un viaje a las Islas Fiji —dijo, mirando a Astrid con los ojos llenos de tristeza—. Era un hombre encantador, debo admitirlo, pero también… muy manilarga. Desde el primer momento intentó flirtear conmigo, a pesar de saber que yo estaba casada.

Astrid frunció el ceño, moviendo la cabeza en señal de negación.

—Eso no puede ser verdad —interrumpió, su tono cargado de incredulidad—. Mi padre no era así.

Roberto, que había estado en silencio hasta ese momento, dio un paso adelante con expresión severa.

—Es la verdad, Astrid —dijo con voz severa—. Lo vi con mis propios ojos.

Astrid retrocedió un paso, sintiendo que el suelo bajo sus pies se
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