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Un silencio pesado cayó sobre la sala. Simón estaba allí, parado detrás de ellos, con el rostro pálido y ojeroso, respirando con dificultad. Su aspecto era alarmante, casi fantasmal.

Astrid y Daniel lo miraron, paralizados, pero Natalia fue la primera en reaccionar.

—¿Simón? —exclamó con una mezcla de sorpresa y molestia en su voz—. ¿Qué estás haciendo aquí? Se supone que deberías estar en el hospital.

Simón frunció el ceño y alzó una mano como si quisiera interrumpirla. Su tono fue cortante, impaciente.

—Eso es lo de menos. —Hizo una pausa para recuperar el aliento—. Quiero saber… ¿Es cierto lo que dijiste? ¿De verdad consideras a Keiden tu futuro? ¿De verdad me has olvidado?

Natalia lo miró fijamente, su expresión endureciéndose. Alzó la barbilla, dejando claro que no iba a ceder ante el dramatismo de Simón.

—Así es. Ya te lo dije hace años, Simón —sus ojos rodaron ante los recuerdos—. Tú me pediste el divorcio y decidiste alejarte. Dijiste “espero que no te arrepientas p
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