Delia se sentó frente a la gran ventana de la oficina, mirando las copas de los árboles que se mecían suavemente con el viento. Había esperado que la vista calmara los nervios que la tenían con el estómago revuelto, pero no lo conseguía. —¿Cómo te sientes hoy? —preguntó el doctor Carrasco con una voz tranquila, que parecía no tener prisa por recibir respuestas. Delia apretó las manos sobre su regazo, su mirada fija en el paisaje. —No lo sé —respondió al fin, con un hilo de voz. El psicólogo asintió, como si entendiera. —Eso está bien. Empecemos por ahí. Puedes tomarte el tiempo que necesites. Delia tragó saliva. Quería abrirse, quería dejar de sentir el peso que la asfixiaba cada vez que cerraba los ojos y veía el rostro de Isabella. Pero cada palabra que intentaba formar parecía atascada en su garganta. —No sé si puedo hacerlo —confesó, desviando la mirada hacia sus manos—. Cada vez que lo intento, siento que todo vuelve... que estoy allí en ese lugar otra vez. —Es no
A Natalia le tomó apenas unos segundos recomponerse tras la inesperada pregunta de Simón. Su ceño se frunció y lo fulminó con la mirada, aunque su voz se mantuvo firme y controlada. —¿Qué haces aquí, Simón? —inquirió—. Escuchando conversaciones ajenas y además, fuera de tu habitación. Simón no se inmutó ante su reproche. Su mirada permanecía fija en la de ella, determinada y con un atisbo de dolor. —Eso no importa ahora, Natalia. Quiero una respuesta —dijo, intentando mantener la calma en su tono—. ¿Es posible que ese bebé sea mío? Natalia suspiró con evidente irritación, pero mantuvo el control al notar la presencia de Nathan. —No voy a hablar de eso aquí, no con mi hijo presente. Antes de que Simón pudiera insistir, Nathan se acercó a él con una sonrisa inocente y le rodeó la pierna con sus pequeños brazos. —Te ves mejor, papá Simón. El gesto desarmó a Simón, quien no pudo evitar sonreír. Se inclinó ligeramente para revolverle el cabello con ternura. —Gracias, camp
Simón apretó los dientes por la manera en que llamó Natalia, dejándole claro una vez más que había perdido. Sin embargo, se mantuvo firme y levantó el rostro, sosteniendo la mirada de Keiden con determinación. —Ese bebé también puede ser mío, Keiden —dijo con un tono desafiante—. Es una posibilidad muy grande, y lo sabes.Keiden negó de inmediato, su expresión era tensa y tenía los puños cerrados a los costados. —No es tuyo, Simón —dijo con voz áspera—. Lo sabes tan bien como yo. Antes de que las cosas pudieran escalar, Natalia alzó la voz, mirando a ambos hombres con el ceño fruncido. —¡Basta! —exclamó—. Esta no es una discusión que se deba tener frente a un niño. Lanzó una mirada acusadora a Simón y agregó: —Ya causaste suficientes problemas, Simón. Lo mejor es que regreses a tu habitación. Sus palabras cayeron como un balde de agua fría para Simón, quien sintió una punzada en el pecho. La dureza de su tono lo dejó dolido, pero no tuvo tiempo de responder antes de que
Natalia entrecerró los ojos, estudiando a Simón con una mezcla de escepticismo y curiosidad. Finalmente alzó una ceja y preguntó con voz cargada de curiosidad.—¿Es cierto lo que ella dice? ¿Hailey es una especie de enfermera encargada de cuidarte? Simón apenas abrió la boca para responder cuando Keiden soltó un bufido desde el rincón donde estaba apoyado, cruzado de brazos. —Da igual quién sea esta mujer. Hay cosas más importantes que discutir ahora mismo. —Giró su atención hacia Hailey, quien lo observaba sin alterar su postura tranquila—. No te ofendas, pero acabas de interrumpir una conversación. —Keiden, no tienes que ser grosero todo el tiempo. —La voz de Simón sonó cortante, y la tensión en su mandíbula se notaba incluso desde donde Natalia estaba parada—. Hailey no tiene la culpa de tu mal humor o de tus inseguridades. Keiden se enderezó, clavando sus ojos fríos en Simón. —No tengo inseguridades, pero parece que a ti te encanta proyectar las tuyas —respondió con una
La enfermera Rita se mantenía en la esquina de la sala de espera, oculta tras un grupo de familiares que conversaban animadamente. Sus ojos recorrían a todos los presentes mientras su dedo tocaba discretamente la pantalla de su celular, grabando cada palabra que se decía. Había algo que la hacía sentirse poderosa en ese instante, algo que se alimentaba de la información que recolectaba. Una sonrisa ligera se dibujaba en su rostro, casi imperceptible para quienes la rodeaban, pero suficiente para que ella misma se sintiera satisfecha de la tarea que había cumplido hasta ahora.Allí estaban Natalia y Simón, con sus respectivos conocidos reunidos, sin saber que estaban siendo observados, que ella ya conocía más de lo que podían imaginar. Cada gesto, cada mirada, cada pequeño susurro entre ellos lo captaba con total atención. Ella había aprendido a hacerlo de forma tan natural que casi ni lo pensaba.El resto del dinero que le prometieron parecía tan cercano, tan tangible, que su moral
Hailey, quien hasta ese momento había mantenido una expresión de cortesía y serenidad, dejó de sonreír de repente. Su rostro se endureció, y un suspiro pesado escapó de sus labios mientras rodaba los ojos, como si la situación ya fuera demasiado absurda para ella.–Isabella me conoce del mismo lugar del que yo los conozco a ustedes… al menos a la mayoría –dijo, con una mezcla de cansancio y frustración en su voz, mientras miraba a los presentes.El silencio fue inmediato. La confusión creció a medida que las palabras de Hailey se sumaban al caos de la sala. Natalia la miró fijamente, buscando en su rostro alguna señal que pudiera dar sentido a todo aquello.–¿De qué lugar hablas? –preguntó Natalia, la desconfianza aún estaba impregnada en su tono.Fue Simón quien, por fin, pareció encontrar algo de claridad en medio del desconcierto. Abrió los ojos, sorprendido, y lanzó una pregunta que se sentía como una revelación.–¿Nos conocemos de la universidad? –preguntó, observando a Hailey co
La pregunta flotó en el aire como una bomba más, dejando a todos sorprendidos. Hailey sintió que su rostro se calentaba, y un nudo se formó en su garganta. Simón estaba procesando todo lo que su hijo había dicho. Hizo una mueca y lo miró por un momento, sorprendido por la pregunta tan directa. Sus ojos se suavizaron al instante, aunque la incomodidad seguía dibujada en su rostro. Nunca imaginó que la situación se complicaría de esa forma. –No... –dijo, dudando un segundo, como si tratara de encontrar la manera correcta de responder. Miró a Hailey brevemente antes de continuar–. No es eso, Nathan. Esto es… algo que aún no está decidido… –No, pequeño… no voy a ser tu mamá –interrumpió Hailey con una sonrisa tensa–. Estoy aquí como amiga. Nada más. Los ojos de Nathan los miraba curioso, pero no parecía convencido del todo. Miró a Simón, luego a Hailey, y finalmente a los demás adultos que lo rodeaban, todos con expresiones complicadas. –Entonces, ¿por qué todos están hablando de c
El hospital estaba en completo caos mientras los hombres de Keiden revisaban cada rincón en busca de pistas. La tensión se sentía en el aire, y las miradas ansiosas iban de un lado a otro al notar que una de las enfermeras había desaparecido. La promesa de Keiden de atrapar a Isabella resonaba en sus cabezas, pero la frustración crecía con cada habitación revisada sin éxito. Keiden se encontraba en la sala de monitoreo, con los ojos fijos en las pantallas de las cámaras de seguridad. Su mandíbula estaba tensa mientras revisaba cada grabación, buscando algún indicio. Pero era como si la aliada de Isabella o alguna otra pista hubieran desaparecido sin dejar rastro. —¡Maldita sea! —gruñó golpeando la mesa con el puño cerrado—. No puede estar muy lejos. Mientras tanto, en un lugar muy apartado, Calvin llegó apresurado hasta donde Isabella estaba, vigilando todo gracias a sus contactos. Ella lo miró con fastidio, tamborileando los dedos sobre el borde de la madera. —¿Qué haces aquí